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España plurilingüe

El mundo de ayer

Portada del libro 'En defensa de la lengua andaluza', de Tomás Gutier.

El pasado día 13 se anunciaba, en la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, la presentación de El engeniosu jidalgu don Quijoti La Mancha, edición abreviada y traducida al cántabro de El Quijote, ya editado en todas las lenguas y variedades lingüísticas del Estado español.

Más recientemente, la revista Papel consagró un artículo a Ángel Luis Saludas, oscense de Espierba y uno de los 30 hablantes del belsetán, dialecto aragonés del que en 40 años ha recopilado 17.000 palabras. "Alguien tenía que hacerlo y ya estamos en las últimas".

Son dos botones que muestran esta España plurilingüe, por ello rica y en ocasiones conflictiva, donde hay quien dedica su vida a proteger las hablas en riesgo. Hemos hablado con tres de ellos.

Por alusiones

El belsetán es una de las variedades históricas del aragonés, como lo son ansotano, cheso, tensino, chistavino, ribagorzano y patués o benasqués.  Me lo explica Manuel Castán, filólogo, presidente de la Academia  de l’Aragonés. "El término 'fabla' procede de una elipsis de 'fabla aragonesa' (habla aragonesa) que comenzó a usarse a partir de los años 70 del pasado siglo por los neohablantes del entorno del Consello d’a Fabla Aragonesa de Huesca (CFA) para referirse al aragonés o lengua aragonesa", me explica, antes de precisar que hoy en día esa voz ha quedado para designar al modelo de aragonés común que propugna esa asociación "y que cuenta con el rechazo mayoritario del resto de asociaciones de neohablantes y, por supuesto, del aragonés de las variedades históricas".

La lengua aragonesa ha dado un fruto literario importante, sobre todo el cheso (Veremundo Méndez, Chusé Coarasa, Rosario Ustáriz), el chistavino (Nieus Luzía Dueso, Quino Villa), el ribagorzano (Elena Chazal, Ana Tena) y el patués (José Mª Ferrer, Carmen Castán); y, en "el modelo de lengua común desarrollada por el CFA", Ánchel Conte, Francho Nagore o Chusé Inazio Nabarro. El aragonés, precisa Cerdán, no tiene rango de lengua cooficial, "pero es reconocida por la una ley de 2013, que ha sido enmendada recientemente. En ella se habla de la necesidad de protegerla, de los derechos de sus hablantes a usarla en cualquier ámbito y de que se enseñe y aprenda en todos los niveles educativos de manera voluntaria".

La lengua y el cliché

"Oficialmente, el andaluz es una degradación de la lengua castellana o española, por lo que se utiliza normalmente para los chistes o para expresar el habla de personas incultas, con baja extracción social, delincuentes y humoristas", me dice Tomás Gutier, autor de En defensa de la lengua andaluza (Almuzara).  Sin embargo, para una minoría que lleva años estudiando e investigando la modalidad lingüística andaluza, es una lengua romance, derivada del latín, que fue llevada a los territorios del norte de la Península Ibérica por los exiliados andalusíes a partir del siglo IX, interviniendo decisivamente en la gestación del idioma castellano o español. "Cuando al-Ándalus es conquistado por el resto de territorios de la Península, el andaluz, colonizado durante siglos por el árabe, lo es ahora por el castellano, aunque mantiene vivos distintos matices, giros lingüísticos, vocablos propios y conformación de frases".

Recuerda Gutier que desde el siglo IX existen diferentes glosarios conteniendo palabras y frases andaluzas, las moaxajas incluyen un estribillo o jarcha en aljamía o lengua romance de al-Ándalus. "En textos malagueños de finales del siglo XV se recogen fonemas que indican palabras específicamente andaluzas. En el siglo XVI encontramos rasgos dialectales y fonéticos andaluces en autores como Lope de Rueda, Francisco Delicado, Mateo Alemán o Tomás Naharro. En el siglo XVII podemos hablar de Fray Diego Beltrán y Juan de la Cueva. Posteriormente, desde finales del siglo XVIII (Auto sacramental La Infancia de Jesucristo de Gaspar Fernández y Ávila) hasta nuestros días, numerosos autores han escrito sus trabajos en todo o en parte en lengua andaluza (lengua peculiar y diferenciada al no existir una normalización)".

Le pido que enumere escritores y cita a Juan Ignacio González del Castillo, Ramón de la Cruz, Manuel María de Santa Ana, Eduardo Asquerino, Tomás Rodriguez Rubí, Arturo Reyes, Cecilia Böll de Faber, José Carlos de Luna, José María Gutiérrez de Alba, los Hermanos Álvarez Quintero, Francisco Rodriguez Marín, Antonio Machado y Álvarez Demófilo y a Antonio Alcalá Venceslada, autor de un Vocabulario Andaluz, publicado en 1934 y premiado por la Real Academia Española de la Lengua.

Hacerse oír

Para saber qué es el castúo, me pongo en contacto con Antonio Viudas Camarasa, filólogo. "La palabra la usó por primera vez y tal vez la inventó el poeta y dramaturgo Luis Chamizo (1894-1945) para definir a los extremeños labradores de sus propias tierras en su libro de poemas El miajón de los castúos (1921). Desde la transición democrática se viene empleando como sinónimo del habla extremeña". Así, abarca tanto la variedad del altoextremeño como la del bajoextremeño, sin olvidar el enclave lingüístico de A Fala de Val de Xálima, la única que tiene un reconocimiento como Bien de Interés Cultural.

Antes de ese miajón, hacia 1916, Chamizo había escrito el poema Semana Santa en Guareña, que canta los valores tradicionales, en una época de en la que "la España periférica se hizo oír y una forma de hacerse oír fue valorando la identidad de cada territorio, cuando estaba sufriendo una guerra inacabable en el Magreb. En ese entorno surge la obra de Chamizo que reivindica el triunfo de los extremeños en América en las personas de los conquistadores y el drama del soldado extremeño que muere en África por defender a la patria".

El pedigrí literario del castúo le viene de "haberse engarzado en los movimientos regionalistas del siglo XIX con el éxito de la poesía popular de José María Gabriel y Galán, que unió el derecho consuetudinario ensalzado por Joaquín Costa con el habla y las costumbres de los pueblos. La admiración de Miguel de Unamuno por la intrahistoria de un pueblo cantado por Galán, la forma lingüística ensalzada por Joan Maragall y el cariño que le mostró Pardo Bazán hicieron que Gabriel y Galán, junto con Vicente Medina, fueran considerados como el otro noventayocho, el más popular y cercano a los pueblos de España".

Quijotes somos

Defiende Viudas Camarasa la necesidad, en esta España complicada, de marcar las diferencias ante la uniformidad que la escuela y los medios de comunicación. "Los intereses de los uniformadores se manifiestan en la imposición de una gramática normativa ficticia para todas la variedades del español y el ahogar todo tipo de regionalismo en la prensa escrita como imponen los manuales de estilo que deben acatar los periodistas. La riqueza de vocabulario que tenía la prensa en el primer tercio del siglo XX ha sido sustituida por un pobre y uniforme léxico en 2017".

¿Para qué? Paratexto

¿Para qué? Paratexto

Su reflexión me da pie para la pregunta final, que en realidad está en el origen de este texto. ¿Merece la pena luchar por estas variedades lingüísticas? "Siempre tiene sentido luchar por lo que se aprecia para conservarlo –responde–. La globalización es un engaño pasajero. Siempre lo local se transforma en universal. Cuando algo se pretende universalizar a la fuerza el resultado es una pobreza generalizada. Muebles estándar, bebidas estándar. Lo genuino es lo que no abunda. Las masas no tienen identidad. Los individuos que destacan en las masas son los que dan una razón de ser a la propia masa". Sirviéndose de ellas, y vertiendo en ellas los textos universales, "las variedades locales se conservan y ganan en cultura al usar giros y léxico que de otro modo se perderían".

"Todo pueblo tiene derecho a luchar por su identidad, por sus raíces, por su cultura. Sin creerse ni mejor, ni peor y sin imponer ni obligar a nada, ni a nadie", coincide Tomás Gutier. Además, "no podemos ser el pueblo que habla la lengua de los chistes. Si se utiliza nuestra forma de hablar para denigrarnos, para humillarnos, es obligatorio otorgarle dignidad y conservar para el futuro una forma de expresarnos legada por nuestros antepasados". El andaluz, subraya, ni habla mejor ni habla peor: habla de otra manera.

"Si tiene sentido proteger y luchar por la protección del patrimonio material, también debe serlo el de preservar el inmaterial", asegura Castán. Admite, es evidente, que las grandes lenguas permiten un ámbito más amplio de comunicación, "pero las lenguas pequeñas por espacio y hablantes son muestra de la riqueza cultural y humana de quienes las conservan. Conservarlas es indicio de respeto, de sensibilidad y de aprecio por esa cultura milenaria que ha llegado hasta hoy. Yo hablo patués, la lengua que me trasmitieron mis padres y con ella me relaciono con mi familia y con la gente de mi pequeño pueblo y de todo el valle de Benasque. En ella conservo mis recuerdos de infancia y todas las labores de la tierra y el nombre de los animales y plantas. Sin ella, esos recuerdos se quedarían sin vida. Para mí es más importante y útil que el inglés. Y tengo la certeza, y la tristeza, de que un día no muy lejano desaparecerá, pero al menos sé que yo no la veré desaparecer y tendré el orgullo de haber ayudado a que otra generación al menos la conserve".

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