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Almudena Grandes y la escritura prusiana

La escritora Almudena Grandes.

Almudena Grandes no abandona la escritura. Ni siquiera en agosto, con media España (y suena a poco) de vacaciones, en Rota (Cádiz), rodeada por una ola de despreocupados veraneantes. Cada mañana, ya sea invierno o verano, llueva, nieve o truene, la escritora se sienta frente al ordenador para dedicarle varias horas a la tarea. Sirva este verano como ejemplo: Grandes alterna la corrección de Los besos en el pan (que saldrá en noviembre) con la escritura del cuarto tomo de sus Episodios de una Guerra Interminable

"No lo parezco, pero soy bastante prusiana", asegura por teléfono en un pausa a media mañana. Esa rectitud que le hace librarse incluso del clima nonchalant gaditano le ha llevado a programar la revisión de su nuevo libro en pleno verano. Eso, y las prisas. "Ha sido un libro sobrevenido, muy raro", explica. Terminó de escribirlo el 15 de julio. Dos meses antes, su editor le había propuesto recopilar sus artículos publicados en El País SemanalEl País Semanal. "Pero a mí los libros de artículos no me gustan", objeta, "Me da la sensación de que los lectores van a encontrarse con algo que ya conocen".

La solución (o la perdición) fue el optimismo: "Algún día el optimismo me va a matar". Cuando leyó la recopilación de columnas, se dio cuenta de que "ahí había un libro mejor, pero más exigente". Sus "cuentecitos" semanales construidos en torno a la crisis han sido reescritos, y otros han sido añadidos, para encontrar ese libro posible. Después de dos meses, Grandes cree haber narrado "la vida de un barrio de Madrid" durante un año o dos de este crash económico. El título, Los besos en el pan, viene de un artículo escrito para The New York Times en el que hablaba de un gesto de posguerra quizás recuperado en los últimos años: "Si se caía un trozo de pan al suelo, nos obligaban a recogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera". 

"Las potencias democráticas fueron aliadas más importantes para Franco que el Eje"

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La costumbre más evidentemente "prusiana" de la autora tiene que ver con el "equilibrio entre los capítulos". "Tengo un lado neurótico con la estructura de las novelas. Si una casa es fea, siempre tiene arreglo si está bien construida. Si una casa es bonita, pero mal hecha, se caerá de todas formas", explica. Por eso no empieza un libro hasta que no está perfectamente definida su estructura, que tiene que atender a criterios casi matemáticos. Deben mantener una proporción, en la extensión pero también en la "densidad". En Los besos en el pan, los capítulos están entre las 4 y las 10 páginas, con una media de seis o siete, explica. Sus capítulos cortos de no ficción suelen rondar los tres folios; los cortos de ficción, cinco, y los largos de ficción, 25. La escritora da las cifras sin dudar un segundo. Y añade: "Los pacientes deldoctor García [su próximo Episodio] tiene una estructura rara para mí: son 46 capítulos, 20 largos y 26 cortos". 

Aunque no se considera "maniática", sí confiesa ser algo "supersticiosa, aunque solo con el trabajo". Un ejemplo: "Nunca imprimo lo que estoy escribiendo, porque un libro no se imprime si no está terminado". En la misma línea, el título no llega hasta el final porque "no se pone nombre a algo que aún no existe". El té que siempre tiene a mano cuando escribe en invierno y el agua fresca que toma en verano no son manías, sino costumbres, explica. Los tres meses que transcurren entre que termina un libro y que lo entrega (lo llama "meter en la nevera") sirven para alcanzar un necesario distanciamiento con la obra. Cuando transcurre ese tiempo, que aprovecha para dar a leer la novela a los más cercanos, llega la fase más dura de corrección: "Suprimo mucho, al darlo a leer veo la clave del efecto que el libro tiene en los lectores". 

Por lo demás, asegura, ninguna mística. Durante la mañana hace pausas para picar algo o leer la prensa, quizás incluso para hacer alguna compra en el mercado o la cooperativa. A mediodía, se cocina. Por la tarde, se lee, se duerme, se va a la playa ("He descubierto que los madrileños somos tontos y que hay que bajar por la tarde"). Tiempo libre. ¿Para vivir? "Bueno... La escritura y la vida son la misma cosa. Escribir para mí es más vivir que ir a la playa". 

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