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Periodismo

'Caso Maristas': El fin del silencio sobre los abusos infantiles

Joaquín Benítez, uno de los acusados del 'caso Maristas'.

El periodista Guillem Sànchez no ha visto Spotlight. Mientras la película sobre los abusos a menores cometidos en el seno de la Iglesia y destapados por The Boston Globe llegaba a los cines, él vivía su propio Spotlight. La primera portada de lo que sería el caso Maristas se publicó en El Periódico de Catalunya el 5 de febrero de 2016. Tras esas primeras acusaciones contra Joaquín Benítez, maestro de gimnasia en uno de los centros de la orden, llegarían otras: en unos meses se acumularon 43 denuncias contra una docena de profesores de los colegios de la congregación Sants-Les Corts, la Immaculada (Barcelona) y Champagnat (Badalona). Casi un año después, el reportero regresa a aquellas intensas semanas en Crónica del caso Maristas (Ediciones B, en librerías el 25 de enero), un libro en el que se se detiene no solo en los hechos que llegaron al papel, sino también en cómo el escándalo llegó a convertirse en un ejercicio de memoria colectiva sobre los abusos sexuales a menores. 

Sànchez no se pone medallas: "Esto es posible gracias a personas que vivieron una experiencia traumática y decidieron que valía la pena recuperarlo para que la sociedad lo entendiera, y para que no pase de nuevo". Los periodistas, dice, no son héroes cinematográficos, sino "un canal" de la voz de otros. Él creía ser, además, un canal insuficiente: "Yo soy un periodista de sucesos, no estaba habituado a hablar con víctimas de abusos sexuales en la infancia y no entendía lo que esto comporta". Por eso insiste en mencionar a sus compañeros en aquellas semanas, los que reunieron testimonios, denuncias, nombres e incluso confesiones, los redactores J. G. Albalat, María Jesús Ibáñez (junto a los que ganó el Premio Ramon Barnils de Periodismo de Investigación), los fotoperiodistas Josep Garcia y Jordi Carbó, y sus jefes Ramon Vendrell y Luis Mauri. Su trabajo destapó el sufrimiento de al menos 43 personas, y la negligencia de otras muchas. 

La propuesta del libro le llegó cuando estaba "extenuado", poco después del final de aquel mes durante el que encadenó días sin dormir y litros de café. La editora le advirtió que lo publicaría con él o sin él. Tuvo que aceptar. Pero la escritura le ha permitido revisitar aquellos días en los que "más que hacer lo que tocaba en cada caso, hacías lo que podías". Sus errores, sus aciertos. Como aquel traspié con una víctima a la que espantó con su presión o sus dudas sobre su testimonio y que jamás volvió a contestarle. "Vas aprendiendo y los vas entendido, vas poniendo en valor el coraje que han tenido tantos años después", cuenta. Pero también le ha servido para recuperar aquel horror que salió a la luz en muchos años tras décadas de silencio y que se perdió en la corriente informativa como papel mojado. "La gente dice 'Ah, caso Maristas, eso es lo de Benítez'. No, no es solo lo de Benítez. Es mucho más". 

Es cierto que todo empezó con la denuncia de Manuel Barbero, padre de la última víctima del agresor más conocido. Su constancia y su arrojo hicieron que 18 exalumnos que habían sufrido abusos durante su infancia y adolescencia denunciaran ante los Mossos d'Esquadra (aunque uno de ellos la retiró). Esta es la única causa judicial que sigue adelante, porque cuatro de los delitos sexuales cometidos entre 1980 y 2011 no han prescrito aún. Los demás procesos abiertos contra otros 11 maestros darán, seguramente, en vía muerta. Dos de los acusados han fallecido ya, y es probable que las demás denuncias se consideren prescritas: la justicia establece que este tipo de delitos lo hace entre 5 y 15 años después de que el agredido haya cumplido la mayoría de edad. Pero gran parte de los denunciantes habían sido capaces de afrontar aquellos hechos hasta bien entrados en la adultez. 

El fenómeno mediático en que derivó el caso tuvo, al menos, una consecuencia positiva. Como resultado de un fuerte debate público, Esquerra Republicana presentó ante el Congreso una proposición no de ley para retrasar la prescripción de los delitos. Sànchez admite que por el momento la inquietud por los abusos infantiles solo se ha disparado en Cataluña. Pero ve en la modificación de la normativa una salida concreta para el dolor de las víctimas: "A menudo no son conscientes del daño y de lo que les ha pasado hasta que son mayores. Esta prescripción tan temprana de los delitos de abusos sexuales a menores, precisamente por sus características, es contradictorio con el derecho de justicia". 

Tanto los afectados como los periodistas que cubrieron el caso sabían que, judicialmente, no llevaría a ningún lado. Antes de 1995, el código penal apenas tenía en cuenta los abusos a menores, y aun hoy el agredido tendría que denunciar antes de los 33 años, en los casos más graves, para que se haga justicia. Por eso el papel de la prensa era especialmente importante: lo único que podían esperar la mayor parte de las víctimas es que sus casos salieran a la luz. Lo hacían, muchos, después de una vida de silencio. "Lo que voy a contarte a ti no se lo he dicho ni a mi mujer", llegó a escuchar Sànchez. "¿Por qué lo hacían? Era una pregunta que les planteaba en se seguida. Ellos sabían que había llegado la hora de que finalmente se ventilara", explica el periodista. Tres de los acusados acabaron confesando. Uno era Benítez. Los otros dos, A. E. y A. F., no serán juzgados.

Los abusos que sufrieron niños de 7, 8, 10 años son difíciles de leer. El relato de Sànchez describe a hombres y mujeres adultos lidiando con un dolor y unos fantasmas que han tenido consecuencias a lo largo de toda su vida. Los profesores explotaron durante décadas la admiración y la debilidad de los alumnos. Los tocamientos y violaciones se producían en el colegio, durante la clase o el recreo, en convivencias organizadas por la congregación. El daño venía de aquellos en quienes tanto las familias como los niños habían depositado su confianza. Uno de aquellos chicos, al que el reportero identifica como Jota —ha seguido manteniendo aquí el anonimato que le pidieron las víctimas, además de nombres supuestos para unos pederastas que jamás serán declarados como tales por la justicia—, confiesa haber pensado hasta 20 maneras de asesinar a su violador.

Pero igual de dolorosa es la constatación de que su sufrimiento podría haberse evitado. El Síndic de Greuges, defensor del prueblo en Cataluña, declaró que en la actuación del colegio con respecto a todos los casos "se [había] desatendido el principio de interés superior del menor". Sànchez da buena cuenta de ello. En el caso de Benítez, un padre descubrió el abuso a su hijo de 13 años y lo denunció ante la dirección. El profesor confesó. La familia decidió no denunciarlo, creyendo que el proceso judicial heriría más al niño. Pero, al tratarse de un menor, tanto el colegio como la Fiscalía podrían haber actuado. No lo hicieron. Benítez fue invitado a dejar la organización, pero acabó trabajando como socorrista en un pueblo, de nuevo cerca de los niños. 

No es el único caso. En el curso 1986-1987, una madre acudió a la dirección del colegio de Sants denunciando los tocamientos de un profesor al que Sànchez bautiza como hermano Felip. El director se comprometió a apartar al maestro del colegio. Pero no lo hizo. Cuando el hermano iba a clase, el colegio sacaba de allí al niño y a otros dos compañeros que habían denunciado. Cuando la madre se dio cuenta, se reunió de nuevo con él. "Se reía de mí", cuenta la mujer según el realto del periodista, "Me retó a denunciarlo avisándome que lo de Llinars ya estaba prescrito por la ley y remarcándome que la sociedad si tenía que elegir entre creer a mi hijo o al hermano Felip, lo tendría fácil". Una madre que denunció a un profesor de la Inmaculada ante la dirección del centro recibió como respuesta que el relato de su hija, que decía que el profesor la había arrinconado y le había tocado un pecho, podría venir de su "imaginación", y que "vestía de un modo demasiado provocativo".  

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Sànchez insiste en que esto no pasaba solo en los Maristas y que la impunidad ha sido total durante décadas. Sobre si el colegio o los profesores podían saber lo que estaba ocurriendo en sus aulas, el periodista se remite a una de las víctimas. "Cuando volvía a entrar en clase después de estar con Arnold [otro de los pederastas confesos] frecuentemente me echaba a llorar durante los primeros minutos", le dijo Carlos, "Ahora, cuando me acuerdo de eso, de mí siendo un crío llorando en silencio en mi pupitre, me doy cuenta de que algún adulto tuvo que darse cuenta alguna vez. De que es imposible que nadie me viera". El reportero recupera sus palabras: "No se trata de que todo el mundo dijera 'Lo sabemos y no lo vamos a decir'. Es que si hubieran querido ver señales, las hubieran visto".

Guillem Sànchez no ha visto Spotlight, así que no sabe lo que dice uno de los personajes de la película: "Si hace falta todo un pueblo para criar a un niño, hace falta todo un pueblo para abusar de él". El periodista se queda callado unos segundos cuando escucha la frase. "¿Eso dice? Es exactamente eso". Y antes de despedirse repite la principal motivación que tuvieron las víctimas para hablar: "Que no pase de nuevo". Porque sabe que hay mucho silencio todavía, que la mayoría de los abusos ocurridos durante décadas en colegios —y no solo en los religiosos— nunca se denunciarán, que ya ha pasado demasiado. 

 

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