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Los Veintisiete intentan conjurar en Roma el fin anunciado de Europa

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.

Se han dado cita en la sala de los museos del Capitolio donde, hace ahora 60 años, se firmó el Tratado de Roma, uno de los actos que sentó las bases de Europa. Precisamente aquí, bajo los frescos grandilocuentes del siglo XVII italiano, que plasman los episodios gloriosos de la ciudad, los dirigentes europeos deben leer este sábado su nueva “declaración de Roma”. Y ello con la esperanza de revitalizar un proyecto europeo medio moribundo.

Si hubiesen sido menos previsibles, los organizadores de la ceremonia habrían podido elegir la sala aledaña, en el laberinto del palacio. Allí puede contemplarse una escultura de bronce que data del siglo I antes de Cristo, el Spinario, quizás más reveladora del estado de ánimo de la UE en los tiempos que corren: se trata de un joven que se está quitando una espina del pie. En 2017, el suelo europeo está cubierto de espinas, tan profundamente clavadas que a día de hoy resultan difíciles de quitar.

La ceremonia romana llega en un momento político complicado, que debería serenar las ganas de celebraciones, incluso de los batallones de federalistas más fervientes. Las elecciones legislativas del 15 de marzo, en los Países Bajos, han puesto en evidencia la progresión de las ideas de las derechas más extremas en el seno de los partidos tradicionales. Y todo ello pese al relativo fracaso en las urnas del xenófobo Geert Wilders. El rechazo a dimitir del socialdemócrata Jeroen Djisselbloem, presidente del Eurogrupo, pese a sus palabras provocadoras contra los países del sur de Europa, recuerda la magnitud de la brecha entre el Norte y el Sur europeo. Todo ello no contribuye sino a socavar un poco más la credibilidad de la moneda única, el euro.

En cuanto a Theresa May, no ha viajado a Roma. Eso sí, la jefa del Gobierno británico tiene previsto activar el artículo 50 de los tratados europeos el próximo miércoles 29 de marzo. A partir de ese momento, Londres dispondrá de dos años para negociar su salida de la UE. Por si fuese poco, no hay que olvidar otras crisis importantes, de las crispaciones migratorias a la elección de Donald Trump, pasando por la amenaza terrorista y el giro autoritario que se vive en el Este. Así las cosas, hablar del hundimiento de Europa ha terminado por convertirse en todo un clásico en los medios de comunicación.

“Europa atraviesa una crisis existencial”, reconoció Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión en su discurso sobre el estado de la Unión de septiembre de 2016. Hasta tal punto que el exministro de Asuntos Extranjeros Hubert Védrine instaba a hacer una “pausa legislativa” en la Comisión Europea: “Europa debe dar un paso atrás si queremos salvarla. ¡No acabaremos con las protestas populares a golpe de agua bendita comunitaria”.

“La construcción europea no se encuentra lejos de su momento de la verdad”, profetizan por su parte el economista Patrick Artus y la periodista Marie-Paule Virard en su último ensayo, titulado Euro, par ici la sortie ? (Euro, ¿es por aquí la salida?). Los autores resumen lo que podría convertirse en el desafío del fin de semana romano: “Todos, tanto partidarios como contrarios a la salida [de la UE] son ahora conscientes de que el statu quo ya es insoportable y que, esta vez, no bastará con alcanzar compromisos, desarticular protestas e improvisar”. En resumen, hay que hacer todo lo posible para dejar atrás un statu quo que devora a Europa. Las opciones son dos. O se devuelven competencias a los Estados-nación (la “renacionalización”) o se consigne mayor integración, para mejorar una arquitectura bruselense aún muy imperfecta (el “salto federal”). Sea cualquiera la opción elegida, hará falta una modificación de los tratados de resultado incierto.

Una UE sin avances

La declaración de Roma, ¿permitirá desencadenar un movimiento? Hay que ser optimista para creerlo. Basta con recordar el precedente de Bratislava. En respuesta a la victoria del Brexit, los europeos se afanaron por organizar una gran cumbre destinada a fijar el rumbo de la reactivación... Corría septiembre de 2016, en Eslovaquia. Había que escenificar la unidad de los 27, a cualquier precio. “Nos hemos comprometido a ofrecer a nuestros ciudadanos, durante los próximos meses, una visión de una UE atractiva, con capacidad para ganarnos su confianza y su apoyo”, escribieron los dirigentes en las conclusiones de una cumbre muy mediática. Desde entonces, ¿qué ha pasado? No se ha producido ningún avance significativo en asuntos clave para el futuro de Europa (deslocalización de trabajadores, armonización fiscal, etc.).

Si el statu quo construido ha prevalecido sistemáticamente desde el comienzo de la crisis del euro es por una sencilla explicación: nadie se pone de acuerdo en los pasos que se deben dar. Europa está más fracturada que nunca, dividida entre los clubes de países con alianzas más o menos sólidas (como el grupo de Visegrad, al Este, o la pareja franco-alemana al Oeste); las desigualdades entre el Norte y el Sur de la zona euro han crecido durante la crisis; los errores de la globalización han acentuado las crispaciones nacionalistas; las relaciones de fuerza nacionales prevalecen sobre las lógicas de cooperación, como se puso de manifiesto con la gestión de la crisis griega. Como cabía esperar: los intereses de los Estados miembro son cada vez más divergentes.

El proyecto de una Europa “de varias velocidades” que defiende la pareja franco-alemana evidencia estas divergencias profundas. La UE ha funcionado siempre según diferentes grados de integración (algunos Estados pertenecen al espacio Schengen, otros a la zona euro, otros trabajan juntos en una tasa a las transacciones financieras...). Pero el concepto, por inofensivo que sea, apunta directamente a algunas capitales, en dirección al Este de Europa. Y estos países temen quedar marginados o ver cómo se les imponen determinadas decisiones. Esta misma semana, Varsovia amenazó con no firmar la declaración final. Aunque, según la web Politico, la última versión de la declaración de Roma incluye una fórmula, que sólo conoce Europa, en la que se aboga por “ritmos diferentes, cuando sea necesario y como hicimos ya en el pasado, en el marco de los tratados existentes”. O lo que es lo mismo, la definición exacta de un statu quo...

En un libro reciente titulado La Double Démocratie (La Doble Democracia), los profesores universitarios Michel Aglietta y Nicolas Leron muestran su preocupación por los efectos perversos del inmovilismo de Bruselas. Porque el “statu quo no es estático”, dicen. Europa, tal y como está construida actualmente, está condenada al agotamiento, por la energía que gasta aunque sólo sea para permanecer en vida. “El statu quo produce, por efecto mismo de su propio accionamiento interno, una dinámica de desplome global de la democracia en Europa. La línea de horizonte previsible, al prolongar el trazo, se sumerge en las aguas oscuras”.

Muestras de "integración negativa"

Para Aglietta y Leon, la UE sólo es capaz de dar muestras de “integración negativa”. Por ejemplo, cuando el Tribunal de Justicia de la UE sanciona reglamentos nacionales porque serían contrarios al derecho de la UE. Con el riesgo que supone pasar por una “formidable máquina de desreglamentar las legislaciones nacionales”, mientras que el ordoliberalismo alemán parecer haber ganado la partida definitivamente en Bruselas. Por el contrario, tiene problemas para concretar una “integración positiva” en aspectos clave, que van del derecho del trabajo a la armonización fiscal, donde se necesita la unanimidad de los Estados, en la mesa del Consejo, para avanzar. En resumen, Europa sanciona mucho, pero tiene problemas para poner en marcha políticas públicas de redistribución. Y es precisamente este desequilibrio el que, a medio plazo, puede condenar a Europa a la desmembración. Desde ese punto de vista, la estrategia del democratacristiano Juncker, que estos últimos días ha querido darle un color más social a la “declaración de Roma”, subrayando el “pilar europeo de los derechos sociales”, es inútil, dado que no se dirige al funcionamiento mismo de la construcción europea.

Sobre la mesa hay varios textos. Publicado en 2015, el denominado informe de los cinco presidentes (Comisión, Consejo, Parlamento, BCE y Eurogrupo) propone reforzar la integración económica, dotando a la zona euro de estructuras perennes y de un presupuesto propio. Aglietta y Leron defienden también la creación, de entrada, de un presupuesto de la zona euro que en su opinión sería como un electroshock capaz de reactivar la maquinaria europea. Pero este escenario conlleva un riesgo político como recuerda otro profesor universitario, Jean-François Jamet: “La mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno juzgan que el contexto actual, marcado por la fuerza de los populismos [...] es desfavorable para una reforma ambiciosa de la UE y de la zona euro, considerada políticamente arriesgada”. Ése es el problema del salto federal: su falta de legitimidad mientras las protestas contra la UE van a más en todo el continente.

En un libro blanco sobre el futuro de Europa publicado a comienzos de marzo, Juncker, que tiene mucho que decir en el marasmo actual, aportó su contribución al debate. El luxemburgués no se arriesgó, se limitó a describir cinco escenarios posibles para la futura UE. La primera opción prevé el famoso statu quo consolidado (“inscribirse en la continuidad”) y la última, considerada como la más ambiciosa, imagina una Europa política integrada (“hacer mucho más juntos”). Otras hipótesis intermedias se han probado, como la idea de hacer una Europa reducida de un mercado único (“nada más que el mercado único”) o una Europa a varias velocidades (“los que quieren más hacen más”, por ejemplo en materia de Defensa). Pero en ninguno de los escenarios presentados hay ni siquiera el esbozo de un nuevo relato en el que apoyar con solidez el proyecto europeo.

Por fortuna, la declaración de Roma no va a ser el único acontecimiento del aniversario romano. Este viernes estaba prevista la celebración de una cumbre social con representantes de la Confederación Europea de los Sindicatos (CES), así como marchas festivas con reivindicaciones más o menos inciertas. Pero habrá que estar muy pendientes, sobre todo, de la reunión que este sábado se mantenga en un teatro de Roma, donde se darán cita partidarios del DIEM 25, el movimiento promovido por el exministro griego Yanis Varufakis en febrero de 2016 con el fin de democratizar la construcción europea. Además de representantes de movimientos sociales y de candidatos de izquierdas, el profesor universitario debería presentar un nuevo partido europeo. El nombre en clave de la jornada bien podría ser: “Es el momento de ser valientes”. _______

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Traducción: Mariola Moreno

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