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Mercados del mundo

El mercado que respira

Vendedoras de cangrejos en el mercado de Siem Riep (Camboya).

El viajero sueña con los templos de Angkor, la antigua ciudad sagrada núcleo del Imperio jemer, pero sabe que antes de llegar a ese lugar asombroso (no hay exageración en el término: causa enorme admiración) hay que pasar por una ciudad de atractivo dudoso, pero de relevancia turística indudable: Siem Riep, el lugar más visitado del Reino de Camboya.

"Hay que pasar", escribimos y sí, hay que hacerlo porque allí está el aeropuerto internacional, allí los hoteles y los restaurantes. Angkor es la belleza y la espiritualidad (ocupada, eso sí, por miles de visitantes); Siem Riep, es la megainfraestructura turística, una mezcla de campamento base y ciudad de vacaciones habitada por una abigarrada mezcla de camboyanos y de occidentales de paso cuya presencia ha eliminado de los lugares que frecuentan (cafeterías, bares, alojamientos, clubes nocturnos…) casi cualquier rastro autóctono. Casi, porque frente al hospital infantil se alza un mercado al aire libre que ofrece un perfecto servicio de catering para quienes pasan por el centro médico… y para el viajero, si el viajero se atreve.

Puesto en el mercado de Siem Riep. / INGENIO DE CONTENIDOS

Y porque no lejos hay un Viejo Mercado (Psah Chah, en jemer) donde salen a la venta productos alimenticios y servicios de todo tipo: puestos de verduras, carnes y pescados frente a tiendas de ropas y de artesanía, joyerías junto a servicios de costura y peluquería, locales en los que venden motos, y pescado seco, y embutidos cuyos colores nos hacen pensar en nuestros chorizos, y en nuestros salchichones. Éste es, como tantos en el Lejano Oriente, un mercado lleno de vida.

Por ese mercado deambulan, como por tantos otros travestidos en atracción turística a su pesar, decenas de curiosos cámara en ristre; porque muchos de los animales que se venden para consumo, cangrejos o carpas, no han sido aún sacrificados; pero sobre todo porque allí los clientes van a comprar alimento, a hacerse la manicura, a cortarse el pelo, a solicitar a una profesional de la costura que les arregle o les haga un vestido, a adquirir una joya… el mercado está lleno de vida porque ofrece, en un solo espacio, casi todo lo preciso para vivir cada día.

Servicio de manicura en el mercado de Siem Riep. / INGENIO DE CONTENIDOS

Los vecinos viven de él y en él. Literalmente: su horario, muy extenso, obliga a familias enteras, abuelos, padres y niños, a estar allí de la madrugada hasta bien entrada la noche. Algunos han sufrido amputaciones que no esconden, heridas de guerra, de una dictadura pavorosa o de las explosiones de alguna de las 2,75 millones de bombas lanzadas por EE UU o las 6 millones de minas antipersona plantadas durante la contienda civil, que aún hoy siguen provocando víctimas.

Aquí hay mugre, gentes sentadas en hamacas herrumbrosas tocándose los pies al lado del género o tumbadas durmiendo, niños correteando descalzos y harapientos. Lo que ofrecen, no hay más que verlo, es de primera calidad: frutas hermosas, telas magníficas, joyas lujosas… Pero lo que admira no es el género expuesto, sino el mercado en sí: este monstruo da vida, alberga vida y parece tener vida, tras recorrerlo un par de veces, estamos tentadas a afirmar que suda y respira.

Abandonarlo exige sólo un paso, pero qué paso. Sales de Camboya, del jemer, de los productos locales, y vuelves a Babel, al inglés, a los productos estandarizados, la música ratonera, las luces chillonas. Y te preguntas si los franceses sospecharon al inaugurar el Grand Hotel des Ruines que sobre esas ruinas muchos iban a construir su fortuna, que la gloria autóctona de Angkor, rescatada del abrazo letal de la selva, haría de esta aldea ignota un destino turístico internacional.

Reclamos turísticos en el Templo de Angkor. / INGENIO DE CONTENIDOS

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