Estados Unidos
California se seca y las autoridades imponen severas restricciones al consumo de agua
La puesta en escena era impecable. Desde una conocida estación de esquí del norte de San Francisco, el gobernador demócrata de California explicaba que las cosas no podían seguir así. En el mismo lugar en el que Jerry Brown estaba dando la rueda de prensa, a principios de abril, la nieve tendría que haber alcanzado por lo menos un metro de altura. Sin embargo, sus pies estaban completamente secos y la hierba amarilleaba. Esta imagen tenía que ayudar a digerir las medidas que estaban al caer: Jerry Bown se disponía a anunciar un objetivo ambicioso, reducir un 25% el consumo de agua en nueve meses con el fin de hacer frente a la sequía que padece el Estado desde 2011. De este racionamiento, que no afecta al sector agrícola, tendrán que ocuparse las 400 agencias encargadas de abastecer de agua a las ciudades californianas. Esta medida se suma a las restricciones impuestas en enero de 2014, cuando el gobernador decretó el estado de emergencia y las autoridades federales racionaron el agua destinada a uso agrícola.
El balance de resultados de principios de mayo no es para tirar cohetes. Los californianos solo han reducido el consumo de agua en un 3,6% con respecto a marzo de 2014, según las últimas cifras publicadas por el State Water Ressources Control Board, organismo encargado de los recursos hídricos del Estado. Las razones son variopintas, cuando no es por desinterés, se observa una mezcla de mala fe, de pánico a la idea de tener que cambiar de estilo de vida y de enfado. El vecino siempre tiene una responsabilidad mayor; el Estado es muy exigente. Otra excusa recurrente es la de que los californianos no deberían ser los únicos en realizar un esfuerzo tal, ya que de los tesoros de California se beneficia todo el mundo –dentro y fuera de Estados Unidos– ya sea de sus zonas más turísticas, de la agricultura, del agua...
Efectivamente, el Estado es muy rico, el más rico de Estados Unidos. Si California fuese un país, sería la 7ª potencia mundial. También es el más poblado, con 38,8 millones de habitantes, frente a los menos de 16 millones de 1960. De ahí que cada vez sea más apremiante determinar a qué precio California puede seguir desarrollándose de este modo.
“Es hora de reconocer que California sufre una escasez permanente de agua, incluso en un año en el que se registra un nivel de precipitaciones normal, la demanda de agua es superior a la que la naturaleza proporciona, lo que deriva en conflictos políticos crecientes, una sobre explotación de las aguas subterráneas insostenibles, la destrucción de ríos, riachuelos y pantanos del Estado. El cambio climático, que provoca la actividad humana, lo único que hace es empeorar este cóctel”, resume el científico Peter Gleick, especialista en asuntos medioambientales, en este post . Si bien es cierto que no es la primera vez que el Estado sufre una sequía semejante, en esta ocasión se dan varios factores agravantes: California está más poblada y el impacto del cambio climático sobre las reservas hídricas es cada vez más innegable.
Dichas reservas proceden fundamentalmente o bien de las aguas superficiales –como la nieve de las montañas y los cursos de agua– o de la extracción de aguas subterráneas. “El 70% del agua que se consume en el Estado viene de pantanos alimentados por el agua de la cordillera de Sierra Nevada, en el norte, y de ríos. Esta agua se transporta desde el norte hasta el sur del Estado gracias a un sistema de canalizaciones, de diques y de acueductos”, explica David Sedlack, del Centro de Estudios Hidrológicos de la Universidad de Berkeley, quien precisa que estas infraestructuras hace décadas que no se modernizan, de modo que la gestión de recursos ha dejado de ser óptima y el sistema es tan frágil que el abastecimiento en el sur del Estado puede verse amenazado.
“El 30% restante procede de las aguas subterráneas”, continúa el investigador. Y aquellos que tienen un pozo pueden sacar agua sin límite ante la ausencia de legislación concluyente en la materia. Precisamente, este limbo jurídico está convirtiéndose en otro foco principal de tensiones. Por si fuese poco, a esta ecuación hay que añadirle “el hecho de que históricamente el agua en Estados Unidos es barata; mucho menos cara que en Europa, lo que lleva a los norteamericano a consumir más”.
Habida cuenta de la situación, parece necesario un plan de reforma drástico a largo plazo. Aunque, de momento, no hay nada previsto. Y esto es así porque las autoridades locales son más partidarias de actuar sobre la marcha, adoptando medidas de urgencia. Y esta estrategia cortoplacista, que para algunos es insuficiente, provoca más de un enfrentamiento. “¡Llegas en plena tormenta!”, espeta a esta periodista Jim Beecher, agricultor del Valle Central, en el corazón agrícola de California, símbolo de una agricultura intensiva que consume mucha agua.
Plantar cactus
Primera parada para hacerse una idea de la dimensión de la crisis: Palm Springs, a dos horas de Los Ángeles, en el Valle Coachella. Esta ciudad, construida en mitad del desierto, en tierras indígenas, aspira a convertirse en un destino turístico de primer orden, en particular para los golfistas. En los alrededores hay no menos de 125 campos de golf. Cuenta con 44.000 habitantes, cifra que se triplica durante la temporada alta. Es un destino de golf muy apreciado por las estrellas de Hollywood, pero también por los jubilados norteamericanos, canadienses e, incluso, europeos, que vienen aquí a pasar los largos meses de invierno y a chapotear en sus piscinas privadas para sobrellevar mejor el calor agobiante. En esta zona, el consumo de agua por habitante dispara todos los récords.
El Estado ha decretado que en la ciudad se reduzca el consumo un 36%, no un 25%. Alcanzar este objetivo supone un verdadero quebradero de cabeza para la agencia proveedora local, un organismo privado llamado Desert Water Agency, al que no le queda otra que hacer cumplir las normas. “De lo contrario, tendremos que pagar una multa diaria de 10.000 dólares a Sacramento [capital del Estado]”, repite una y otra vez el comité de coordinación de la agencia, reunido a finales de abril ante una audiencia muy enfadada.
Asistimos a la junta pública celebrada en las instalaciones de la Desert Water Agency. La agencia enumera las diferentes restricciones que tiene previsto poner en marcha. Asisten unas 400 personas, lo nunca visto según la agencia. La tensión se palpa en el ambiente. La escena podría calificarse de cómica si no estuviesen en juego los recursos y el medio ambiente de todo un Estado.
Partiendo de la base de que el 70% del agua que se consume en Palm Springs es para uso exterior, la resolución de la agencia incluye la prohibición de regar y limpiar el suelo de los aparcamientos; los restaurantes deben volver a servir agua solo si los clientes así lo piden; únicamente se puede regar el jardín a unas horas determinadas y limitadas; el césped de las rotondas y de las áreas de descanso no puede seguir regándose; las fuentes deben apagarse “salvo si viven en ellas peces o tortugas”. En cuanto a las piscinas, se desaconseja vaciarlas y rellenarlas entre junio y octubre. En este punto, ante el enfado de numerosos dueños de piscinas presentes en la reunión, la agencia acepta utilizar el verbo “desaconsejar” en lugar del de “prohibir”. No hay duda de que algunos no entienden que se les exijan semejantes esfuerzos.
“¡Sin piscinas Palm Springs no sobrevivirá! Se han invertido millones en publicidad para presentar esta región como el paraíso donde jugar al golf y darse un chapuzón en una piscina... Reducir en un 36% el consumo de agua es inviable!”, se indigna Ted, que dirige una empresa dedicada a arreglar piscinas. “Reflexionen, no actúen inconscientemente, tenemos que proteger el agua, pero también nuestras economías”, implora otro constructor de piscinas. “¿Y cómo es que las empresas extranjeras pueden sacar todavía nuestra agua alegremente?”, pregunta otro de los presentes, en alusión a empresas como Nestlé (que venden más de 70 marcas de agua embotellada), que tienen permiso de las autoridades federales para sacar agua y embotellarla.
La agencia no tiene competencias al respecto, responden el organismo suministrador de agua, que trata de tranquilizar a los asistentes. La ciudad no se encontraría como está “si se hubiese prestado más atención hace diez años”, prosigue la agencia y concluye: “De todos modos, solo tenemos 70 empleados, que no son policías del agua, por más que tengamos nuevas normas, no vamos a poder vigilar a todo el mundo”. Toda una declaración de intenciones que parece más bien una confesión de impotencia.
En la calle, la conversación sigue. “Las piscinas son auténticos símbolos, nadie va a morirse si no se llenan, claro... pero le da vida a la ciudad. ¡La gente teme que el valle se quede sin gente!”, insiste Brenda, que vive a caballo entre Palm Springs y la costa este de Estados Unidos. Otros de los asistentes, bastantes, están molestos por el comportamiento de sus conciudadanos. “Algunos gritaban y daban puñetazos sobre la mesa; ¡quiero mi césped, tengo derecho a tener césped! Esta historia de “derechos individuales” está llegando a un límite que roza la obsesión y me pone de los nervios, la gente debe despertar”, dice Víctor, voluntario en el Ayuntamiento.
“Tenemos un auténtico problema de educación ecológica, sobre todo la gente mayor, sobre todo los que vienen de Estados norteamericanos donde no hay problemas de agua”, apunta Kate Castle. Esta mujer, distinguida “ciudadana verde del año” por el Ayuntamiento, fan de Al Gore, se ocupa de gestionar un complejo de 299 chalets en Palm Springs, donde lleva a cabo una verdadera labor educativa. ¿Por ejemplo? “Convenciendo a los vecinos de que los cactus son más bonitos que el césped y su plantación también más lógica ya que vivimos en el desierto”. No es así de sencillo, pero ha funcionado. Los espacios comunes de las urbanizaciones, ahora cubiertos de plantas desérticas, dan fe de ello.
Dicho esto, incluso Kate tiene problemas para comprender “por qué los que emplean más agua en el Estado [los agricultores] no están presentes también en la mesa de negociación. Se me escapa”.
Es un hecho, el 80% del agua californiana la consume el sector agrícola, que sin embargo apenas representa el 2% del PIB del Estado. Entre otras soluciones, para hacer frente a la sequía, parece lógico limitar el consumo del agua del sector agrícola e incluso reformar este sector de cabo a rabo. “Por ejemplo, podríamos decidir producir menos alimentos, centrarnos en aquellos cultivos que necesitan menos agua. La cuestión es peliaguda y toda una bomba en el Estado. Aquí no se impone a los agricultores lo que deben producir, puesto que ya tienen la impresión de haber hecho esfuerzos estos últimos años”, explica David Sedlal, del Centro de Estudios Hidrológicos de la Universidad de Berkeley.
Acuíferos
Para delimitar mejor el problema, ponemos rumbo al Valle Central, el corazón agrícola de California. Aquí se cultivan 2,5 millones de hectáreas de tierras y se produce el 25% de los alimentos que consumen los norteamericanos. La calidad del suelo y el clima hacen de él el lugar perfecto para explotar alrededor de 250 cultivos diferentes, desde frutas y legumbres a algodón, pasando por nueces. Cultivos muy rentables y que consumen mucha agua, como las almendras (casi el 80% de las almendras que se producen en el mundo tienen su origen en California), los pistachos o la alfalfa (con la que se alimentan las vacas) se han convertido en muy populares.
El Valle Central todavía es la región que produce más cantidad de tomates en conserva del mundo y precisamente el principal productor local de tomates acepta hablar de cómo vive la sequía. Entre los agricultores y los productores agroindustriales contactados, Farming D es la única empresa que nos abre sus puertas. “Quiero ser el símbolo de los malos agricultores que desperdician el agua en beneficio propio”, ironiza Jim Beecher. “La gente piensa que lo que comen crece en la tienda, tienen que entender cómo funciona esto”, añade.
La entrevista se desarrolla en las oficinas de Farming D, explotación de 3.900 hectáreas o “medium large”, conforme a la clasificación de California, gigantesca comparada con las explotaciones francesas. Aquí se producen anualmente toneladas de tomates para conservas, el 70% de las que se venden en el mercado norteamericano. Farming D también produce trigo, lechugas, almendras y un poco de alfalfa.
Si Jim Beecher se molesta en atender a Mediapart es porque considera que, desde hace varios años, hace todo lo que está en su mano para reducir el consumo de agua. “La sequía hace tiempo que la venimos sufriendo y de forma más acusada que cualquiera en el Estado”, dice el agricultor. “Sufrimos carestía de agua desde 2001”. Jim Beecher se refiere al racionamiento impuesto por el Gobierno federal porque en esta región, tradicionalmente, las explotaciones se riegan mediante un sistema de canalización del agua de los ríos Sacramento y San Joaquín. Pero, desde que el nivel de estos ríos bajó peligrosamente, las autoridades federales decidieron cerrar temporalmente este grifo. “¡No recibimos nada!”, resume Jim Beecher. Han debido adaptarse.
“Dejamos algunas tierras de barbecho, interrumpimos la producción de algodón”, explica mientras recorremos parte de la explotación en coche. Muestra los chalets donde se aloja el medio centenar de empleados a jornada completa que viven en estas tierras, “todos mexicanos”. “Son los primeros que padecen la sequía”, explica. De hecho, las consecuencias sobre el empleo ya se han dejado sentir. Un estudio de la Universidad de California cifra en 2.200 millones de dólares las pérdidas de 2014 para el sector agrícola californiano y en 17.000 el número de empleos perdidos, temporales o a tiempo completo.
Jim Beecher también se ha puesto a buscar agua allí donde había: en las capas freáticas, en el subsuelo. Sin dar cifras, asegura que ha hecho pozos aquí y allá hasta obtener de los acuíferos californianos el agua que necesita. “Soy consciente de que pronto van a limitar el consumo”, apunta, inquieto por lo que pueden estar rumiando en Sacramento. En concreto, se están adoptando medidas dirigidas a limitar las extracciones, pero no antes del... 2020.
El agricultor dice que ha reducido el consumo de agua de su explotación “una quinta parte” desde 1998. “Invertimos en el mejor sistema de riego”, un sistema de riego por goteo enterrado que permite limitar el derroche de agua. Seguimos hablando sobre los métodos de agricultura convencional, que defiende con uñas y dientes. “Es la única forma de dar de comer a todo el mundo”, juzga. “Por supuesto que los tomates orgánicos son mejores que los míos, pero son mucho más caros”.
Reconoce no obstante que “los agricultores de la región están lejos de ser perfectos, sobre todo si se tiene en cuenta el modo en que tratan a los jornaleros”, que algunos “se resisten al cambio, que será difícil de reformar nada”. Pero, a fin de cuentas, en su opinión, esta crisis del agua será buena “al obligar a modernizar los sistemas de riego”.
Otros se muestran un poco menos optimismos y mucho más radicales. “Es imposible seguir así”, dice el historiador Richard White, especialista en el Oeste norteamericano de la Universidad de Stanford. “Lo que se prepara en el Valle Central es una crisis medioambiental, pero también sanitaria. El uso indiscriminado de los pesticidas provoca una contaminación mayor a la de una metrópolis como Los Ángeles y enfermedades”. Es una región de la que se habla poco, ya que no casa con la idea de California donde la gente se presupone que lleva un modo de vida sano y es mas sensible a la ecología que en otros Estados”, analiza el historiador.
“La agroindustria tiene en Sacramento un peso que supera con creces su peso económico real; una constante y un misterio de la vida política californiana”, continúa. “¿Parar las reformas de calado necesarias para proteger el agua y el medio ambiente de California a largo plazo? Quizás no, porque las organizaciones ecologistas son también muy poderosas en Sacramento. Falta por saber cómo se puede sentar a todo el mundo alrededor de una mesa, para reflexionar sin crispaciones sobre el futuro del Estado y actuar. De inmediato.
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Traducción: Mariola Moreno
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