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Otra vez, no ¡por favor!

Westworld

Hace poco más de seis años terminó una placentera pesadilla. El 23 de mayo de 2010 se emitía el episodio 121, y último, de la serie Lost (Perdidos)Lost (Perdidos), después de seis temporadas en antena. Horas antes de su emisión en la cadena ABC, tuve la oportunidad de poder entrar a un visionado exclusivo de ese capítulo para los compradores internacionales que esos días asistíamos en Los Ángeles a los L.A. Screenings. Se trata de la presentación mundial que, cada año, hacen los productores norteamericanos de las nuevas series que la temporada siguiente van a arrancar. Todas las cadenas del mundo pueden visionar el material que se estrenará a partir de septiembre, antes de saber si alguna de ellas se convertirá en un éxito o quedará en el olvido tras el rutinario fracaso tradicional.

El exclusivo visionado tuvo todo un ritual en los prolegómenos. Se nos requisaron todo tipo de dispositivos electrónicos después de ser cacheados. Nadie podía salir de los Walt Disney Studios, situados en la South Buena Vista St. en pleno Burbank, con material audiovisual que pudiera adelantarse a la programación de esa noche en ABC a las 10 P.M. Lo que más recuerdo de aquella peculiar experiencia era el deseo de que terminara de una vez. La última temporada había sido resultado extenuante. Daba la sensación que nadie sabía qué hacer con la serie. Era evidente que para Disney y para ABC había sido un extraordinario negocio, pero era difícil alargar un episodio más. Más de la mitad eran añadidos fuera de toda lógica.

Un par de años antes había participado en una reunión de trabajo con parte del equipo creativo que había puesto en marcha Lost. Lo que más me llamó la atención de lo que nos contaron en aquel encuentro fue descubrir que era cierto el peor de mis temores. Cuando vendieron el proyecto apenas tenían previsto el desarrollo de los primeros seis episodios. Y cuando convencieron a la cadena de hacer la serie, tenían en la cabeza completar hasta dos temporadas en total. Nada más. Pensaban que, si milagrosamente pasaban el primer corte de selección de la audiencia, ya se les irían ocurriendo historias más adelante.

En 2004, la industria de la televisión en abierto andaba buscando nuevos caminos por los que avanzar, frente a la creciente presión de los operadores de pago. En esos años, empiezan a cobrar fuerza los denominados High ConceptsHigh Concepts, producciones basadas en ideas de gran intensidad en las que los espectadores quedaran atrapados desde el minuto uno. Este formato rompía con la tradición de las series autoconclusivas –en las que cada trama termina en cada episodio- surgidas desde detonantes sencillos que permitían la incorporación de espectadores en cualquier momento de la temporada.

Personalmente, me costó un poco entrar en Lost. No entendía muy bien la mezcla de géneros que ofrecía. Sin embargo, poco a poco, me fui metiendo en su mundo hasta convertirme casi en un obseso seguidor. Esperaba ansioso cada semana el nuevo episodio (se hacían más de 20 al año) y siempre quedaba atrapado por cada nueva incógnita que surgía. Casi no encontraba satisfacción en la resolución de algunos de los misterios que se extendían durante semanas y semanas. Los nuevos enigmas acababan por torturarme al no encontrar posibilidad alguna de salida para los guionistas. Lo que no sabía entonces es que lo mismo le ocurría a ellos.

Al final, me vi los 121 episodios al completo. Los últimos ya por aquello de terminar la serie de una vez. Haber dejado de verla me hubiera supuesto reconocer que había perdido demasiado tiempo viviendo una aventura que ni sus propios creadores sabían cómo concluir. Así que, cuando todo terminó me sentí aliviado. Juré, por supuesto, que no volvería a caer en un disparate semejante. Era la segunda vez que me pasaba. Dos veces con la misma piedra. Años atrás, a principios de los 90, fui uno de los damnificados por la increíble experiencia que supuso Twin PeaksTwin Peaks. Nunca habíamos visto nada similar. La serie no es que enganchara, es que te penetraba hasta la médula. El prestigio de los creadores, David Lynch y Mark Frost, suponía una garantía de solidez. Craso error. Tras una primera temporada impresionante en la que Twin Peaks era el tema central de cualquier conversación, todo se vino abajo durante la catástrofe que supuso la continuación. Las tramas se habían enredado tanto que no había dios que desenmarañara aquello. Los más amables quedaron simplemente decepcionados. Los más exaltados, entre los que me encontraba, bramábamos clamando justicia. Al menos, aprendimos una lección. Ignorantes.

Y aquí estamos otra vez. Veintiséis años después de Twin Peaks y doce desde que arrancara Lost. Por fin ha llegado HBO a España y, con ellos, su título bandera en este momento, WestworldWestworld. Seamos sinceros. Tiene toda la pinta de que la historia se va a volver a repetir. Todo parece indicar que estamos antes la III Gran Decepción de la historia de las series televisivas. Los síntomas son inequívocos. Hay que ser muy inocente para dejarse enganchar por tercera vez por un fenómeno ya padecido. Y ahí estoy, absolutamente atrapado de nuevo. Otra vez, no ¡Por favor!

La idea de WestworldWestworld, un parque de atracciones con robots de aspecto humano, nace de la prodigiosa mente de una de las grandes figuras de la cultura pop norteamericana: Michael Crichton.  Siempre que se escribe sobre él, se recuerda un hecho excepcional. En 1994, tres de sus creaciones coincidieron simultáneamente en el Nº1 en cine (Parque Jurásico), en televisión (Urgencias) y en libros (Acoso, también llevada al cine posteriormente). Michael Crichton fue una extraodinaria figura de la creatividad comercial. Con una formación académica exquisita, conocía como nadie la fórmula del éxito. Médico, productor, director, guionista, … contaba además con un llamativo físico. Medía 2,06, como si de una estrella de la NBA se tratara. Desgraciadamente, falleció hace ocho años, cuando tenía aún 66 años y muchos proyectos por delante. Dentro de su prolífica carrera, en 1973, se encuentra la película Westworld, Almas de metal, que escribió y dirigióWestworld, Almas de metal,. El film tiene el mismo argumento de partida que la serie, pero es psicológicamente más simple y superficial. De todas formas, algunos homenajes al largometraje se mantienen en la producción de HBO.

Tras el buen rendimiento de la película, se llegó a producir una especie de continuación, FutureworldFutureworld, en el que uno de los ambientes del reabierto parque de entretenimiento era una estación espacial. Pero el largometraje no tuvo el éxito del original y en él, además, no intervino Crichton.  Donde sí que participó fue en una nueva secuela, aunque esta vez en formato de serie de televisión, Beyond Westworld (1980)Beyond Westworld (1980). La aventura fue corta porque sólo se produjeron cinco episodios y no llegaron a emitirse más que tres.

 

Tras muchas ocasiones en las que se ha considerado volver a hacer una serie sobre este siniestro parque para adultos, Jerry Weintraub, el mítico productor de Hollywood fallecido el año pasado, consiguió luz verde de HBO y encargó el proyecto al matrimonio formado por Jonathan Nolan y Lisa Joy. J.J. Abrams, creador de Perdidos y su habitual colaborador, Bryan Burk, se unieron al equipo. Ahora bien, los responsables directos del proyecto han sido Nolan y Joy, que han escrito y diseñado este mundo perverso, a pesar de que su imagen parece corresponder más al biotipo tradicional de las estrellas de Hollywood, que al de dos sesudos guionistas.

Jonathan Nolan es autor del cuento en el que se basó el guión de MementoMemento, película que dirigió su hermano Christopher. Con él escribió varias películas de gran éxito, especialmente dos entregas de Batman, El caballero oscuro y su secuela, La leyenda renace. Por su parte, Lisa Joy, abogada licenciada en Harvard, se pasó al guión en una serie inolvidable y original como pocas, Pushing daisies, que con una estética de cuento infantil, con cierto toque Amelie,  narraba la historia de un pastelero que podía revivir a los muertos con sólo tocarlos una vez. Si los volvía a tocar, volvían a morir.

Mucho se ha escrito sobre la estrategia buscada por HBO de contar con una serie “acontecimiento” que ocupe el privilegiado lugar que ahora domina Juego de Tronos, ahora que se acerca a su final. En relación a las constantes comparaciones entre Westworld y Juego de tronosWestworldJuego de tronos, como dos superproducciones ambiciosas, creadoras de un mundo propio, hay una anécdota curiosa. Recientemente, George R.R. Martin, coincidió con Nolan y Joy y hablaron del asunto, antes del estreno de la serie, y ya Martin dejó caer la idea de crear un nuevo espacio en el parque en el que los androides reproduzcan los personajes de Juego de Tronos. Lisa Joy bromea diciendo que “necesita” saber que los dragones son reales y no robots.

Westworld, la serie, a diferencia de la película, se centra de manera recurrente en reflexiones psicológicas y filosóficas y recoge toda una tradición de referencias como Alicia en el país de las maravillas, Blade Runner, la propia Parque Jurásico e incontables más. De hecho, está repleta de lo que en los nuevos tiempos de la tecnología se llaman Easter Eggs (Huevos de Pascua), es decir, regalos escondidos en un huevo de chocolate o, trasladado en este caso al mundo audiovisual, chistes privados o mensajes más o menos ocultos que sólo son captados por los más locos entusiastas que los buscan incansablemente.

Westworld es una superproducción filmada en película de 35 milímetros, en diferentes localizaciones que emulan el oeste idealizado de las películas de John Ford. Cita también a el Romeo y Julieta de Shakespeare y al afamado psicólogo Julian Jaynes, al que incluso se dedica el título del último episodio, La mente Bicameral, en relación a la capacidad que atribuye solo al hombre moderno de ser autoconsciente.

El exquisito arte de la recreación

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Nolan ha reflexionado en la serie sobre el impulso humano de preferir la violencia para la diversión, como ocurre en tantos videojuegos o en el cine y la televisión, y rechazar esta violencia en el comportamiento. Los autores de la serie han seguido una política con sus actores de darles la menor información posible, excepto en el caso de Anthony Hopkins, del que requerían que conociese la complejidad de su arco argumental.

Vista la primera temporada, Westworld ha conseguido satisfacer a los espectadores. Está por ver si los creadores de la serie y la cadena consiguen mantener la coherencia en el futuro o si empezarán a fabricar giros y tirabuzones de guión intrigantes que no lleven a ningún lugar como ya hemos visto en el pasado.

 

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