Los diablos azules

Ana de Miguel: “Una parte de la izquierda y del feminismo abraza la mercantilización del cuerpo de las mujeres”

La filósofa Ana de Miguel.

Lidia F. Montes

PREGUNTA. Neoliberalismo sexual, un título breve pero con mucha potencia. ¿Qué te llevó a escribir este libro? ¿Te dejaste algo en el tintero? Neoliberalismo sexualNeoliberalismo sexual

RESPUESTA. El libro es un intento de explicar cómo se reproduce la desigualdad entre hombres y mujeres –niñas y niños— en una sociedad, como la nuestra, formalmente igualitaria y que mantiene al unísono el discurso de “yo no he sido”, “yo apoyo la igualdad”, “yo les he educado igual”. Una sociedad que no es capaz de ver lo que hace con cierta objetividad: que pone pendientes a las niñas cuando nacen y luego dice “yo no he sido”. No es lo importante el tema de los pendientes en sí mismo, es un ejemplo de que se hace algo que luego se niega: “Es ella la que quiere ponerse pendientes”. Bueno, espera, tú le hiciste un agujero al nacer, no le diste opción: reconócelo y piensa que tal vez esto fue solo el primer gesto de una educación diferencial según el sexo. Creo que nadie educa, en sentido fuerte, igual a su hija que a su hijo pero nadie acepta decirlo.

También por otra razón: lo que considero una grave incoherencia de una parte de la izquierda y del feminismo, que están en contra del neoliberalismo y el “todo mercado” pero cuando llega el cuerpo de las mujeres abrazan el neoliberalismo más radical y están por aprobar la mercantilización del cuerpo de las mujeres. Mucho “no mercantilicemos Barcelona” pero poco “no mercantilicemos los cuerpos”. ¿Por qué las ciudades no se pueden mercantilizar y los cuerpos y agujeros y vientres de las personas sí? Los cuerpos en cuanto cuerpos.

Me dejé el tema de la maternidad. Me fascina cómo una elección tan importante en la vida –tener hijos o no, dedicarte a ellos cuánto y cómo—, uno de los grandes temas para plantearse, sigue casi ausente de la autoconciencia de la vida humana. Con la maternidad de las mujeres casi todo son estereotipos y paradojas: a mí me dicen, a veces, que parece raro que tenga hijos. ¿Por qué? Pensar la maternidad es muy interesante.

P. El subtítulo de tu libro es “el mito de la libre elección”. ¿Por qué es un mito la libre elección? ¿En qué se basa ese mito?

R. Elegir con relativa libertad un proyecto de vida es a lo que aspiramos, para nosotras y para todo el mundo. El problema es constatar una y otra vez que la “libre elección” casi siempre ha actuado para legitimar desigualdades y quedarse con buena conciencia. Si yo pago tres euros la hora a alguien para que trabaje para mí y acepta, ¿va a ser su libre elección lo que lo justifique y sirva de legitimación social y legal y moral a tal práctica? ¡Ah! Ella lo ha elegido, yo no la he obligado. Tampoco nadie obliga a las mujeres golpeadas a aguantar en casa, pues ya está, es su “libre elección”, y los demás a vivir que son dos días. Socialistas y feministas luchamos para transformar las estructuras que condicionan esas “libres elecciones”. El mito reposa en que ahora el tema es que elijamos libremente las cadenas.

P. Se suele decir que vivimos en una sociedad igualitaria. ¿Es otro mito?

R. Estamos dejando el único camino que lleva a la igualdad: un Estado de bienestar fuerte, una sociedad capaz de ofrecer buenos empleos y de decir muy claramente que el trabajo no puede expandirse a las 24 horas de vida. Y una sociedad que se implique en repartir los cuidados que necesitan todos los seres humanos entre hombres y mujeres. Lo que hemos ido conquistando, que para mi generación de los sesenta ha sido bastante bueno, se está perdiendo de manera rápida.

P. En el libro señalas que te diriges, fundamentalmente, a las personas jóvenes. ¿Por qué?

R. La juventud es el periodo en que hay que estimular la autorreflexión, el placer de pensar y el deber de pensar en el futuro común. Trato de ofrecer una visión crítica y cercana a los jóvenes de cómo se construye su identidad “rosa y azul”, por sintetizar. Y no es fácil ver lo que tenemos enfrente de los ojos. A ver, que la gran Simone de Beauvoir llegó casi a los 40 años siendo de las mujeres que decían que “no habían notado ninguna discriminación por ser mujer”. Si una filósofa tan inteligente y observadora no había notado que su padre en la infancia le decía “Simone no es una niña, Simone es un niño” porque era inteligente, pues tenemos que comprender que la ideología patriarcal está tan firmemente interiorizada que lo previsible es que la juventud interiorice valores sexistas. Pero la filosofía viene a hacer preguntas incómodas, como Sócrates, sobre lo que somos y por qué y sobre lo que esperamos de la vida, por supuesto a los jóvenes, los primeros.

P. Uno de los debates que tematizas en Neoliberalismo sexual es la prostitución. ¿Qué opinas de cómo se está abordando el debate y las políticas en torno a esta institución?Neoliberalismo sexual

R. El debate se aborda con frivolidad. Opino que la frivolidad con que lo abordan muchas personas públicas, por no hablar del cine, va a tener la injusta consecuencia de que muchas chicas de clases bajas e inmigrantes vayan a tener que acabar realizando este (ejem) trabajo, y encima con el beneplácito y la buena conciencia de la sociedad. Dicen profesoras de universidad, periodistas, actrices que “es un trabajo como otro cualquiera” porque el “sexo es una actividad como otra cualquiera”. El sexo no es una actividad como otra cualquiera: la violación no es solo violencia, hay algo más en esa humillación que consiste en extraer placer de la situación de inferioridad ajena; tú vestido, ella desnuda. Tú no le dices a tu hijo: masajéame un poco los huevos, que me pican, por favor; y sí le dices masajéame el cuello, por favor. Y no vengamos con la simpleza de que es algo cultural, la cultura nos constituye. No es una actividad como otra cualquiera, no lo es, pero no hay tiempo aquí para explicarlo, por eso pongo algún ejemplo un poco burdo, pero que señala que hay que pensar antes de legitimar alegremente la comercialización de los cuerpos de las otras. Una presentadora famosa puede decir que es muy libre al salir medio desnuda en la tele, pero la camarera del pub de la esquina, ¿qué va a poder decir cuando le pidan que sea tan libre como esa presentadora y se vista igual? Además, ¿no cansa ya un poco que la libertad de las mujeres se identifique siempre con desnudarse? ¿No cansa tanta tomadura de pelo?

P. También afirmas que “hay Movimiento Feminista cuando las mujeres llegamos a articular un conjunto coherente y sostenido de reivindicaciones y nos organizamos para conseguirlas”. ¿Qué valoración haces del papel del movimiento feminista en los últimos tiempos?

R. En España en concreto ha habido manifestaciones espectaculares, como fue a propósito del Tren de la Libertad y el 7N en que hemos tenido lo que nunca habíamos visto: el apoyo masivo de gente heterogénea, hombres, jóvenes, mayores. Otra cuestión es el tema del movimiento por dentro, tal vez con demasiadas tensiones en los debates internos. Esas tensiones no se deben a una preocupación real por la contrastación de argumentos y los fines del feminismo. Más bien a la idea de “yo me tengo que diferenciar de alguna forma”, “yo no puedo coincidir con estas otras”.

P. Para terminar, señalas que pudiste escribir este libro porque te subiste en hombros de gigantas. ¿Cuáles son tus gigantas?

R. Pues tengo muchas. Desde la huella ejemplar de Olympe de Gouges (y un saludo a Condorcet) a la capacidad de análisis de la marxista Alejandra Kolontái. John Stuart Mill me enseñó tanto que dediqué varios años a estudiarlo. Y no puedo imaginarme sin Millett y De Beauvoir. Pero mi deuda más cercana es con Lidia Falcón y Vindicación Feminista en mi juventud y luego con las filósofas Celia Amorós y Amelia Valcárcel. De Alicia Puleo he aprendido mucho sobre sexualidad y ecofeminismo. Y ya me callo.

P. ¿Nos recomiendas tres libros que debieran estar en toda biblioteca que se precie de llamarse tal?

Wonder Woman, el tótem feminista

Wonder Woman, el tótem feminista

R. Qué difícil. Leo desde pequeña y mucho. Así que voy a pegar un primer tajo, voy a pensar sólo en escritoras —que no se moleste Javier Marías, que también le leemos y sin pedir reciprocidad— porque como sé con certeza que muchos hombres, pero muchos, al ver que un libro está firmado por una mujer directamente lo devuelven a la estantería, voy a ver si les animo a dar este paso tan difícil para ellos. Uno de una casi desconocida: Cuatro hermanas, de Jeta Carleton; un ensayo: Política sexual, de Kate Millett, y casi cualquiera de Irène Némirovsky, pero no me resisto a citar una El ardor de la sangre.

*Lidia F. Montes es politóloga y miembro del Observatorio de Igualdad de Género de la Universidad Rey Juan Carlos. Lidia F. Montes

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