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Los diablos azules

El caballero de la triste figura cabalga solitario

Fotograma de 'Lost in La Mancha'.

Ruth Zauner | tintaLibre

“A ver, Clavileño, el caballo de madera que el Quijote monta junto con el aterrado Sancho para vencer al gigante Malambruno, como acabamos de leer, ¿a quién os recuerda?”, pregunta Alicia, la profesora de Lengua y Literatura. Varias voces entre la veintena de adolescentes que asisten a su clase responden casi al unísono “al caballo de Troya”. “Muy bien”, afirma ella con entusiasmo, intentando por todos los medios arrancar a los chavales del letargo de la última clase de un viernes de un invierno casi primaveral, en el Instituto de Enseñanza Superior Valdebernardo, de Madrid.

Recurre a numerosos juegos y referencias para intentar atraer la atención de unos chicos cuyos tics nerviosos con las piernas, los coqueteos infantiles con bolitas de papel incluidos, o el interminable bostezo existencial denotan dificultades para concentrarse y un cierto desinterés.

Aun así, sus esfuerzos se ven recompensados con la participación activa de otro grupo dentro de la clase, más crítico, provocador en ocasiones. Van a leer el poema de Gabriel Celaya dedicado a Sancho Panza. Ella pregunta si han traído el libro. Hay varios que no, así que se vuelve hacia un joven embutido en una camiseta de Motorhead, Jonás, que se atropella leyendo los versos: “Los señoritos Quijano siguen viviendo del cuento,/ y tú, Sancho, les toleras y hasta les sigues el sueño/…/ Cabalgando en tus espaldas se las dan de caballeros/ y tú, pueblo, les aguantas…”.

Entre las voces críticas que han surgido para denunciar el desinterés de las actuales administraciones públicas por la celebración del IV Centenario de la muerte de Cervantes, quizá las más descarnadas son aquellas que vuelven la mirada hacia la enseñanza de la magna obra del manco de Lepanto en los institutos públicos. Una de las reivindicaciones más pertinentes y también más difíciles de poner en práctica pese a su aparente sencillez —recogiendo un sentir muy extendido entre los defensores de la Literatura—, la ha manifestado el poeta y profesor de Filología Clásica de la Universidad de Salamanca Juan Antonio González Iglesias, quien considera que el auténtico homenaje pasaría por recuperar la asignatura de Literatura, independiente de la de Lengua en los grados elemental y medio, pues es a través de la pedagogía como se alienta el amor a la cultura y a los clásicos y se mantiene viva su existencia. Idea que defiende también el cineasta y miembro de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) Manuel Gutiérrez Aragón cuando señala que es a través de enseñanzas de los maestros como poco a poco nos vamos adentrando en estas obras.

Arrinconar a la literatura

Cuando se les pregunta a estos jóvenes por qué es tan importante Cervantes en la cultura universal, las respuestas se diluyen en afirmaciones vagas. Jaime señala que es el mejor escritor de la literatura en español de todos los tiempos. Pero después no sabe explicar por qué. Sofía reconoce directamente que no lo sabe. Y Kevin, el más contestatario, con una mirada penetrante bajo su pelambrera rosa, afirma retador: “A mí no me gusta el Quijote. No me atrae. No me identifico”. Después, a pesar de cursar el bachillerato de Humanidades, reconoce que no lee demasiados libros. Busca la información y la distracción en Internet. Este airado adolescente, que manifiesta en cada gesto su deseo de independencia, no ha encontrado el camino para llegar a uno de los adalides de la libertad individual, la del soñador loco de La Mancha. Los compañeros que le rodean en los bancos asienten dándole la razón. A este libro de humor y entretenimiento en su época no le ven la gracia. Reconocen que el texto les resulta lejano. ¿Por qué? ¿Habría que encontrar nuevos modos de transmitirlo, más acordes con la realidad que viven estos jóvenes, tan fragmentada por los móviles, el Whatsapp, los tuits y Facebook?

Eduardo, profesor de Lengua y Literatura en el instituto Severo Ochoa, en Alcobendas, declara que le parece muy lógico que los chicos reaccionen así, porque “es una lectura muy difícil. Y como a los chicos cada vez les cuesta más leer, pienso que tal vez habría que hacer su lectura obligatoria. Galdós, cuando yo era joven, lo leía cualquiera. Ahora es sólo una asignatura de Literatura”. Requiere mucho tiempo y dedicación. Precisamente algo de lo que carecen estos esforzados enseñantes, que lidian más con los problemas que genera la disciplina en las aulas y con la incomprensión de las autoridades pedagógicas que desarrollan planes de estudio de imposible aplicación, que con los textos en sí.

Benito, jefe del departamento de Lengua y Literatura en el mismo instituto, insiste en que los estudiantes están más distanciados del texto. “Es una aventura entender un párrafo, hay que concentrarse, y ellos no están dispuestos a hacer el esfuerzo. Son perezosos porque todo lo quieren entender a la primera”. Otro profesor, Agustín, recalca que incluso los alumnos a los que les gusta leer sienten que la estética del Quijote está muy alejada de la actual, y “no encuentran un enganche con el Quijote”. Antes, desde muy temprano, se les introducía en la literatura y llegaban al bachillerato y ya les sonaba. Ahora sienten menos curiosidad. Manifiestan incluso rechazo”.

A estos profesores, esforzados paladines de una causa que parece también perdida, como es la enseñanza de la Literatura, les parece que el problema radica sobre todo en el diseño de los planes de estudio y en la marginación cada vez mayor de todo aquello que no se considere utilitario. Pero también con la sensación de estar maniatados y carecer de autonomía para diseñar la enseñanza que tienen que impartir. “Los profesores carecemos de libertad para tener iniciativa, porque no disponemos de margen, porque todo es utilitario y busca cumplir un currículo”, asevera Benito, “necesitamos espacios de libertad y parece que eso es inimaginable en la actualidad”.

La situación que sufren, como amantes de las humanidades y de la literatura en particular, ya la anticiparon algunos intelectuales. Uno de los que más claramente ha denunciado la exclusión de las humanidades del universo pedagógico, a través de un perverso proceso de mutilación de todo lo que está ligado a ellas, es Jordi Llovet, poco antes de retirarse prematuramente de su cátedra de Teoría de Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, en 2008. Lo hizo a través de una obra ácida, divertida y desolada: Adiós a la Universidad: El eclipse de las Humanidades. Como muchos estudiosos han señalado ya, a modo de advertencia, la fama del Quijote se produjo mucho antes en Inglaterra, Francia o Alemania que en nuestro país, muestra de que tal vez España no se merezca a un autor tan grande, inventor de la novela moderna y cuya influencia se puede rastrear en numerosos autores posteriores, desde Flaubert, Dickens y Dostoievski a Thomas Mann, Kafka, Foucault o Borges. La mercantilización indiscriminada del poder y la proletarización de la universidad, que tan certeramente diagnostica Llovet, destierran el humanismo de la Universidad, pero el mal alcanza también a la enseñanza secundaria. Eso explica que tan sólo dos de cada 10 españoles manifieste haber leído el Quijote. A pesar de ser Cervantes el autor del libro más editado y traducido de la historia después de la Biblia.

Isabel, otra profesora, considera que una buena forma de introducir a los chicos en la lectura es a través de adaptaciones, porque se trata de “fomentar la cultura de la lectura”. Antaño, en primaria, los escolares lo leían completo en una adaptación y “lo encontraban ameno, entretenido, les gustaba”. Benito apunta a los cambios en la sociedad, a la invasión de las nuevas tecnologías, una revolución que conduce a una disminución de la lectura. Y recuerda que, efectivamente, antes, en tercero de BUP, se llevaban a cabo lecturas completas, y de ese modo entre un 15% y un 20% “se enganchaba”.

Marginar la creatividad 

Si la crisis económica de los últimos años ha resultado devastadora en general, en particular para los segmentos más vulnerables pero también para la llamada clase media, dada la endémica desidia de los gobiernos con respecto a la pedagogía, sus efectos han resultado devastadores en la enseñanza pública. Los recortes no sólo han constreñido y generado una enorme inquietud y malestar entre un profesorado ya de por sí poco reconocido en este país. Les han condenado a una difícil supervivencia que se explicita en el alto índice de enfermedades ligadas al estrés, como la ansiedad y la depresión, cuyo índice, según las estadísticas, crece en este colectivo profesional por encima de los demás. Eso, naturalmente, afecta también a la enseñanza de las humanidades. Al hablar, pues, de Cervantes resulta irremediable referirse también a la situación de este colectivo.

Según el director del departamento de Lengua y Literatura, los recortes han resultado aniquiladores. Y Eduardo le da la razón cuando explica que el incremento del número de estudiantes por clase así como el del número de clases, que no va aparejado con el incremento de profesorado “apenas  dejan margen para corregir, cuando además el alumnado es cada día más difícil. Los planes son casi de imposible cumplimiento. Hay un intento —tal vez legítimo— de controlar a los profesores. Pero el programa no se puede dar”. A lo que Javier apostilla que ello se debe también a una “idea acumulativa de la cultura. La idea de que la enseñanza debe servir para formar personas ha desparecido”. Ahí se suma Belén, la más reciente entre los enseñantes, aseverando que “dada la actual ley de Educación, no hay manera de ampliar el programa con otras iniciativas, no hay tiempo para hacer talleres o imaginar actividades paralelas. Sólo enseñamos conceptos en lugar de formar ciudadanos”. Los profesores se quejan de que en tan sólo dos cursos la materia abarque desde la Edad Media hasta el Romanticismo, con lo que queda un tiempo mínimo para Cervantes.

Surge pronto el meollo de la cuestión: el perjuicio para la literatura que ha supuesto su desaparición como asignatura independiente y su integración con la de Lengua. “Ha salido perjudicada la literatura, porque ha quedado relegada frente a la lengua. Todo lo relacionado con los aspectos más creativos de la cultura quedan marginados”, sentencia Benito, cuyas opiniones apoya Nereida, otra profesora del Severo Ochoa: “Todo lo marcan las pruebas externas, que llevan a incidir más en la lengua”. “Eso” afirma Eduardo, “las pruebas externas condicionan la preparación y nos convierten en academias, porque a los estudiantes lo único que les preocupa es el temario del examen. Así, por ejemplo, Cervantes les preocupa poco porque no entra en el temario. Y no digo que los textos no estén bien elegidos, pero resulta cuando menos chocante que no incluyan a este autor”.

Ello lleva a que la percepción que de la literatura tienen los estudiantes también esté sesgada por el utilitarismo. Cuando se les pregunta para qué creen que vale responden vagamente que “para expresar sentimientos”, “para conocer cómo vivían en el pasado”, pero “no para ganar dinero”. Y sin embargo se muestran críticos con la situación actual, manifiestan desacuerdo con la política económica, muestran sensibilidad frente a las desigualdades y aseguran que ellos darían prioridad a “las escuelas, las causas sociales, a los bancos de alimentos y a los refugiados”, como afirman Kevin y Javier en nombre de la mayoría.

Este árido panorama, que llevará a Benito a exclamar que los profesores “nos estamos convirtiendo en seres tristes” o a Javier a disculparse porque “todo lo que tenemos en la boca es una queja”, no mejora cuando se les pregunta tanto a los chicos como a los profesores por la coordinación entre Cultura y Educación de las diversas administraciones, de si se han puesto en contacto con ellos, si les han requerido de cara al IV Centenario… El primer gesto es de asombro en todos los interlocutores. “¡Aquí con los recortes que van a darnos nada! ¡Si no tenemos Internet, y a veces falta la tiza! ¡Si la profe no lo hubiera dicho, ni siquiera nos habríamos enterado del centenario!”, resume Jonás el sentir general del grupo.

Huesos en lugar de actos

Los reproches cruzados en los medios de comunicación entre el Ministerio de Educación y Cultura, la RAE, el Instituto Cervantes y otras múltiples voces individuales en el campo de la cultura han puesto de manifiesto la desidia del Gobierno y de las distintas administraciones con respecto al IV centenario. El Ayuntamiento de Madrid, por deseo de la anterior regidora, Ana Botella, del PP, ni siquiera entró a formar parte de una comisión organizadora que no se constituyó hasta la primavera de 2015. A lo único que se dedicó con ahínco el Consistorio fue a buscar los huesos del escritor en el convento de las Trinitarias de la calle Lope de Vega donde murió Cervantes, en un gesto muy claro del significado que para este partido tiene la cultura. Tras las críticas que le llovieron, finalmente la comisión presentó el pasado mes de febrero una lista de 229 actividades para la conmemoración: exposiciones —la de la Biblioteca Nacional ha dado el pistoletazo de salida—, charlas, conferencias, talleres… El ramillete de fuegos de artificio habitual, sin un objetivo claro más allá del ruido mediático que se pueda obtener y que el tiempo borrará con suma rapidez, salvo honrosas excepciones.

Y eso a pesar de que las exenciones fiscales llegan a alcanzar el 90% para el patrocinio privado. Un asunto que resulta todavía más sangrante al coincidir con el IV Centenario de la muerte de Shakespeare, que ha arrancado con un artículo del propio Cameron, y al que Reino Unido se ha entregado con un proyecto que abarca a 140 países y que se plantea unas metas que aseguren la pervivencia del otro gran titán de las letras universales: volcarse en los jóvenes, aprovechar las nuevas tecnologías e incluso convertir su obra en un motor de cambio social en barrios deprimidos.

Mientras tanto, en nuestro país, en el que parece que la cultura es un enemigo más que el vehículo para el crecimiento de ciudadanos críticos y libres, los esforzados caballeros y damas de la triste figura que luchan en solitario en los centros de enseñanza siguen intentando que la llama de ese conocimiento no se apague.

Alicia, a punto de terminar la clase, le pide a Olga, una muchacha decidida, que recite la Letanía de nuestro señor don Quijote del poeta Rubén Darío. Ella arranca con un tono monocorde. La profesora le interrumpe y comenta: “Tienes una voz muy bonita. Creo que lo puedes hacer muy bien si te da la gana. ¿Te da la gana?” Tras carraspear, la voz de la joven se eleva en medio del aula:

“… Por nos intercede, suplica por nos,/ pues casi ya estamos sin savia, sin brote,/ sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,/ sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios”.

*Ruth Zauner es periodista, editora y traductora.  Ruth Zauner

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