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La isla de Alice

La isla de Alice

Sara Vítores

La isla de AliceDaniel Sánchez ArévaloFinalista premio Planeta 2015Editorial PlanetaBarcelona2015

Que cada uno de nosotros juega a ser Dios. Que el camino está por hacer. Que ocultamos nuestra gran bola de mierda. Que nos pasamos el día –la vida- buscando nuestra isla, y casi siempre ya estamos en ella. Que hay amores de verdad. Que usamos el mismo lenguaje. Que tenemos los mismos sueños. Que Hopper nos saca fotos. Que un día nos reímos bailando el gangnam style. Que viajamos para encontrarnos. Que nos encontramos cuando ya nos hemos parado. Que puedes querer a dos personas a la vez, y no estar loco. Que las cosas existen porque les ponemos nombre. Que llevamos las claves, las llaves, colgadas del cuello. Que si juntas Moby Dick, La Isla del Tesoro, Robinson Crusoe, El Hombre Invisible y Alicia en el País de las Maravillas, te sale la vida.

Estas son sólo algunas evidencias a las que llegas (o a las que vuelves) leyendo la novela de Daniel Sánchez Arévalo, finalista del Premio Planeta 2015, con La Isla de Alice. Ah y también aprendes que la gente es buena por naturaleza. Que le den a Hobbes.

La isla de Alice bebe de los clásicos para hacernos avanzar por un paseo fácil, adictivo, más cinematográfico que literario, más amable que rotundo, más sencillo. Muy sencillo. Es la primera novela para adultos del director de Azulsocurocasinegro, Primos o La gran familia española. Pero que no la lleven al cine, por Dios, porque me va a gustar menos. O si la llevan, que la dirija él, Daniel. No, no, mejor que no la toquen, que está bien así como está.

La isla de Alice es un modo de vida de una generación –los que ya no somos jóvenes pero creemos que sí- los que vimos en la tele (al principio en blanco y negro) La bola de Cristal, Sabadabadá o UVE. Los que volamos el cielo en bicicleta llevando a ET en la cesta. Los que, también gracias a Sánchez Arévalo, hemos querido decir “te prequiero”… y al final no nos hemos atrevido. Los que no nos damos tregua diciéndonos cada poco “craso error”, los que tenemos varios amigos TOC y a los que un día dejó de darnos vergüenza decir que cuando oímos el Missing de Everything but the girl lloramos acordándonos de ti.

Vamos un segundo al argumento: chica joven, pelirroja, guapa, casada con Chris o Christ –eso se verá al final-, con una hija de seis años y embarazada, se queda viuda. Chris o Christ –ya lo veremos, he dicho- muere en un accidente de tráfico. Alice, que es esta chica guapa y todo lo demás, no entiende nada, porque el accidente ha sido en una carretera en la que no tendría que estar él. Se pone a investigar hasta que da con una isla, Robin Island. Ahí empieza todo. Así que La isla de Alice, además de una historia de mirarse por dentro para observar al otro, es una novela de intriga.

Alicia Giménez Bartlett gana el Premio Planeta con su novela ‘Hombres desnudos’

Alicia Giménez Bartlett gana el Premio Planeta con su novela 'Hombres desnudos'

En la isla hay un tío bueno que vive en un castillo. Otro tío bueno, pero casado; una escritora sexy… (es su mujer). Una amiga, divorciada y maltratada; un señor con alzheimer y su hija de mirada azul, un árbol del amor, muchos ponis, algunos caballos; muchos peces y algún mapache. Una alcohólica y su marido. Y hasta un hidroavión.

Daniel Sánchez Arévalo se entretiene como si entrara en una librería y se quedara ahí tres horas mirando libros que nunca se llevará. No sé cuántas veces se habrá psicoanalizado, no sé cuántos psicólogos habrá visto, no sé si ha hecho meditación, pero en  La Isla de Alice nos psicoanaliza a todos. Sánchez Arévalo conoce al género humano… y conoce y mucho al género femenino ¿cómo puede escribir 618 páginas de un libro poniéndose en la piel de una mujer, en la cabeza de una chica, en la experiencia de ser madre, en las sensaciones de la soledad femenina? No lo sé, pero lo hace.

Sánchez Arévalo se reafirma en La Isla como un magnífico contador de historias pequeñas, como un optimista escondido bajo la piel de un tímido, como un soñador de caminos agrios y finales felices. Y ¿por qué no soñarlos? ¡Te lo pone tan fácil!

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