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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

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El paciente gallego

Semanita movida, que empieza con lo de las presiones de Podemos a periodistas que buscan el amparo en la Asociación de la Prensa y termina con unos ilustres atracadores de cuello blanco declarando ante el juez que las mordidas financiaban a Convergencia. En el trayecto, la investigación recién abierta sobre la financiación del PP en Madrid, y el caso del presidente de Murcia que provoca una primera crisis entre Ciudadanos y el Partido Popular, pero que visto lo visto en otras pistas del circo político, parece mucho menor y, desde luego, con visos de quedarse en poco más que la tormenta mediática que infla las velas de los partidos pero sin destino ni puerto conocido.

Aquí lo gordo, creo, es que apenas hay síntoma alguno de cambio en el paisaje ni la actitud de los actores de la vida pública. Los nuevos heredan el gusto antiguo por controlar –que quizá les venía ya en el ADN, y por eso les sale a la primera– y la clásica duda ante el incumplimiento de lo pactado por la otra parte contratante. Podemos se ve pillado por las denuncias de presión a los medios que es incapaz de contestar no ya con contundencia sino ni siquiera con soltura, porque probablemente respondan a una práctica habitual –desde luego, en las redes los cercanos son unos maestros en el uso del machete–, y Ciudadanos a contrapié ante los incumplimientos del PP primero en Murcia y luego en el Parlamento –comisión de investigación sobre el partido, “ya veremos, bueno… si van todos”, le respondió Rajoy a Rivera– que no parece que vayan a tener respuesta sonora al menos de momento.

En el fondo, quien se frota las manos es Mariano Rajoy porque los demás le están dejando un panorama de ensueño en las cuatro esquinitas del teatro político.

En Cataluña, el ritmo de la política, procés incluido, lo marca el cuatro por ciento que suena desde el Palau, y puede empezar a tocar a un sistema plantado y dirigido desde hade décadas por la derecha antes llamada convergente, hoy ni me acuerdo y mañana cualquiera sabe, sostenido con el insólito socorro de los antisistema. Lo de los anticapitalistas auxiliando a capitalistas es asombroso, histórico, casi tan fascinante como el ultranacionalismo de izquierdas, y quizá vaya a tener poco futuro aunque se haga en nombre de la independencia, o quizá por ello.

En el primer partido de la oposición –institucionalmente el PSOE, electoralmente en este momento quizá Podemos– están también haciendo todo lo posible por ponérselo fácil. Los socialistas, con la guerra civil cuyo estrépito no cesa y a ver cómo termina en un par de meses, y Podemos –que eso de la división lo ha tapado mucho mejor– con su estilo tosco de indisimulada vocación de control social empezando por los medios. No parece que en el horizonte haya grandes posibilidades de que por la izquierda se avance hacia la alternativa de poder.

Y luego está lo de Ciudadanos, que enseña cómo contratar asesores con dinero público, y anda indeciso después del “ni sí ni no, ni todo lo contrario” del Partido Popular a cuenta de la corrupción. Lo cual, además, demuestra que para los populares la marca naranja no es precisamente el lobo feroz, que mucho miedo no les tienen, más bien al contrario. Tampoco es que ellos hayan enseñado mucho los dientes.

Y para completar el paisaje, se pasea el señor Rajoy por Europa como el único líder estable de los grandes países de la Unión.

Porque puede, por supuesto.

Porque se lo están dejando a huevo. Es él quien está marcando la agenda, es él quien reparte las cartas y pone los deberes. La oposición, dividida, sin iniciativa, que olvida que gran parte del electorado no castiga la corrupción sino que la descuenta como parte del juego político, no hace sino devorarse para regocijo de quien en minoría va a ganar por agotamiento del enemigo.

Y digo va a ganar porque al que asó la manteca se le ocurre que lo que está haciendo Mariano Rajoy es esperar. Esperar a que no salgan los presupuestos, esperar a que se rompa el pacto con Ciudadanos, esperar a que el PSOE termine volviendo a la casilla de salida con Pedro Sánchez, y cuando todo esto suceda dirigirse al país para lamentar que haya que volver a convocar elecciones generales. Esa es su baza y a eso está jugando.

Y si volvemos a tener elecciones, volveremos al lío de las anteriores, quizá con más poder para el PP y menos capacidad de acción para los demás partidos. Salvo que tengan la lucidez y la inteligencia política de quitarse complejos y limpiarse nostalgias, de crecer y crear en vez de enrocarse y empezar a construir una saludable alternativa aunque sea a costa de renunciar a algunos objetivos y a muchos personalismos.

Hay, con todo, un leve atisbo de cambio de trayectoria en la oposición. Podemos y Ciudadanos están hablando. Y ambos, junto al PSOE, han acordado crear una comisión parlamentaria que investigue las cuentas del PP.

Este país necesita alternancia, por salud social y política. También lo necesita el PP, y lo saben muchos de sus dirigentes.

Pero tal y como está el reparto de preferencias, o hay un profundo ejercicio de responsabilidad e imaginación entre todos los demás grandes partidos, en la línea de acuerdos muchos más amplios que el que hoy anotamos, o vamos a estar aquí repitiendo y repitiendo hasta que salga el resultado que está esperando y trabajándose con ahínco con la inestimable e indeseada colaboración de los demás, el paciente gallego, que vaya si lo es. Paciente y gallego.

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