Cine
El Erasmus no es lo que parece
¿El Erasmus? Un año de juerga, alcohol, sexo y despreocupación absoluta por los pegajosos deberes del mundo real. ¿No? No. O no solamente. Eso es lo que defiende la película Júlia ist, ópera prima de la joven directora Elena Martín. En este retrato del año que la Júlia del título, interpretada por la propia cineasta, se nos propone mirar a la conocida beca como un rito de entrada a la madurez. No un capricho, sino un período de crecimiento interior abismal. No una fiesta de nueve meses, sino el primer ensayo de lo que será la vida adulta. El proyecto, ideado como trabajo de fin de grado de los cuatro guionistas —Marta Cruañas, también productora; Pol Rebaque, también director de fotografía, Maria Castellví y la propia Martín—, parece haber cuajado: en el último festival de Málaga se llevaron la Biznaga de Plata a mejor película y dirección en la sección Zonazine del Festival de Málaga, dedicada al cine alejado de los cauces comerciales.
"Gran parte de la película parte de la frustración de lo que todos entendemos por un Erasmus", dice Elena Martín por teléfono, desde el AVE que la lleva a Madrid para la presentación de la película (ciudad en la que se proyecta a partir del viernes 16, además de en Barcelona y Girona). "Nosotros también pensábamos en la Erasmus como un campamento de verano. Luego te das cuenta de que no es así", insiste. Esa sensación compartida durante sus respectivas becas por los coguionistas les hizo pensar que quizás aquello no era una experiencia individual. "Lo que nos motivó a convertirlo en película", recuerda la directora, "fue, en primera instancia, que para nosotros estaba siendo una etapa reveladora, incluso desde lo cotidiano. Pensamos que podía llegar a ser algo compartido". No solo por quienes disfrutaron de la beca —24.000 personas menos en 2016 que en el año anterior por el endurecimiento de los requisitos— sino por cualquiera que hubiera vivido un proceso formativo similar.
La sensación de desencanto es extensible, además, a otros aspectos de su generación, los denostados millennials. "Sí que somos una generación a la que nos han dicho que somos especiales de alguna forma, la generación mejor formada de la historia de este país y todo eso. Y luego cuando te encuentras con la realidad, que significa tomar decisiones, saber adaptarte a los cambios, saber que eres uno de muchos", cuenta. Uno de muchos sometidos a un paro juvenil del 40% y una temporalidad del 57%. Quizás el futuro de Júlia, más allá del the end, sea volver a Berlín para buscar trabajo, no ya en la arquitectura, la carrera que estudia, sino en el cacareado "lo que salga". Pero, puntualiza Elena Martín, esta no es una película que ponga el énfasis en lo político, o no explícitamente. Es lo que los anglófonos llaman coming-of-age y que en literatura sería una novela de aprendizaje.
"Júlia es", dice el título. ¿Qué es Julia? Es la pregunta que surge a lo largo de un año de desarraigo, de exposición a una vida lejos de los cuidados familiares. En un país como España, donde el 80% de los jóvenes entre los 16 y los 19 años vive con sus padres, es un cambio significativo. Entre las preocupaciones de Júlia, allá en un país cuya lengua no domina del todo y cuyas costumbres no comprender, no está desde luego la fiesta. Eso es lo sencillo. Lo díficil es encontrar un espacio en un sistema educativo totalmente ajeno, hacerse un círculo de amigos empezando de cero, emanciparse emocionalmente del hogar... y llevar a cabo pequeñas tareas de supervivencia, como pagar el alquiler o hacer la compra, que el adulto hace con relativa facilidad pero que al posadolescente se le atragantan. "Es una película que habla de un conflicto emocional, de una crisis de identidad", apunta Martín.
Lo mismo debieron pensar en la productora catalana Lastor Media, que decidió financiar la película pasado el primer montaje que entregaron los entonces estudiantes a sus profesores de la Universidad Pompeu Fabra. No era la primera vez que lo hacían: el año pasado también adoptaron a la celebrada Las amigas de Àgata (dirigida por Laia Alabart, Alba Cros, Laura Ríos y Marta Verheyen), en la que Elena Martín, en su faceta de actriz, interpretaba el rol protagonista. La productora es uno de los puntos en torno a los que parece estar construyéndose una sólida nueva ola de cine catalán, con títulos como 10.000 km —que le dio a Carlos Marques-Marcet el Goya a mejor dirección novel en 2015— o El rey tuerto. En el proceso de construcción del filme han participado también, como asesores, Mar Coll, Isaki Lacuesta y Elías León Siminiani.
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La entrada de Lastor ler permitió volver a rodar una vez terminado el primer corte, que duraba en torno a los 50 minutos, 40 menos que ahora. La producción y montaje se ha extendido desde 2013, cuando Martín y el resto de guionistas vivió su Erasmus, hasta el pasado noviembre. Un proceso muy poco habitual que les ha hecho posible trabajar en la narrativa cinematográfica y reescribir la película casi hasta el último momento. "Visto con perspectiva", dice la directora, "realmente no habría podido salir lo que ha salido de la forma tradicional. Estamos aprendiendo y necesitamos esa revisión y ese tiempo para ver el tono al que queríamos llegar".
El tono sería un naturalismo cercano e intimista poco frecuente en el cine español. Y muy frecuente, sin embargo, en el último cine catalán, hecho por cineastas nacidos en los ochenta. Además de Marques-Marcet, Coll y las autoras de Las amigas de Àgata, entrarían en esa nómina Neus Ballús (La plaga) y Meritxell Collel en el documental. La última en incorporarse sería Carla Simón con su ópera prima Verano 1993Verano 1993, el 30 de junio en cines. Fue ella quien ganó la Biznaga de Oro en la sección oficial del Festival de Málaga. Martín no ve un motivo claro para esta coincidencia creativa: "Igual compartimos referentes o el gusto por un tipo de cine", lanza. Tanto 10.000 km, como Verano 1993 y Júlia Ist, apunta, son filmes autobiográficos, al menos en parte. "Son apuestas empáticas y emocionales, por eso creo que hay que estar cerca de los personajes, que parezca que lo estás viviendo con ellos."
Para la próxima, ni Martín ni su equipo contarán con el acompañamiento protector que, en este caso, ha sido la universidad. Estarán solos ante la industria. "Sé, porque es conocido, que es muy difícil seguir haciendo cine", admite la cineasta. Por ahora le ha dado un empujón a la actuación participando en la nueva película de ficción de Collel y creando su propia compañía teatral. La pantalla queda en stand by.