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Cuentos sin hadasCarlos Edmundo de OryEdición de José Manuel García GilCátedraMadrid2017Cuentos sin hadas
Un outsider, es verdad. Pero un raro repleto de polen literario, capaz de fecundar un páramo estéril como la posguerra. Así era Carlos Edmundo de Ory, nacido en Cádiz el 27 de abril de 1923, y fallecido el 11 de noviembre de 2010 en Thezy-Glimont (Francia). Sobre su travesía biográfica han escrito referencias clarificadoras Jaume Pont, Rafael de Cózar, Félix Grande y Jesús Fernández Palacios. A ellas se suma el quehacer de José Manuel García Gil para la edición Cuentos sin hadas, una mirada crítica donde se focaliza el relato breve, una de las ramas menos conocidas del frondoso árbol literario.
El peculiar modo de entender la literatura en la anemia cultural de los años cuarenta tiene como paso inicial la estricta singladura del postismo con Eduardo Chicharro y Silvano Sernesí. Aquella breve aventura vanguardista será el núcleo germinal de toda la escritura posterior. La revista solo sacó un número, pero fue suficiente para remover el clima estético del momento y para dar a sus impulsores un carácter transgresor y disonante. Aquel amanecer marca un proceso natural, casi biológico en su evolución poética hacia el movimiento introrrealista, ideario que propugnaba un arte que fuera reflejo de la realidad interior del hombre. Más inclinado al poema, el desembarco literario de Carlos Edmundo de Ory en el cuento breve tiene como impulsores a Ignacio Aldecoa, Ángel Crespo, Rafael Sánchez Ferlosio y otros autores con los que comparte tertulia en las otoñales tardes de Madrid en los años cuarenta. Pronto abandona España, en 1954, para asentarse en París; no es un asentamiento definitivo, ya que ejercerá como profesor durante un tiempo en Lima, regresará a España y año y medio después si arranca su etapa francesa, primero en Amiens y después en el pequeño municipio de Thézy-Glimont.
En la personalidad ecléctica e irreverente del escritor la poesía se legitima como bóveda central; no sucede lo mismo con la prosa y sobre todo con el relato que aparece en principio como un lugar de sombra. No era un caso aislado, en los años cincuenta los cuentos no tenían peso editorial y solo deambulaban en las páginas de precarias revistas o mostraban un panorama confuso y apenas cohesionado. Poco a poco se afianza la estética realista de la generación del medio siglo que hace del relato un reflejo de la realidad o un apunte de compromiso social. Entre sus coetáneos el cuento adquiere molde y reconocimiento. También en el trayecto personal de Ory el relato conoce sin pausas una progresiva consolidación. En sus relatos aparecen confrontados lo real y lo imposible; de esta situación en conflicto se elevan sustratos cotidianos en los que irrumpe la imaginación y lo maravilloso. El poeta apuesta por una invención artística que no copia o imita sino que cree en la imaginación y en su capacidad subversiva. Por ella, la realidad resguarda lo poético, el absurdo, la alegoría o el humor.
Los vínculos del escritor con el cuento son estables desde mediados de los años cuarenta, pero su carta de amanecida en el género, El bosque, un proyecto que no se edita hasta 1952, dentro del catálogo de la colección Hordino, al cuidado de Carlos Salomón, poeta vinculado al grupo Proel. Aquel muestrario sirve de apertura a las entregas Kikiriquí-Mangó, Una exhibición peligrosa, El alfabeto griego y Basuras, obras que serían compiladas en 2001 con el título Cuentos sin hadas. Aquel volumen permitía definir una escritura caracterizada por “un irracionalismo que fluctuaba entre lo alucinatorio, lo onírico o lo fantástico puro”.
Una aventura vital
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Ese aire distinto del relato en Carlos Edmundo de Ory subraya una personalidad singular, siempre antagónica con las convenciones epocales, con una naturaleza que introduce en sus creaciones una insólita modernidad, una sensibilidad hecha misterio, imaginación y símbolo.
*José Luis Morante es poeta y crítico literario. Su último libro es la antología José Luis MorantePulsaciones (Takara, 2017).