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Nacho Vegas: "El sistema utiliza la felicidad como un desactivador político"

Nacho Vegas (Xixón, 1974) se acerca al micrófono y presenta la siguiente canción con un punto de inusitada mala leche: "Esta va dedicada a los que dicen que soy un enemigo de la clase obrera". Acto seguido, suenan los acordes de "Aida de la Fuente", versión de una canción popular en honor de la militante comunista asesinada durante el levantamiento revolucionario de 1934. "Aida que así se llamaba,/ Aida que así se llamó,/ Aida que murió gritando/ '¡Viva la revolución!", suena por los altavoces del festival Poetas en el centro cultural Matadero de Madrid. El mensaje está claro. 

El músico está aquí para presentar su último libro, Reanudación de las hostilidades (Espasa), cuya promoción le ha supuesto un leve dolor de cabeza. Todo ha sido por un titular de una entrevista: "La vieja izquierda sigue hablando de clase obrera sin darse cuenta de que ha sido derrotada". "Normal que solo conciba derrotismo un yonki podemita acomodado", le llegó a responder el rapero Pablo Hasel. Los versos del poema que cierra el libro, y que sonaron también por los altavoces del escenario, parecen contradecirle: 

 

Hemos sido derrotadospero no del todo. Sin embargo, hay que reconocerque hemos perdido, señor. Agachamos la cabeza, aceptamos la derrotay capitulamos. Pero no se relaje, señor, porque esto no ha acabado aún.Volveremos a levantar la cabezay llegará un día, señor, en el que saldremos victoriosos. Entonces habremos ganado. Pero no del todo. 

"En la vida pasas por ciclos de ilusión y desilusión", explica días antes, con una cerveza y la mirada huidiza de los tímidos. "Los dos son necesarios: si vives en una desilusión perpetua acabas deprimido, y si vives en una ilusión permanente, te engañas a ti mismo." De eso va el nuevo volumen, su segunda desviación hacia la literatura después de Política de hechos consumados (2006). Hay en él una amargura y una tristeza, que no se encuentran en sus últimas canciones, revitalizadas por el efecto del compromiso social. "Así como en los últimos discos abandoné esa primera persona más confesional que estaba en los primeros, aquí en el libro sí que está muy presente", admite, sin mucho orgullo. Pero la vida, dice, son ciclos. 

En Resituación (2014) cantaba, con coro y aires de himno: "Nos quieren en soledad,/ Nos tendrán en común". Unos versos tomados de un manifiesto del Patio Maravillas, el colectivo okupa madrileño, y que recuperaba también el "runrún" de Ada Colau. Y en Canciones populistas (2015) unía a la poeta Gloria Fuertes y las reclamaciones de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca para recitar: "Si el amor me da un beso/ y yo me pongo a temblar, / qué importancia tiene todo eso/ mientras haya un desahucio más". Ahora se las ve con "el desencanto": "En los meses posteriores al 15M no esperábamos que hubiera una máquina tan poderosa que echara por tierra todo eso. Pensamos que el enemigo era menos poderoso y que simplemente siendo más lo teníamos ganado. Pero no ha sido así. Siendo conscientes de esto, hay que seguir con la resistencia activa". 

Como lo personal es político, es difícil separar en Reanudación de las hostilidades la desilusión política de la crisis personal e íntima. Por eso se lee: "Por ahora vivir es solo un dolor impreciso". Por eso la comunión colectiva de los varios años de protesta se presenta como un sueño fugaz. Pero Vegas ve en la tristeza también una herramienta política. "El capitalismo ha entendido muy bien el vender la satisfacción inmediata por vía de la sociedad de consumo y la obligación de disfrutar constantemente", se explica. "Parece que no hay un lugar para pensar en tu vida o cuestionarla. Eso es porque el sistema utiliza la felicidad como un potente desactivador político. Tenemos que reivindicar un poco nuestra infelicidad, no como algo que nos guste, sino como algo que es natural".

Esto casa bastante bien con la "fama de malditismo" que él mismo admite —y con sus historias fundacionales de bajos fondos, prostitución y drogas—. Pero, insiste, también tiene que ver con las palabras del filósofo Santiago Alba Rico que abren el libro: "Hemos prohibido la infelicidad privada como hemos prohibido la disidencia pública y más o menos por las mismas razones: porque denuncian, acusan, revelan la verdad de nuestro mundo". Habla el músico, con su voz suave y pausada: "Nos venden que la felicidad solo depende de uno mismo... Y eso nos hiperindividualiza y nos responsabiliza de nuestro malestar. Pasa en el mundo laboral: la solidaridad que un día hubo se ha cambiado por competencia. Y esa competencia con los demás se convierte en competencia con uno mismo". Vegas lanza, después de un silencio, otra cuestión demoledora: "Se habla poco de lo difícil que es quererse en un sistema como este". Un sistema, dice, que desplaza los cuidados a los márgenes, como algo que no tiene valor ni puntúa en el perverso juego del éxito. 

Frente a la felicidad forzada, el cantautor sitúa la alegría "genuina" generada en torno a los espacios de activismo. "Yo viví manifestaciones muy duras en la lucha obrera asturiana que acabaron todas en derrotas o victorias pírricas, que para el caso es lo mismo. Ahí había mucha tristeza. Lo hacían con mucha dignidad y orgullo, pero era muy poco alegre", recuerda. "Pero en estas movilizaciones en las que la gente se empezó a dar cuenta de que la clase trabajadora había cambiado, de que teníamos que encontrar nuevas maneras de encontrarnos, se combinaba la lucha con la celebración con la hermandad". Él se dejó contagiar por esa "alegría" que venía "de participar en los bienes comunes". Pero, ya se sabe, la vida va por ciclos. 

Así que, dice, habrá que combinarlos. El desencanto personal y público se queda ahí, aunque se esfuerce en matizarlo: "Ocurre solo con una parte de la vida, que es la política, y una sola parte de la política, que es la política institucional". Él, de hecho, tomó partido en el proceso de Vistalegre II yendo en las listas de Podemos en Movimiento, la facción anticapitalista, en contra de "todas esas peleas y tonterías que no llevaban a ninguna parte". La alegría se mantiene, dice, en "el poder popular" que "tiene que hacer presión a las instituciones cuando se apoltronen", y en "los cuidados". Y en los conciertos, en los que, entre verso y reivindicación apenas cabe espacio para la tristeza. 

 

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