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Cine

‘Amama’: El largo final del caserío vasco

Secuencia de 'Amama', película de Asier Altuna.

No es la primera película con título en euskera que el espectador está escuchando estos días. Amama (de estreno este viernes) llega precedida por la elección de Loreak como representante de España en la próxima edición de los premios Oscar. Las dos están rodadas íntegramente en euskera y las dos han pasado por el Festival de San Sebastián (Loreak fue la primera en ese idioma en hacerlo). Falta ver si Amama consigue continuar el camino de su predecesora hasta los premios Goya o incluso los Oscar. Pero la repetición certifica nuevos brotes en el cine en Euskadi. 

A Asier Altuna, el artífice de esta narración sobre la brecha entre el mundo rural tradicional y el urbano de la siguiente generación, no le importan las comparaciones. "El equipo de Amama y de Loreak es el mismo. Me dicen: 'Loreak te está haciendo sombra'. No, Loreak me está abriendo caminoLoreak ", explica en Madrid durante la promoción de la película, arropado por un tiempo invernal. El director considera que el reconocimiento a su filme hermano y su entrada en la sección oficial del Zinemaldia señala el funcionamiento de una industria pequeña pero sólida: "Producimos cuatro pelis al año de cierta envergadura. Hemos dejado de mirar a Madrid o Barcelona y hacemos cine viviendo allí". El logro —vivir del cine en el país europeo que más ha visto caer la venta de entradas en los últimos años— coincide con una bajada en el ritmo de producción y de las subvenciones a nivel nacional. "Podemos hacer películas, sin grandes lujos", dice, triunfante.

Amama es una de las afortunadas que ha superado el recorte en las ayudas del Gobierno a la producción. La película, con un presupuesto de en torno a un millón de euros, ha recibido gran parte de la ayuda de la televisión autonómica, que promueve los proyectos en euskera. Fue la misma que recibió Loreak. Sus directores, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, dijeron que tomaron la decisión de usar el euskera como único idioma (en lugar de hacerla bilingüe) en parte por optar a ciertas ayudas públicas. "Con el idioma siempre he tenido una relación de credibilidad y naturalidad. Si localizo la peli en un caserío… Muchos de ellos ni siquiera saben hablar bien español", explica Altuna.

Su filme recoge un fenómeno que lleva dándose, silenciosamente, durante décadas: el abandono de los caseríos al pasar de una generación que ha pasado su vida trabajando la tierra a otra que se ha marchado a vivir a la ciudad. Ni Amaia (Iraia Elias) ni ninguno de sus hermanos quiere continuar con las labores de sus progenitores. Sin un heredero, el caserío está en peligro, y el padre, Tomás (Kandido Uranga) no está dispuesto a permitirlo. Disputas familiares que van más allá del reparto de la tierra y que reflejan la colisión entre un mundo que se acaba y otro nuevo que se impone.

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La pregunta que se plantea Amaia a través de sus videocreaciones es cómo mantener los lazos con la tradición y cómo afecta eso a su identidad. Las mismas que se ha hecho Altuna, que vivió hasta los 20 años en un caserío. Parte de la película nace de su memoria: el ambiente, el silencio (con gran presencia en la película), la naturaleza, las grabaciones caseras en Super-8... y la abuela. Esa abuela "elegante, callada", la amama que vertebra tanto el trabajo de Amaia como la película de Altuna. La que tardó tres meses y medio en encontrar.

Lo hizo por casualidad, en una cafetería. Lo explican los grandes ojos claros de Amparo Badiola, que en el filme reflejan el dolor de la ruptura familiar. Esta mujer de 84 años tuvo que dejar España para emigrar a Francia durante la Guerra Civil. Con cinco años se instaló en el país vecino (ahora vive en Sète, en la costa mediterránea). Su acento se pierde entre el vasco y el francés. Altuna la vio una tarde, se presentó y le propuso ser la amama de Amama. Ella nunca había actuado. "No me lo creía. 'Sí, sí, en serio', me decía. Todos me animaron a hacerlo. ¡Hasta mi médico!", recuerda, apurando su té. Frente a ella, la joven Iraia Elias —habitual del teatro antes de estrenarse en el cine— la describe como alegre y parlanchina en el rodaje. ¿No fue duro crear esa tensión soterrada? Se encogen de hombros. "El rodaje fue muy natural, fluido". Ninguna ruptura entre estas generaciones. 

Son la hija y la nieta, con la madre como tercera pieza del engranaje, las que hacen que prevalezca la unión familiar frente a las disputas por la conservación del caserío. Tomás, el padre, es el que aún se aferra al bosque, las ovejas y los puerros. "Un amigo gallego me decía, sobre todo hablando del padre, 'Esto lo he visto yo allí'. Y un amigo cordobés, igual. Son leyes rigurosas y roles familiares que, como los tiempos cambian tan rápido, se quedan descolgadas", explica Altuna. Algo que trasciende, como asegura Badiola, fronteras regionales y culturales: "Yo lo he visto en los campesinos franceses, esas formas, ese silencio". Y el conflicto, y los caseríos abandonados. Pero también el sonrojo de padres e hijos que se comprenden y abrazan por primera vez.

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