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Danza

Las mujeres de Sol Picó

Un momento del espectáculo 'We Women", de la coreógrafa Sol Picó.

Cuando alguien grita "¡Depilación!", las cuatro mujeres comienzan a moverse. Es un baile frenético, parte crossfit, parte Dandad, danzad, malditos. La voz continúa: "Vámonos preparando, señoras, que empieza la operación bikini". Los movimientos de las bailarinas se aceleran, como en una exigente tabla de ejercicios, mientras la voz les jalea: "¡Suda, aprieta!". Tres van cayendo y gana una. El premio: una manzana que la vencedora recibe con notable decepción. Es una escena de We Women, el espectáculo de la bailarina y coreógrafa Sol Picó que llega a Madrid tras dos años de gira. Pero es también una escena en la que cuatro mujeres de orígenes y contextos distintos —Benín, Japón, India, España— encontraban ciertas resonancias. Eso pretende esa hora de danza teatro que recala en el Español el 15 y 16 de junio: encontrar los puntos comunes que unen a la mitad de la humanidad. 

"En mi trabajo siempre ha estado muy presente el tema de la mujer, pero esta vez quería trabajarlo desde otras perspectivas, desde otros continentes", explica la Premio Nacional de Danza en la presentación del especáculo, estrenado en el verano de 2015 durante el Festival Grec de Barcelona. Habla la autora que a lo largo de 30 años de carrera, 20 con esta compañía, ha montado espectáculos como Petra, la mujer araña y el putón de la abeja Maya, una crítica ácida (y feminista) a las relaciones amorosas. O La dona manca o Barbi Superestar, sobre la inalcanzable perfección exigida a la mujer. O La piel del huevo te lo da, su último espectáculo, junto a la actriz Candela Peña y la cantante La Shica, en el que se planteaba ya esa engañosa "igualdad de oportunidades" vendida a las mujeres occidentales.

Aquí, las bailarinas llegaron mucho antes que el contenido. Para "abordar el papel de la mujer en el siglo XXI, pero en otras culturas también", Picó necesitaba compañeras de viaje. Se encontró con Julie Dossavi, de origen beninés y residente en Francia, cuando esta representaba un espectáculo de calle en el Grec. A la japonesa Minako Seki, afincada en Berlín, la conoció por su trabajo con el butoh, una disciplina de danza creada tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki con la voluntad de encontrar un lenguaje nuevo par aun mundo terriblemente nuevo. Con Shreyashee Nag, nacida en Kolkata, se encontró tomando cañas por Barcelona. Sustituye a la bailarina Shantala Shivalingappa, maestra también en kathak, una danza india de carácter narrativo con más de 2.000 años de historia. La propia coreógrafa llega de la danza clásica, española y contemporánea. 

Pero, ¿existía un "papel de la mujer en el siglo XXI"? ¿Podían establecer lazos entre las experiencias tan dispares de unas y otras? La respuesta llegó con el trabajo. Partían de la improvisación, en las contadas pero valiosas residencias que pudieron arrancar a las agendas de unas y de otras. "Alguien proponía un movimiento de, por ejemplo, kathak", recuerda la alicantina. "No podíamos hacer lo que hacía ella exactamente, pero sí integrar cierto movimiento. Buscábamos la manera de recibir eso, cada una dentro de su fisicalidad." Cada una de las artistas tiene su propia compañía y tiene bien definida su vía de experimentación. En las jornadas de ensayos, en las comidas, en las confidencias al final del día, fue surgiendo un mínimo común que alimentaba y se parecía al que encontraban sobre el escenario.

En el espectáculo, Sol Picó cuenta, con su ironía habitual, cómo se reparte el pollo en su casa: primero su padre, luego el hermano mayor, luego el menor, luego el tío... y ya al final, si queda algo, la madre. Shivalingappa contestaba: "En mi familia es totalmente distinto, porque vengo de un sistema matriarcal. Ella es la propietaria de la tierra y es su nombre el que se le da a la siguiente generación. Así que el hombre también come primero, pero porque la mujer le sirve porque es amorosa y generosa". Distinto, pero igual. "Es muy duro ser mujer en África. Es verdaderamente muy duro. Para mí, el hombre tiene miedo de la mujer. Lo veo, lo siento", cuenta Dossavi en el making of. Seki explica que en su familia aún funcionan los matrimonios concertados... y que ella decidió mudarse a Berlín para zafarse de todo aquello. "Nuestra impresión es que queda un largo camino por recorrer, pero que estamos todas decididas a recorrerlo", dice la directora. 

Teñir el telón de morado

La pieza está cosida por la dramaturgia de Roberto Fratini —habitual de la escena de danza barcelonesa— y por la música de la violinista sarda Adele Madau, la flautista y cantante Lina León y la tocaora Marta Robles. Ellas ponen aires flamencos a una pieza que reflexiona también sobre la tradición y el diálogo con la herencia cultural. "Hemos reflexionado sobre cómo romper con ella y evolucionar, saliendo de ahí, porque finalmente siempre ha jugado en nuestra contra", dice Picó. La escenografía, un campamento gitano —que ofrece, además, el recurrente y vistoso elemento de la arena—, simboliza un precario espacio de encuentro entre las bailarinas. Un lugar pegado a la tierra, antiguo como las migraciones, pero libre. 

La coreógrafa participó también en Solo son mujeres, la obra dirigida por Carme Portaceli —responsable ahora del Teatro Español y de la programación de We Women—, una de las triunfadoras de los últimos Premios Max. Entonces, la directora se quejaba de que las salas solo querían ficharlas para el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, "como si las historias de mujeres se tuvieran que encerrar en un solo día". Algo así ha vivido Picó con la distribución de esta pieza: "Ese es el estigma, ¿no? Habláis de mujeres, qué plastas. Pero es que hay que seguir hablando". Por eso insiste. Y, ahora, del otro lado. Su próximo espectáculo, ya en marcha, estará protagonizado por siete bailarines. ¿El tema? La masculinidad. Esa otra cara del pollo que jamás llega al plato. 

 

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