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Liebre por gato

Ídolos

La escritora Irene Reyes Noguerol.

Irene Reyes Noguerol

La sección de microrrelatos inéditos Liebre por gato está coordinada por Gemma Pellicer y Fernando Valls. En esta nueva entrega recoge un texto de la escritora novel Irene Reyes Noguerol.Gemma PellicerFernando VallsIrene Reyes Noguerol

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  Ídolos

Nunca sabíamos por qué los elegían.

Un año, quizás por la fuerza; otro, por una virtud inmaculada; el resto, tal vez por la posición de ciertos lunares en que los dioses habían grabado su designio. Ya en el vientre materno. Con los ojos cerrados y apretando los puños como todas las crías humanas. Pero con tres diminutas marcas –una, dos, tres— que habrían de diferenciarlos de los demás. De nosotros. De los mortales.

Tras el examen, los recién nacidos eran sumergidos en baños de leche y flores, perfumados con los mejores aromas del imperio, engalanados con las telas más ricas, confeccionadas solo para sus delicadas pieles.

Desde muy pequeños, los afortunados paseaban inconscientes las cadenas de oro que los distinguían del resto, de los otros.

Ya en la adolescencia, ellos miraban con nostalgia a sus compañeros. Los designados no sabían manejar el hacha, no habían jugado nunca con armas de madera, no se les había permitido usar siquiera un escudo. También ellas veían, melancólicas, cómo su deseo de aprender a tocar música, a jugar en la plaza grande, a bordar, igual que las otras, se había ido alejando, diluyendo como agua entre los dedos.

Era la suya una vida de observación y espera ingenua. De contemplación y quietud. Y de paños de oro deslizándose por los suelos de palacio, tan silenciosos como las pisadas de sus esclavos. Ninguno de los dos sexos podía tomar amante, esposo o familia. Ninguno de los dos podía perder la pureza de los dioses. Pequeños seres perfectos. Tan tiernos, tan duros. Los dioses los deseaban. Y los tendrían.

Por fin, a los veinte años, los señalados recorrían las calles a la vista de todos. El imperio se arrodillaba a su paso, besando la tierra que pisaban sus ídolos, adorando su fuerza, su virtud o esos tres lunares –uno, dos, tres— con que los dioses habían querido distinguirlos. Hermosos y distintos.

En el silencio majestuoso, reclinados ante ese arrastre dorado y quedo de las ropas de gala, los otros reclamaban su venganza. La justicia del destino.

En la subida inocente a la pirámide, los ídolos sonreían, satisfechos de hacer, al fin, algo por sí mismos; felices en su perfección divina, ignorando el reflejo del sol de mediodía sobre el puñal que los esperaba allá, en la cima.

*Irene Reyes Noguerol nació en Sevilla en 1997. Es una lectora empedernida, aprendiz de escritora, con varios premios en su haber, y estudiante de 2º de Filología Hispánica. Autora de un blog literario titulado Aura, así como del libro Irene Reyes NoguerolAuraCaleidoscopios (Ediciones en Huida, 2016).

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