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Los libros

La vida de ningún Jesús

Los días de Jesús en la escuela, de J.M. Coetzee.

Los días de Jesús en la escuelaJ.M. CoetzeeTraducción de Javier CalvoLos días de Jesús en la escuela

Literatura Random HouseBarcelona2017

 

El libro que nos ocupa es la secuela de una novela anterior que creó polémica al momento de su publicación, La infancia de Jesús, no solo por su extrañeza argumental, sino por su propio estatus literario. ¿Se trataba de una novela al estilo de aquellas a las que Coetzee nos tiene acostumbrado desde hace décadas, que exploran la condición humana en situaciones extremas, política, social o psicológicamente? ¿O de algo completamente diferente? Al igual que en la primera novela, Los días de Jesús en la escuela no tratan del personaje histórico de Jesús, al que ni siquiera se le nombra en ambas obras. Queda al lector e intérprete adivinar quién podría merecer dicha adscripción, y tal y como se presenta la obra que nos ocupa, la respuesta no es clara, ni mucho menos. ¿Se trata del niño Davíd (sic), de su padre adoptivo, Simón, o incluso de Dmitri, el guarda del museo que comete un crimen y lo confiesa sin ambages y exige castigo?

La historia toma el hilo donde lo dejó la novela anterior, esto es, con Inés (la que ha asumido el rol de madre), Simón (quien encontró a Davíd perdido en el barco que les llevaba a aquel país de habla hispana) y Davíd (el niño mentado, quien posee cualidades inusuales para un niño de su edad) huyendo del sistema burocrático de la ciudad de Novilla, en la que habían estado residiendo y en cuyo sistema educativo Davíd no podía encontrarse a gusto, por su alma inquisitiva e irreverente. Alejar a un niño de la escuela es penalizado en dicho país ficticio, por lo que huyen a la ciudad de Estrella, en la cual deciden mantener un perfil bajo, evitando incluso el censo nacional, para evitar que Davíd sea mandado de vuelta a la escuela pública y los padres posiblemente penalizados por la infracción.

Al comienzo deciden ir a trabajar a una especie de hacienda en la que hacen trabajo manual y donde Davíd puede correr a sus anchas, como lo haría cualquier niño de seis años en el campo de cualquier país. El niño conoce a otros niños, los cuales se comportan de manera más desinhibida que Davíd, e incluso llegan a matar un pato en un lago cercano, hecho que afecta a Davíd, niño sensitivo y emocional. La plantación es posesión de tres hermanas ya mayores, que reconocen en el niño cualidades especiales y ofrecen a Inés y Simón pagar por su educación en la Academia de Danza de la ciudad de Estrella, algo que los padres aceptan. Pero Davíd prefiere cantar. Sin embargo, al llegar a la escuela se adapta con facilidad y empieza a tener más respeto y admiración por sus profesores en la escuela que por sus propios padres adoptivos, lo que perturba de modos distintos a Inés y Simón. Éstos no están casados ni tienen una relación entre ellos, solo se han encargado del cuidado de Davíd, como responsables de su bienestar. Ambos carece de pasiones extremas y prescinden del sexo, inclinados más bien al la vida cotidiana y ocasionalmente al pensamiento y la vida mental.

Davíd también se hace amigo de Dmitri, el vigilante del museo al lado de la Academia de Danza, quien está enamorado de Ana Magdalena de manera platónica, o al menos eso es lo que sabemos al inicio de la novela. Confiesa lamer el suelo por el que camina la profesora de la Academia, una mujer de hermosura extraordinaria, pero fría, que Simón también admira, pero sin la pasión desmedida de Dmitri. La novela incursiona en lo que podría llamarse un pitagorismo platónico al exponer la filosofía que sostiene las actividades de la Academia. El objetivo de la danza es invocar los números y encarnarlos en los propios movimientos, algo así como dejarse poseer por su esencia y expresarlos mediante movimientos. Ana Magdalena expone dicha filosofía, relacionándola con las estrellas, lo que resulta en una amalgama un tanto extraña de platonismo y de astrología, algo sorprendente en Coetzee. Simón no cree en todas estas elucubraciones metafísicas y se muestra escéptico al inicio, pero consiente en que el niño acuda a la escuela, ya que David parece disfrutarlo mucho y se muestra como un alumno privilegiado, que entiende la filosofía de manera intuitiva y la cristaliza en su habilidad con la danza.

Entretanto, Dmitri representa la otra cara de la luna, un hombre basto y sin mayor educación, al que los niños de la escuela, no obstante, adoran, y a los que reparte caramelos y engríe en cuanto puede. Dmitri ha notado el carácter especial de Davíd, y éste le corresponde con afecto. Es más, Davíd piensa que Dmitri le entiende como no pueden hacerlo incluso sus padres, sobre todo Simón, a quien acusa de falta de comprensión. Davíd, como en la primera novela, es un niño fuera de lo común, tal vez la mejor opción para ser considerado Jesús, pero a la vez algo consentido, reacio a obedecer y siempre con preguntas sobre todo lo que los adultos dan por entendido. Simón responde de la mejor manera que puede a sus inquisiciones, pero no parece satisfacer la curiosidad de Davíd jamás. De pronto, algo ocurre que cambia la dirección argumental de la novela. Davíd descubre un día el cadáver de Ana Magdalena en un rincón del sótano y se lo muestra a Simón. La policía interviene, pero no tiene que hacer ninguna investigación para averiguar al asesino, ya que Dmitri se presenta en la policía y confiesa su crimen. La ha violado y estrangulado después, es lo que dice. Dmitri exige castigo y retribución, que no puede ser otro que mandarle a las minas de sal, donde el trabajo es inhabilitante y en las que de seguro moriría una muerte pronta.

Muchas páginas del libro se dedican al juicio y la decisión de Dmitri de inculparse a sí mismo, y de exigir un castigo ejemplar. Los jueces, sin embargo, argumentan que el sistema judicial está concebido para proteger a los acusados incluso de sí mismos, por lo que lo envían a un hospital psiquiátrico, del cual se escapa, ayudado por Davíd. Dmitri perora muchas veces sobre su culpa, sobre la necesidad de que todo el peso de la ley caiga sobre él, sobre la naturaleza irredimible de su crimen. El final se lo dejo al lector, pero en su ardor ético, Dmitri recuerda sin duda al Raskolnikov de Dostoyevski, sobre el cual escribió Coetzee una novela estupenda, El maestro de San Petersburgo, y cuyos ecos son claros en la confección de este personaje. Si dije antes que incluso Dmitri podría ser considerado un buen candidato para atribuírsele el título de Jesús es por su agónico deseo de sacrificarse por haber traicionado el amor de su adorada Ana Magdalena, algo que solo merece desprecio y retribución, no solo por haber traicionado a la persona que amaba, sino por haber traicionado al amor, a su esencia como ser humano.

Más tarde en la novela entendemos que Ana Magdalena, la fría belleza de aspecto sideral, había estado teniendo una relación clandestina con Dmitri y que le amaba en su presencia elemental y terráquea, en contraste con sus ideales platónicos. Su esposo no sospecha de dicha traición, pero se le describe como viviendo en las nubes, ignorante de toda vicisitud sub-lunar, incluida la de la relación ilícita entre su mujer con el desaliñado Dmitri. Esta revelación le compete a Simón, quien desprecia a Dmitri, pero al que éste busca una y otra vez, porque le considera una persona decente que haría lo que le pedía sin engañarle. Y le pide que confíe al fuego unos documentos que están escondidos en el sótano del museo en el que Dmitri trabajaba, en los que se hallan cartas de Ana Magdalena a Dmitri, expresando un deseo visceral de estar con él de nuevo, de sentir sus brazos en torno a ella. Al final de la novela no sabemos más de los motivos de Dmitri para cometer dicho crimen que cuando el crimen tuvo lugar. Davíd recorre todas estas escenas en estado de confusión, incapaz de entender por qué Dmitri ha hecho lo que hecho y deseando que Dmitri traiga a Ana Magdalena de la muerte. Simón mantiene su desdén para con Dmitri, a quien atribuye un crimen absurdo y absoluta falta de moralidad.

Como han señalado otros críticos, esta última novela de Coetzee es una novela extraña, por muchas razones, el argumento –se me olvidó mencionar que los viajeros que arriban en dicho país olvidan todo lo que han vivido hasta ese momento en su paso por el océano—, los personajes, el desenlace. No faltan algunas incongruencias, como el hecho de que Dmitri, siendo una persona sin educación, sucia y desaliñada, hable como un filósofo de una novela rusa, o de que Davíd exceda los límites de una mente de su edad, por lo cual se ha acusado a esta novela de no serlo, de ser un artefacto verbal para expresar ideas más que un ente narrativo como solía presentarnos Coetzee hasta ahora. Como fuera, esta inquietante novela estimulará la mente de quien se avenga a leerla, sea novela o tratado en sordina, por la sencilla razón de que Coetzee no ha sabido plantear cosas irrelevantes en lo que va de su producción literaria y crítica.

*Frans van den Broek es escritor.Frans van den Broek

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