El rincón de los lectores
Gramsci revolucionario
En el género biográfico, la pretensión del autor lo es todo para poder evaluar, a posteriori, el resultado de su empeño. En Antonio GramsciAntonio Gramsci, vida de un revolucionario (Capitán Swing, 2015), el escritor Giuseppe Fiori reconoce no tener otra ambición que poner “cabeza, piernas y cuerpo” al Gramsci más conocido, el gran intelectual y dirigente político. Una perspectiva humana de un italiano universal que pasó los últimos once años de sus cuarenta y seis vividos en la cárcel.
Fiori fue sardo como Gramsci y también periodista, probablemente no del mismo tipo, pero son estas dos afinidades que ayudan a entender la profunda empatía del autor del libro con la persona cuya vida se cuenta. Fue Fiori, también, un hombre de izquierdas, senador durante tres legislaturas (1979-1992) en el grupo de la Sinistra Indipendente, formado por personalidades sociales de relieve elegidas normalmente en las listas del Partido Comunista Italiano (también algunos del Partido Socialista Italiano) y que se constituían como grupo autónomo en el senado italiano. Esta tercera similitud resulta, con toda seguridad, muy determinante en la narración del libro. Primero, porque es evidente que el autor, permitiendo que la vida del personaje hable por sí misma, entiende el valor y el significado de la expresión “compromiso político” en circunstancias dramáticas y en términos individuales.
En una de las cartas escritas a su cuñada, Tatiana Schucht, Gramsci reconoce sus dudas sobre si el compromiso completo y definitivo con la causa revolucionaria no debiera haber significado una renuncia inequívoca a la vida personal. Una especie de guerrero jedi avant la lettre. Gramsci fue un hombre entregado a la militancia revolucionaria, pero fue también un hombre enamorado, amante padre en la distancia obligada por la prisión, y persona cercana a su familia, a la que no dejó de tener presente hasta el final de sus días. Las dudas que expresaba eran más fruto de la amargura y la soledad que de un deseo sincero de autoexclusión.
La otra razón que evidencia el compromiso de Fiori con la vida militante remite a la evidencia de la política delicadeza con que se trata una situación histórica compleja y difícil en la vida de Italia y en la constitución misma del Partido Comunista Italiano (PCI). Sobre todo porque los conflictos virulentos que se produjeron entre camaradas, en esos momentos, colocaron a algunos de los iconos del movimiento comunista italiano en posiciones diferentes y confrontadas. Y conviene no perder de vista que estamos ante la traducción de un libro escrito en 1966. Los personajes a los que nos referimos son los dirigentes Togliatti, Terracini, Gramsci, Scoccimarro o Bordiga. Incluso el choque con Bordiga y la izquierda sectaria del Partido Comunista en ese momento, así como los debates y purgas en el Partido Comunista Ruso y en la Internacional Comunista, son presentados como disputas ideológicas que deben ser contextualizadas para ser comprendidas. No hay ensañamiento con nadie y se agradece el escaso interés del autor en pontificar usando la vida de Gramsci como excusa.
Es muy ilustrativo de este cuidado y contención y, al tiempo, de la entereza moral y compromiso de Gramsci, el episodio relativo a la carta que este envía en nombre del Buró Político del PCI al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1926, y que refleja la “irresistible angustia” de los comunistas italianos frente al enconamiento del debate en el seno del partido bolchevique. Gramsci, en lo que se refiere a los contenidos, compartía los criterios de la mayoría del Comité Central, pero recordaba a todos sus obligaciones internacionalistas. Reprochando a la derecha (Kamenev, Zinoviev, Trotsky) sus posiciones, no dejaba de reconocerles su papel de maestros y arrojaba dudas sobre la necesaria contención del Comité Central en la gestión de la crisis. “Porque queremos estar seguros de que la mayoría del Comité Central (…) no pretende abusar de su victoria en la lucha y está dispuesta a evitar las medidas excesivas”. La carta disgustó profundamente a Togliatti.
Por otra parte, nadie podrá pensar al final de la apasionante y conmovedora lectura de este libro que hemos acompañado a un héroe. No hay glorificación ni voluntad de favorecer esa lectura de la vida narrada. No obstante, es evidente que asistimos al retrato de una persona extraordinaria en una situación histórica extraordinaria. El dibujo de ese contexto histórico, en sus variables más significativas, es relevante para poder entender en toda su plenitud a este Gramsci humano y sufriente cuya vida y compromiso nos resultan —después de leer el libro— tan conmovedoras y admirables.
Togliatti y otros dirigentes del PCI extendieron la afirmación de que Gramsci había nacido en una familia humilde y campesina. El libro de Fiori fue de los primeros en hacer notar la inexactitud de ese dato. El padre de Nino, Francesco Gramsci (también conocido como señor Ciccillo) pertenecía a la típica familia meridional de buena condición que suministra los cuadros intermedios a la burocracia estatal. Su madre había nacido en el seno de una familia media que vivía bien, lo que en la isla de Cerdeña quería decir “una casa, un poco de tierra, lo suficiente para vivir dignamente”.
Pero las condiciones misérrimas de la vida en la isla y las causas de ésta (la explotación colonial de Cerdeña por el centro y el papel del Estado), tienen una profunda impronta en la formación política de Gramsci y en su apreciación tanto de la llamada “cuestión meridional” en Italia como del papel del campesinado en la revolución proletaria. La idea dominante del socialismo positivista y primitivo fue que la cuestión meridional era la evidencia de una sociedad arcaica y atrasada que solo suponía un lastre para la voluntad revolucionaria de la clase obrera. Frente a esta perspectiva, Gramsci argumentó la necesidad de una política pública integral del Estado italiano para permitir a las zonas más atrasadas de Italia salir del marasmo económico y cultural.
En relación con las perspectivas de cambio revolucionario, defendió frente a Togliatti en algunos momentos y frente a otros sectores del partido la obligación de la clase obrera italiana (débil, fragmentada y minoritaria) de aliarse con el campesinado para lograr sus objetivos de cambio social. Su idea era la necesidad de una weltanschauung proletaria, una nueva concepción de la vida que pudiera estar en condiciones de sustituir el sentido común precedente, el de las clases dominantes.
Impresionan los datos de extrema miseria de Cerdeña a finales del siglo XIX. En la leva de 1891 (año de nacimiento de Antonio Gramsci), de 11.632 jóvenes registrados, 7.698 fueron declarados no aptos, y de ellos 2.846 lo fueron por razones de desnutrición severa. Esta situación de extrema pobreza e injusticia se acompañaba de una escasa tradición de organización sindical, política o gremial que tiene como consecuencia una sublimación de otras formas de rebeldía que son sentidas como gestos de heroísmo popular frente a los poderosos: el bandolerismo benigno, el robo o la pillería, explosiones de odio social descontroladas…
Este es un punto muy interesante de la narración, porque abunda en esa idea de la singularidad de la condición del mezzogiorno y de su encaje creativo en la lucha revolucionaria tal y como se planteaba en la primera década del siglo XX. También ayuda a entender dos cosas diferentes en el conflicto político y social: las condiciones para el surgimiento de determinado tipo de reivindicaciones nacionales y el papel ambiguo que el Estado juega para determinadas poblaciones. En determinadas situaciones, el Estado es pensado como parte del problema y no de las soluciones.
En este ponerle “cabeza y cuerpo” a Nino, las páginas dedicadas a su paso por el Liceo y después por la universidad, resultan conmovedoras. Gramsci no había salido prácticamente del entorno rural hasta los 18 años en que dio el salto para estudiar en el Liceo Dettori de Cagliari. Era finales de 1908. De sus condiciones de vida puede dar cuenta estas palabras escritas a su padre en febrero de 1909: “Ahora hemos de tocar un punto doloroso: sobre lo del traje no me has escrito nada; y yo, cuando estuve en Ghilarza, iba ya indecente, como tú mismo dijiste… para no hacerte avergonzar no he salido de casa desde hace diez días. Entonces estaba indecente y ahora, que ha pasado un mes y medio y han aumentado las manchas y los rotos, no estoy ya indecente, sino sucio y estropajoso… Si el director me manda el bedel a casa, le digo claramente que no voy a la escuela porque no tengo un traje limpio que ponerme”.
En Cagliari conoció a Raffa Garzia, su profesor de italiano, que tanta influencia tuvo en él. En su periódico L’Unione Sarda publicó Gramsci su primer artículo periodístico. Terminados sus estudios secundarios, consiguió Gramsci una beca del Colegio Carlo Alberto para estudiar en la Universidad de Turín. Allí comenzó verdaderamente su vida política y su compromiso militante. Nunca terminó sus estudios universitarios. Participó en la formación del Partido Comunista Italiano en 1921, aunque pensaba que la batalla en el Partido Socialista no había terminado y no compartió la deriva sectaria que le imprimió Bordiga desde el comienzo.
Viajó a Moscú en 1922 donde conoció a Julia Schucht, la que sería su compañera, madre de sus dos hijos y el amor que ayudó a Gramsci a darle un sentido adicional a las cosas. La pasión amorosa de Nino puede parecer poco relevante en relación con sus escritos políticos, pero sin la fuerza que esa relación le suministró es difícil discernir qué hubiera ocurrido.
De su capacidad de análisis y de su escasa voluntad de escribir para satisfacer los cánones dan cuenta muchas referencias. Una de las más celebradas es el famoso artículo que escribió tras la revolución rusa: “La Revolución contra El Capital”, una defensa de un marxismo vivo, no tomado al pie de la letra, y creativo. La conclusión es que si los comunistas rusos hubieran sido dogmáticos —en el sentido canónico de la expresión— nunca hubiera habido revolución en Rusia.
Hay una cuestión que me gustaría destacar de la obra de Gramsci entre las muchas posibles: su comprensión del fascismo como un fenómeno novedoso y con un potencial de desestructuración para el movimiento obrero enorme. Cuando se produjo la Marcha sobre Roma, encabezada por Mussolini en octubre de 1922, y cuando el rey Vittorio Emmanuelle III le encarga formar gobierno, Bordiga dirá que es solo un cambio de gobierno un poco movido. Esta incomprensión del fascismo por una parte significativa del movimiento comunista —además de otras razones— alimentó la lógica que llevó al giro del VI Congreso de la Internacional Comunista (1928), en el que se defiende la idea de la dictadura del proletariado como propuesta política para superar la dictadura fascista de la burguesía. Y se declara a la socialdemocracia como enemiga de la clase obrera y se la tilda de socialfascismo. Es el período negro de sectarización y minorización de los partidos comunistas en Europa.
Según esta propuesta, el fascismo radicalizaría a la clase obrera y a los sectores populares, de manera que la lucha por el socialismo se haría evidente. Esta era la idea de Togliatti y de Stalin, claro. Frente a esta tesis, Gramsci defendió la creación de Frentes Populares amplios. Su análisis era que el fascismo desestructuraría las organizaciones populares, sembraría el terror y produciría el deseo de recuperar las libertades civiles y políticas. De manera que la lucha por la democracia se constituía en un estado imprescindible antes de acometer la lucha por el socialismo.
La creación ulterior de los Frentes Populares le dio la razón demasiado tarde. Pero este episodio no solo fue una disputa ideológica: tuvo repercusiones en su vida carcelaria —algunos compañeros del partido en la cárcel pidieron su expulsión y le hicieron el vacío personal— y agrandó su sensación de soledad. Pero esta prudencia analítica y este voluntad de partir de lo real existente, y no de lo real imaginado, le llevó siempre a considerar que la condición de vanguardia del Partido Comunista debía ser el de acompañar a la clase obrera a salir de su marasmo cultural e ideológico. Por eso lo de no estirar más la pierna de lo que las sábanas están en condiciones de cubrir.
Gramsci fue detenido en noviembre de 1926 —cuando era diputado y gozaba de inmunidad parlamentaria— y juzgado y condenado en 1928. De ese famoso juicio la triste expresión del fiscal fascista: “Tenemos que impedir que ese cerebro piense durante los próximos veinte años”. Entre tanto, se produjo un extraño suceso, la llegada de una carta escrita por un dirigente del partido, Graco, que tuvo un negativo impacto en su condena. El juez que le leyó la carta le hizo saber que “tenía amigos que parecía que deseaban verle en la cárcel por mucho tiempo”. Esta voluntad se le ha atribuido a Togliatti sin pruebas convincentes, aunque Gramsci lo pensó y su compañera Julia lo escribió. En este punto, el libro pasa de largo sin hacer referencia al suceso y a las sospechas.
Gramsci penó en la cárcel durante 11 años. Sus condiciones de encarcelamiento agravaron hasta lo inhumano su estado de salud. Para cuando salió de la cárcel en dirección a una clínica donde recibir un trato más acorde a su situación, Gramsci había perdido toda la dentadura, padecía la enfermedad de Pott, una arterioesclerosis avanzada y una tuberculosis incipiente. Durante casi diez años había vivido en una celda próxima al cuerpo de guardia de la cárcel. El ruido constante le había producido un trastorno en el sueño con episodios continuados de insomnio que agudizaron su estado de salud y su sufrimiento. Murió el 27 de abril de 1937 de un derrame cerebral producido días antes. Su deseo para cuando expirara la condena era volver a Cerdeña y pasar allí el resto de sus días.
Nos queda la obra de Gramsci, una obra que sigue haciendo de él un pensador brillante y original que ha suministrado ideas y conceptos que se han convertido en clásicos no solo en la vida política, también en el ámbito de las ciencias sociales. La idea de “sentido común”; la diferencia entre clase dominante y clase dirigente; la diferencia entre guerra de maniobra y guerra de posición; el concepto de hegemonía o de coerción forman parte hoy de nuestro background cultural y político y son una deuda con este autor.
Para todos y todas aquellas que quieran saber cómo era la cabeza, los hombros y el cuerpo de este gigante del pensamiento político, este es su libro.
*Pedro Chaves es politólogo y asesor político de Izquierda Plural en el Parlamento Europeo.Pedro Chaves