LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Caníbales

Adictos al poder

El 27S nos refugiamos en la república de Lavapiés, con patines, con amigos y hasta con catalanes. Volvimos a casa muy tarde, llenos de azúcar y de risas; sucios, exhaustos y sin batería. Los niños se rindieron a la cama y los mayores intentamos recuperar, poco a poco, la dignidad, el móvil y el Twitter. Ya estaba casi todo escrutado y en el TL bajaban permutaciones del mismo chiste: “la vida sigue igual”.

Lo que pasa es que, después de tantos meses de insistencia, costaba conformarse con un resultado que no resuelve nada y seguimos actualizando el TL hasta la madrugada. Compulsiva e inútilmente: ni había más datos ni quedaba un solo chiste bueno. Hasta que un tuitero pidió permiso para ponerse el pijama e intentamos cambiar de pantalla: meditamos, pero en la cabeza teníamos sólo el lío previo de este lío, y el lío posterior que ya se nos echa encima. Las elecciones de junio, las de septiembre, las de diciembre.

Y es que junio, que ya parece tan lejano, fue un ensayo general del diálogo, de los pactos, de la empatía.

“Gobernar es escuchar”, dijo Manuela.

***

Quedan sólo unas elecciones en este proceloso 2015 y, ya sola, invierto mi insomnio en esas semanas de junio en que empezó todo. Entendiendo por “todo” esto del cambio.

Durante aquellas largas e intensas semanas de junio en las que el miedo cambió de bando, como ya pronosticaron los Chikos del Maíz, los que no iban a pactar con nadie, pactaron con cualquiera; los que iban a ganar, perdieron; los que lo daban todo por hecho, se deshicieron… Y así.

Durante aquellas largas e intensas semanas de junio, me metí en vena tres temporadas de BorgenBorgen porque quería entender una larga lista de cosas:

(i) ¿Es Dinamarca un mito?

(ii) ¿Es su ficción realidad?

(iii) ¿Se puede pactar y hacer?

(iv) ¿Es factible en España una serie realista sobre política que no sea una tragedia?

(v) ¿De verdad hay gente que quiere el poder para hacer?

(vi) ¿Se puede sobrevivir al poder?

(vii) ¿Y salir indemne?

(viii) ¿Cuántos sapos se traga una buena persona con poder?

(ix) ¿Cuántos sapos (más) son necesarios para hartarse, y decir basta, y pedir que paren el mundo y bajarse (bajarse del poder)?

Y así.

Durante aquellas largas e intensas semanas de junio, todo el mundo hablaba de poder. Unos del poder como yo lo entiendo: poder para hacer, crear, construir, aportar, mejorar. Otros del poder como ellos lo cabalgan: inmovilismo, soberbia e, incluso, un poco de crueldad.

Por eso es tan ilustrativa Borgen. Porque en la primera temporada (ojo, spoilers) aterriza como presidenta una mujer con ideales y ganas de hacer cosas. Una mujer inteligente, respetada y con una vida plena. Una mujer como muchas que, en el primer capítulo, ya está haciendo concesiones… ¿Para? Pues para mantenerse en el poder.

En ésas vino mi ex y me dijo, parafraseando a Emilio Lledó, que él se presentaría por un partido decente. Y yo le contesté que yo no.

– ¿Por qué? Si tú eres una tía comprometida.

– Por dos razones. La primera, quizá suena frívola pero es importante: porque no quiero esa exposición de 24 horas al día. Todo el mundo con el microanálisis apuntando a la peor de tus frases y el más idiota de tus tuits.

– Aceptado.

– La segunda, porque no tengo nada claro lo que hay que hacer. ¿Qué sé yo, por ejemplo, de educación o de sanidad? (aparte de que deben ser públicas y de calidad)

Mi ex no entendió esa razón (él sabe de todo, claro) y yo me quedé atascada en mis dudas y me di cuenta de que lo de no saber me pasa también en la vida y tiene una solución fácil: rodearse de los mejores.

Pero la ficción es pura realidad y demuestra que no, que lo fácil y lo evidente no es el camino que eligen los protagonistas: avanza la primera temporada de Borgen y la presidenta de nombre impronunciable ha perdido esa sonrisa tan suya y tan sincera (arruga un poco la nariz y se le abren los hoyuelos; nada que ver con su sonrisa de compromiso que se desactiva en cuanto las cámaras se apagan) y ha aceptado en su gabinete unos cuantos ministros más que dudosos (y a alguno directamente despreciable).

O sea, ya no tiene a los mejores y puede hacer mucho menos, entre poco y nada.

Mal.

Segunda temporada, y la presidenta ya vive jodida cuando los medios –ay, la sobreexposición– se echan encima de su hija adolescente mientras su marido se raya con la falta de intimidad/libertad/dedicación y sus compañeros le hacen unas putadas escandalosas y…

Y tercera temporada: Birgitte Nyborg, que lo ha vuelto a tener todo (a sus hijos felices, un trabajo que le pone, un amante interesante y cariñoso…) quiere presentarse otra vez. ¿Es masoquismo? No, es adicción al poder. La presidenta favorita de todos los seriéfilos exigentes vuelve sin programa electoral, vuelve en plan suicida y vuelve por... ¿Por qué era? ¿Por poder hacer? No, creo que no. Vuelve para estar de vuelta. Vuelve para demostrar que puede volver a estar.

Durante aquellas largas e intensas semanas de junio, Borgen me confirmó una obviedad: algunos quieren (y ejercen) el poder de hacer; otros persiguen y desean sólo el poder de estar.

***

Tal cual.

En todas y cada una de las declaraciones de esta última campaña no se hablaba de “hacer” para los ciudadanos. Sino de estar, de ser, de parecer. Que no es lo mismo.

“Gobernar es escuchar”, dijo Manuela.

Otra vez.

Si nos preguntaran (y nos escucharan), contestaríamos con un tremendo no a la soberbia. Si nos preguntaran, no responderíamos “patria”; responderíamos educación, sanidad, trabajo. Si nos preguntaran, propondríamos: “por favor, construyamos un presente que se convierta en futuro”. Si nos preguntaran, avisaríamos como Antoni Gutiérrez Rubí que el miedo ya no nos asusta.

Si nos preguntaran, les recomendaríamos que eligieran a un buen equipo y se pusieran a hacer, a construir, a escuchar, a pactar, a querer, a lograr; lo que viene siendo a trabajar.

***

Si nos preguntaran, diríamos que tiene algo ilusionante que las protagonistas de las elecciones de este año, sean, como en Borgen, un puñado de mujeres normales, es decir: listas, profesionales, libres, independientes… Dejando a un lado la ideología, que aquí no toca, a mí me gusta ver a Manuela Carmena, a Cristina Cifuentes, a Ada Colau y a Inés Arrimadas haciendo lo que las mujeres saben hacer: echarle coraje.

Madrid, 8:57 a.m.

Como siempre, los periodistas les preguntarán por la conciliación, les insinuarán que son marionetas de algún hombre, querrán maquillarlas y las sacarán en fotos sin cabeza. Pero ellas tienen muy claro quienes son.

Y, sin embargo, en las elecciones generales, esas elecciones navideñas, todas las cabezas de cartel son hombres. ¿Por qué?

P.D.: a todo esto, gracias a @mlagoa por prestarme Borgen. Es la mejor ‘coach’ de series que conozco y, también y sobre todo, una tía excepcional. Ojalá fuera presidenta. P.D.2: La definición de “poder” en el diccionario de la RAE: aquí.

Más sobre este tema
stats