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Los libros

Sin momentos de descanso

Los cinco y yo, de Antonio Orejudo.

Alberto G. Palomo

Los cinco y yoAntonio OrejudoTusquetsBarcelona2017Los cinco y yo

Antonio Orejudo ha escrito en Los cinco y yo (Tusquets) unas memorias mentirosas, como lo son todas las memorias. Y no porque omita datos, enfatice otros o maquille episodios de su vida sino porque ha elaborado un caldo tropical con ingredientes de huerto ibérico: digamos que añade picante a la costumbrista sopa de ajo. El escritor, nacido en Madrid en 1964, cuenta la niñez, la adolescencia y la vida adulta de un profesor universitario (como él) y de sus amigos, que también se llaman como los suyos (al menos, el principal: Rafael Reig) de forma hilarante, con un ritmo vertiginoso y un estilo único, brillante.

No deja de ser un repaso por sus propias vivencias mezclado con historias ficticias y lecturas juveniles como Los cinco, la saga de la inglesa Enid Blyton que le da nombre. Desde esos colegios tardofranquistas donde empezaba a abrirse la cultura de la calle hasta la situación literaria actual, pasando por un mensaje negativo sobre la escasa implicación política de su generación: tras aquellos adalides de la Transición y antes de los indignados, sus contemporáneos se quedaron en la atonía. “Hemos sido mansos por falta de músculo. No tenemos la corriente de energía colectiva que sí tuvieron nuestros hermanos mayores con la muerte de Franco y la construcción de la democracia o la colectiva que ha vuelvo a aparecer en el 15-M. Nosotros no hemos participado de ninguna de las dos. Fuimos muy jóvenes para construir la democracia y ahora mayores para la tienda de campaña”, explicaba en una entrevista reciente de El País.

Todo se entrelaza de forma magistral sin capítulos, exigiendo al lector caminar atento por cada regate narrativo y olvidarse del marcapáginas. Lo mismo que empezó haciendo en sus Fabulosas narraciones por historias (publicada por Lengua de Trapo en 1997 y reeditada por Tusquets en 2007) y continuó en ese bombón titulado Ventajas de viajar en tren (Alfaguara, 2000), pero quizás de forma más transparente y socarrona consigo mismo. Así llega a expresarse el protagonista: “Vivir como si al otro lado de nuestra vida hubiera espectadores sentados en una butaca, asistiendo al discurrir de nuestra existencia; como si la vida en vez de ser la vida fuera su relato, una construcción retórica hecha a base de anticipaciones, redundancias y anagnórisis. Pero el argumento de la vida no tiene planteamiento, nudo y desenlace, sino más bien un flujo de acontecimientos que parece escrito por un autor de tercera fila”.

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“Convierto a mis personajes de ficción en reales y a mí mismo en personaje de ficción, y ese es el doble camino que establezco. Porque no estoy hablando de Los cinco, sino de mi generación y de mí mismo. ¿Qué ha sido de nosotros 50 años después, hemos cumplido nuestros sueños, cuál es el debe y el haber? Y el balance siempre es negativo. Da igual que seas millonario o lo que sea, cuando tienes 50 te das cuenta de que te has equivocado en todo. Hay frustración, desilusión. Hay que ser muy ingenuo para no estar desengañado literaria, política y vitalmente”, explicaba recientemente en la mencionada charla.

Habrá quien alegará que Orejudo repite fórmula. ¿Y qué? Sus obras no son un calco de las otras sino un continuo despliegue de humor fino, de maniobras lúdicas del lenguaje, de baile entre la realidad y lo inventado. Cada párrafo es una delicia. Cada anécdota, una risotada. Da pena cerrarlo y pensar que pueden pasar otros seis años para devorar otra historia tan original y bien armada. De estructura compacta y sin ese momento de descanso que pedía el título de su anterior obra, publicada en 2011.

*Alberto G. Palomo es periodista y colaborador de Alberto G. PalomoinfoLibre y tintaLibre

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