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Los padres de la generación perdida: “Se ha caído todo por un precipicio”

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La familia Martínez Herrera está de celebración. La hija que vieron marchar hace tres años a Inglaterra vuelve a casa por vacaciones. “Hoy es fiesta”, dice el padre de Elisa con una sonrisa que deja escapar sin disimulo la alegría de un hogar que, como cientos de miles, ha quedado señalado por el exilio de la crisis económica. El paro, la precariedad y la falta de oportunidades sacó de las fronteras españolas a su hija de 25 años, una diplomada en magisterio y graduada en educación infantil que ha encontrado en Gran Bretaña el hueco que España le negó.

En casa de los Gallardo García, sin embargo, se respira ausencia. Hace dos semanas que su hija Luisa de 27 años tomó un vuelo a París, la capital europea que le ha ofrecido su primer puesto de trabajo como ingeniera de caminos. “Asómate siempre a la ventana y mira. Y si, a pesar de las dificultades y los inconvenientes te compensa, adelante. Pero si todo esto te parece una locura, entonces vuelve”, le dice María Teresa a su hija en las ya incontables video conferencias que ha establecido con ella. Esta madre se niega así, a vivir como un fracaso un hipotético retorno. “Le hemos dicho que aquí no hay ningún reto”, asevera convencida de que la exigencia de éxito que recae sobre los expatriados se ha convertido en un imperativo falaz.

Ambas familias proyectaron para sus hijas una vida que mejorara sus propias condiciones. Esa fue la promesa que durante las décadas de la Transición y el pelotazo español firmó, a costa de esfuerzo y sacrificios, toda una generación de padres. “Se ha caído todo por un precipicio”, asegura Eva Herrera, la madre de Elisa. “Les está costando muchísimo desarrollar las competencias para las que se han preparado con tanto esfuerzo económico, personal y de motivación”, concluye. El sueño de ver a sus hijos construir una España mejor, se ha convertido en la pesadilla de ver repetida en sus hijos una emigración que ya les tocó a sus padres en los 60. “La diferencia entre una y otra década es la preparación, pero el sentimiento es el mismo”, dice Miguel Ángel, que asume la condición de emigrante de su hija Elisa.

También se ha roto el sueño de María Teresa y Fernando. “Tienes aspiraciones con tus hijos, porque los estás formando a unos altos niveles, les das todo lo que puedes para que lleguen a lo más alto, y profesionalmente tienes unas expectativas con ellos”, expone la madre de Luisa, que estas semanas recuerda con especial intensidad la ilusión de una niña que una vez se imaginó un futuro lleno de oportunidades. “Me acuerdo de mis dos hijas cuando estaban en bachillerato. Me daba ternura verlas tan jóvenes, soñando con sus futuro, hablando de los puestos a los que aspiraban. Yo me decía que la vida las iría colocando en su lugar. Pero al final, tanto la una como la otra, han renunciado a todo lo que no sea tener un trabajo que les permita vivir y alquilar un piso. Como madre, te frustra ver que tus hijas han renunciado a todos sus sueños siendo tan jóvenes”.

Eva y Miguel Ángel, los padres de Elisa.

¿Se siente uno doblemente estafado habiendo contribuido, primero como ciudadano a sufragar la educación pública y después como padre que ve marchar a sus propios hijos? “Sí claro”, responde Miguel Ángel, “estamos hablando de un esfuerzo doble que han hecho familias humildes como la nuestra. El que haces como español, más el que haces después para que ellos puedan adquirir allí un nivel de vida aceptable”, afirma este funcionario.

A la frustración de ver cómo se desvanecen las promesas, le sucede la indignación, tal y como denuncia María Teresa. “Enfurece ver a estos políticos que hablan de la salida de los jóvenes con tanta ligereza y alegría. A ellos nos les supone ningún coste un billete de avión que en dos o tres horas los ha trasladado al otro lado de Europa. Pero para nosotros, que somos trabajadores modestos, que somos simples profesores, no es tan fácil. Me río yo de las dos horas y media de vuelo. Busca billete barato, paga el alojamiento, acomoda tus horarios de trabajo, tus compromisos laborales…”, enumera.

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Además, María Teresa, que ve ahora marchar a Luisa a una Francia que amenaza con aprobar una reforma laboral similar a la española, se muestra escéptica frente al panorama económico europeo. “La precariedad ya no es una cuestión exclusiva de España. Europa funciona ahora con unos parámetros que van a someter a todas las nuevas generaciones. Es el dinero y esos poderes fácticos que han decidido volver a tener obreros a bajo coste para obtener mayores beneficios”, asevera.

Pero no son solo las perspectivas laborales las que preocupan a estas dos familias. También les inquietan las fronteras y la distinción de nacionalidades. Tanto los Martínez Herrera como los Gallardo García, son conscientes de que ésta no es la Europa integradora prometida. “Cuando emigras a un país siempre eres un ciudadano de segunda. Elisa en Inglaterra es emigrante”, asume Eva sin paliativos. “El español que va fuera es siempre un extranjero, y al mínimo conflicto se lo recuerdan”, afirma en el mismo sentido María Teresa. Dos familias que además coinciden en señalar a sus hijos como mano de obra barata. “Luisa trabaja en una empresa francesa donde cogen especialmente a ingenieros de países en crisis para ofrecerles salarios más bajos”, reconoce su madre.

Mientras los Gallardo García aún se angustian por los primeros pasos de su hija Luisa en la capital francesa, los Martínez Herrera preparan el tan ansiado como breve retorno de Elisa a casa. Etapas distintas de un mismo fenómeno que ha dado de lleno en la vida de cientos de miles de familias españolas, que hoy se ven obligadas a ver marchar a sus hijos. “Me gustaría poder salir cualquier tarde a tomarme un café con mis hijas, ir a comprar con ellas, invitarlas a comer un domingo y eso no puede ser”, lamenta María Teresa. Los padres de Elisa, en cambio, preparan la bienvenida de su hija. “Hoy es fiesta en casa”, insiste su padre.

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