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Trabuco 2.0

Fernando Pérez Martínez

Pongamos un país moderno y civilizado. Pongamos un tejido empresarial que se mueve acatando las leyes de un Estado democrático y de derecho. Ahora imaginemos un cliente potencial de empresas de telefonía que desea contratar servicios de teléfono móvil, fijo y conexión a internet. El cliente quiere agrupar todos los servicios en una sola factura para disminuir el coste que está pagando mes tras mes y que considera abusivo o, cuando menos, excesivo e injustificado.

Se pone en contacto con la compañía que, según sus vecinos, ofrece la mejor cobertura y le explica sus requerimientos. La compañía le hace una oferta que satisface sus necesidades telefónicas, pero incluyendo un apéndice de televisión de pago que el cliente rechaza, pues el cliente es uno de esos raros ejemplares de homo sapiens, que considera que las 24 horas del día son pocas para todo lo que le gusta hacer y que apenas dispone de tiempo para ver televisión más allá de alguna película y el telediario de El Gran Wyoming.

La compañía, por boca de su personal comercial, desgrana las maravillosas ventajas de toda índole de su contrato estrella, incidiendo en que pagará menos que en la actualidad, pero con la mar de canales de televisión, además de los generalistas y el fútbol del campeonato europeo y otras maravillas que el cliente no quiere y cuyas ventajas no se le alcanzan. A éste sólo le llama la atención que siendo él el que paga la fiesta, no se atiendan sus solicitudes de teléfono fijo, móvil -la cobertura en donde vive es muy mala y cuando el cielo está nublado sólo se puede usar el fijo- y conexión a internet.

La compañía insiste en su oferta, y solamente está dispuesta a complacer al cliente quitando la televisión y la tarifa plana del móvil y del fijo, aportando una cantidad de minutos de uso que al mes resultan insuficientes para las necesidades del usuario, con lo cual éste deberá pagar un suplemento por los minutos usados fuera del contrato, que subirá la factura mensual a cimas de gasto inaccesibles para un salario medio, que es una forma de decir de un salario enclencle.

Vuelta a argumentar el cliente -que sabe igual que la compañía que ninguna otra mejora el asténico servicio prestado en la zona en la que habita- que cómo es posible que sea más caro contratar móvil, fijo e internet, que eso mismo más un chorro de canales de televisión, más la liga de campeones y mil zarandajas más. Y vuelta a escuchar el argumento comercial sobre lo feliz que hace a la gente “normal” el exclusivo acceso a los canales de tv incluidos en el paquete “indivisible” que el cliente debe aceptar, si desea ver disminuida la cifra de la factura mensual.

Conclusión. Cuando hay monopolio o pacto equivalente entre las compañías, la estrategia comercial no tiene por qué ser atractiva, se impone a la fuerza porque no existe alternativa para el cliente. Antes el cliente era quien pagaba y mandaba, y hoy resulta que ya no tiene siempre la razón, y debe acabar disfrutando con calzador, del servicio contratado y pagando además las adherencias, que la compañía quiera añadir contra la voluntad del cliente, y que la compañía ni siquiera tiene que prestar. A esto llaman los empresarios modélicos de la marca España, liberalismo económico, libre competencia y otras sonoras frivolidades, como estrategia comercial, que es igual que la de Luis Candelas con un trabuco 2.0. _____________

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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