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Monarquía para republicanos

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Hasta la llegada de la década de los 70, la industria norteamericana de series monopolizó el mercado internacional. En casi todo el mundo, las producciones locales sólo tenían un patrón de comparación con las made in USA. Todo cambia cuando procedentes de las Islas Británicas empiezan a surgir series que son muy bien acogidas por la audiencia de la mayor parte del mundo. Tanto la cadena pública británica, BBC, como la privada, ITV, empiezan a exportar sus grandes éxitos. Títulos como Arriba y Abajo, Un hombre en casa o Yo, Claudio forman parte de la memoria sentimental de los telespectadores españoles. Todo un milagro. Lo más curioso es que se trataba de series con estilos diferentes a los estándares establecidos por las americanas, con un mayor cuidado por el guión, la dirección y la interpretación. El concepto de calidad aparece por vez primera unido a la ficción televisiva. Incluso, en Estados Unidos consiguen hacerse un hueco gracias a su difusión a través de la cadena pública, la minoritaria PBS.

Han pasado más de 40 años y la industria británica no ha hecho más que potenciarse. Lo más llamativo es que lo ha hecho manteniendo sus principales líneas básicas de identidad. Series históricas de alto presupuesto, comedias con un honesto sentido realista y thrillers alejados de los tópicos convencionales. Y ahora, ante la invasión de las nuevas fórmulas televisivas, el fenómeno ha alcanzado un reconocimiento industrial de primer nivel. Netflix ha decidido utilizar una producción británica “de libro” para que sirva de emblema a su reconversión en plataforma global para todo el mundo. Para ello, ha encargado a uno de los nombres más importantes de la industria británica, Peter Morgan, la puesta en marcha de una serie histórica que haga historia, si se me permite el juego de palabras. Así ha nacido The Crown, destinada a convertirse en la serie más cara jamás producida por ellos. El presupuesto que Netflix adjudicó a esta serie es enorme: 100 millones de dólares para la temporada, cuatro veces el de una producción convencional.

La propuesta de The Crown que Morgan hizo a Netflix coincidió con la expansión de la plataforma de 60 países a más de 190, muchos de los cuales pertenecen a la Commonwealth, en los cuales la monarquía británica despierta aún enorme interés. La Corona es una serie creada y escrita efectivamente por un nombre indispensable en el audiovisual europeo, Peter Morgan. Ya hay una temporada de 10 episodios de una hora disponible y está previsto que se hagan cinco temporadas más, una por cada década de reinado de Isabel II de Inglaterrra.

Peter Morgan es, por supuesto, británico, nacido en Londres hace 53 años. Este extraordinario guionista y dramaturgo es muy conocido por sus exitosos dramas históricos. El qué más triunfos le ha aportado ha sido sin duda el largometraje The Queen, que aborda la crisis provocada por la muerte de Ladi Di y como afectó a Isabel II. La película era la segunda entrega de una trilogía sobre Toni Blair, gobernante que tuvo que gestionar el fallecimiento de la ex-princesa.

El Trato es el telefilme que inauguró la trilogía, dirigido como The Queen por Stephen Frears. La ficción aborda el pacto que Toni Blair y Gordon Brown cerraron en un restaurante consistente en que Brown despejara el camino a Blair para que éste fuera candidato laborista en 1994 y tuviera mejores opciones de ser después primer ministro. Esta película fue comprada pero luego desestimada por el canal de televisión ITV que temió repercusiones políticas. Channel 4 se lanzó a la piscina y lo produjo y lo retransmitió la semana antes de la congreso anual del partido laborista. La jugada salió bien y la película fue elogiada por la crítica. Un éxito para los actores, el director y una nominación a los Emmy.

El actor que encarnaba a Blair, Michael Sheen repitió personaje en The Special Relationship, que completó la trilogía sobre Toni Blair narrando las relaciones entre el mandatario y su homólogo Bill Clinton. Se muestra una tr ansición entre las lecciones que el equipo de Clinton daba a los británicos del Nuevo Laborismo, hasta el declive del presidente norteamericano tras el escándalo Lewinsky y la posición dominante de Blair en relación a Kosovo. Michael Sheen parece ser el actor fetiche de Morgan, pues también fue el periodista que hizo confesar a Nixon su participación en los hechos del Watergate en Frost/Nixon, primero obra de teatro y después intensa película.

Sheen también fue el protagonista de The Damned United, un magnífico drama biográfico sobre la vida del mítico entrenador del Leeds United, Brian Clough. En este caso, el guión de Morgan estaba basado en una conocida novela de David Peace. Posiblemente, una de las mejores películas que jamás se hayan rodado ambientadas en el mundo del fútbol. Otra adaptación famosa es la que hizo en la película El último rey de Escocia que crea una ficción sobre el personaje real Idi Amin, ex presidente de Uganda. Morgan también es autor del guión de Rush, sobre la rivalidad entre los pilotos Niki Lauda y James Junt. Y también ha escrito ficción pura, como en el caso de la película de Clint Eastwood, Más allá de la vida.

En The Crown, Peter Morgan vuelve a su musa, la reina de Inglaterra. Además de The Queen, ha escrito la obra de teatro The Audience, sobre las audiencias semanales en las que la reina despacha con los primeros ministros. La obra está protagonizada otra vez por Helen Mirren y se ha ido actualizando desde 2013, añadiendo hechos importantes de los últimos tiempos.

The Crown nace como consecuencia de la trayectoria de su autor. Morgan dice que cuando escribió The Queen le sugirieron quitar a Toni Blair, pero él se negó porque es precisamente la relación entre el poder ganado en las urnas, lleno de conflictos, y el poder heredado de la soberana, menos sometido a veleidades, donde encuentra la electricidad. De ahí fraguó la idea de abordar la conexión entre ambos poderes en esta nueva historia. En la primera temporada, la relación se presenta entre una veinteañera recién coronada y un setentón lleno de manías y pasado, Winston Churchill. Morgan habla de él como un titán, inteligente, vanidoso y envejecido; y hace de la reina una discreta consejera.

Peter Morgan ha cambiado aquí su forma de escribir, adaptándola a la nueva estrategia de programación de poder ser consumida en atracón, algo que le parece descabellado, pero que no ha tenido ocasión de valorar hasta que no se compruebe la reacción de los espectadores. Según ha explicado, no le apabulla el gran lienzo en blanco que tiene por delante. En Gran Bretaña hay ejemplos sobrados de series de muy larga duración. Sobre la base de la historia de una familia se puede escribir toda una vida. Ve a esta peculiar familia casi como un grupo de víctimas y, si eso se combina con los acontecimientos históricos contemporáneos, el material surge abundantemente. Su intención es la de centrarse en hechos que ni siquiera él conoce, para profundizar en ellos y sacarles el máximo partido. Tal es el caso del episodio que más ha llamado la atención de esta primera temporada, dedicado a la gran niebla que cayó sobre Londres en diciembre de 1952 y que desencadenó una crisis nacional que alcanzó al Gobierno y a la Corona.

Morgan, curiosamente, nunca ha conocido a la reina Isabel, ni desea hacerlo en el futuro. Señala que su interés por ella es sólo político y en absoluto personal. Añade que nunca hubiera elegido un enorme proyecto televisivo que le va a ocupar años de trabajo sobre “una mujer de inteligencia limitada, introvertida, de habla pausada y cuyos intereses son los deportes y la vida campestre”, según ha contado en Radio Times. Sobre el tono, el elemento más difícil de una serie que aborda libremente la biografía de personas aún vivas, especialmente las poderosas, Morgan ha explicado que “No soy una persona vengativa, pero quiero poner un foco para iluminar en la misma medida la fragilidad humana y el heroísmo”.

Otra vez, no ¡por favor!

Otra vez, no ¡por favor!

El periodista Michael Buerk se queda con la sensación, tras entrevistar al autor de The Crown, de que admira a la reina no tanto por lo que es, sino por lo que ha hecho, por su estoicismo, su sentido del deber y la permanencia de su poder. Sin embargo, algo tiene muy claro Morgan: "Espero no conocer nunca a la reina. He pasado tanto tiempo pensando y escribiendo sobre esa mujer que sería antinatural e incómodo. Sería muy embarazoso".

Preguntado sobre cómo puede escribir sobre una intimidad que no conoce, la de la forma de pensar y sentir de la reina, dice que se basa en lo que la reina no dice y en lo que no hace. Dice que se nota que ella, en realidad, se siente más cercana a la Commonwealth que a Europa y que eso explica su posición ante en el Brexit, respecto al que parece haber mostrado cierta complacencia. Morgan no está seguro de terminar él mismo la serie. Quiere conocer la respuesta del público: “Si voy a pasar el resto de mis cincuentas en esta relación monógama, necesito saber si interesa a la gente".

Personalmente, soy uno más de los millones de admiradores de las series británicas. Siempre me ha llamado la atención su capacidad para revestirse de una pátina de prestigio nada fácil de conseguir. Tal es el caso de las abundantes producciones dedicadas a la institución monárquica o a la vida de la alta sociedad victoriana. Es curioso observar a buen número de espectadores de alto nivel de exigencia artística e ideológica sucumbir a la peculiar estética británica. Consideran que eso sí que es televisión de calidad, de una categoría superior a las convenciones provenientes de Hollywood. Lo más impresionante es descubrir a severos e intransigentes sectores de la izquierda europea entregarse con delectación al seguimiento de producciones dedicadas a ensalzar buena parte de aquello que detestan. En mi caso, he reconocer que los prejuicios me pueden y no me importa aclarar que no soporto muchos de estos homenajes a la monarquía aparentemente accesibles para republicanos. Debe ser un defecto más que me acompaña.

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