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Belén Gopegui: "Internet ha sido completamente colonizado por el capital"

La escritora Belén Gopegui.

Uno de los personajes de la nueva novela de Belén Gopegui (Madrid, 1963), quizás el principal, es Google. Y, sin embargo, Quédate este día y esta noche conmigo (Literatura Random House) no es una novela de espías ni un thriller, géneros que le han servido en otras ocasiones para contar el mundo, y tampoco es una novela de ciencia ficción. No interviene aquí ni la NSA ni Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, ni Edward Snowden. Google es un personaje colectivo, señala la autora, como los había también en El comité de la noche (2014) o Acceso no autorizado (2011). Si entonces esos seres de personalidad múltiples eran grupos activistas, redes de resistencia ante el poder, ahora el monstruo de mil cabezas es una empresa. Al fin y al cabo, dice con una sonrisa, "son los colectivos con los que más habituados estamos a tratar". 

Google era toda una tentación para una novelista como ella, tan interesada por los mecanismos de control y las relaciones de poder como por los relatos de resistencia. "Google dice de sí mismo que su misión es organizar toda la información que hay en el mundo. Te preguntas: '¿Y quién te ha dado a ti atribuciones para organizar esa información? ¿Y qué es lo que vas a incluir?". La empresa emplea actualmente, explica, a 60.000 personas en todo el mundo, una cifra que no le parece gran cosa para tamaña empresa. Esas 60.000 personas, aquí, no nos importan. En Quédate este día y esta noche conmigo hay, casi exclusivamente, dos personas, dos cuerpos: Mateo y Olga. Él ronda los veinte, está desempleado y ha soñado en algún momento con Silicon Valley. Ella está ya retirada pero sigue apasionándose por las matemáticas. Ambos se reúnen en una causa común: una solicitud de empleo en Google de 50.000 palabras que quiere explicar a ese extraño robot lo que no sabe.

 

Esa solicitud es el cuerpo de la novela, un relato de la relación entre los protagonistas sin grandes revelaciones ni giros de guion. Una historia despojada de casi todo en la que los personajes tienen tiempo de conversar y de reflexionar juntos. Un tono, en principio, muy alejado del que se suele asociar con las narraciones en las que la tecnología tiene un peso especial. "Hay una tendencia a identificar la tecnología como algo extraño y ajeno, como si no formara parte de nuestra vida diaria. En ese caso, la novela se ha quedado en ocasiones obsoleta", apunta. "Seguimos pensando que tiene que ocuparse de las pasiones de unos personajes muy parecidos a los de hace dos siglos, o entrar ya en esas etiquetas de la ciencia ficción. Google forma parte de nuestro yo tanto o más como podían serlo las cartas para un personaje del XIX."

El lector no encontrará ni en Gopegui ni en sus personajes la tecnofobia que suele ver en los relatos que advierten sobre los males de la red. "Igual que pienso que no se puede separar forma y contenido, decir tecnología no es decir nada", despacha la escritora. Y eso que su conocimiento está muy por encima del usuario medio: en su ordenador hay software libre y en su bolsillo, un móvil que la libera de Android, el sistema operativo de Google. "Ya te digo que no se trata de estar a favor o en contra de la tecnología, sino de no desligarla de los fines", retoma. "Esta frase de que un cuchillo puede ser usado para matar o para cortar patatas… bueno, sí, pero un sacacorchos no lo puedes usar para abrir puertas. La tecnología se construye con un fin, y es el fin lo que hay que cuestionar. Que existan bases de datos está bien; que esas bases pasen a empresas privadas que puedan utilizarlos para negar a alguien una operación, pues no está bien."

De hecho, sus personajes aprecian y usan los avances tecnológicos que tienen a su alcance. En palabras de su creadora, "les une el deseo de comprender, y la tecnología les ayuda a eso". ¿Están, entonces, en el otro extremo? ¿Piensan que la tecnología acabará con el hambre en el mundo, que traerá más democracia, que dará voz a otros colectivos, como defienden no pocos grupos de izquierdas? Tampoco es eso. "A veces se miden mal las fuerzas. Sí que creo que la red podía ser y puede ser todavía un espacio en el que haya mayor democracia y en el que todas las voces se puedan oír. Pero no lo está siendo porque Internet ha sido completamente colonizado por el capital, y ya hubo mucha gente que lo advirtió desde el principio." No existe ya, asegura, la ilusión de que alguien, desde el rincón de su blog, pueda estar al mismo nivel que los grandes diarios. ¿Y Twitter, y Facebook, que se consideraron en su día una herramienta esencial para, por ejemplo, el 15-M? ¿Qué queda para que sean plurales? Gopegui, que frecuenta poco las redes, al menos públicamente, lo tiene claro: "Queda el diseño. El diseño de Facebook o de Twitter permite un tipo de debate y no otro. Y nadie nos ha preguntado".

Si Google es un espacio digital, una herramienta, es también una empresa. Una empresa que selecciona: su personal, la información. La selección es un elemento muy presente en la novela. Mateo quiere ser seleccionado por Google, igual que quiere que Olga vea algo especial en él. No es en vano: "Está la fantasía del descubrimiento, que forma parte del romanticismo pero, curiosamente, también de las relaciones laborales, que muchas veces se plantean de manera romántica: me han llamado, como si yo fuera alguien distinto del resto, cuando sabemos que no es así". Tampoco para Google: "De lo que se dan cuenta ellos es que nunca van a ser únicos para Google. Para Google, las personas somos medios, no somos fines".

No es que a Gopegui le interesen tampoco las personas "únicas" —si es que eso significa algo—. Mateo y Olga son definidos a lo largo de la novela como "anodinos". ¿No es eso lo peor que puede ser un personaje, no digamos ya una persona? La escritora se resiste también a ese mandato. "Tengo una novela juvenil que se llama Fuera de la burbuja, pero en realidad se iba a titular El montón. Porque siempre me ha llamado la atención que estén los del montón, que parecen ser los descartes, y luego los otros. A mí en la novela me interesan los descartes, las personas que no están cumpliendo la función que les habían asignado." Gopegui desconfía: ¿quién decide quién no sirve? ¿Y qué rasgos hacen de uno alguien sustituible?

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Mateo no tiene empleo. Es decir, no ha sido elegido. Él sabe por qué: sus condiciones le hacen estar en desigualdad de condiciones en la carrera hasta el puesto de trabajo. Se revuelve contra la meritocracia que no reconoce su valor, y a la vez desea con todas sus fuerzas creer en el cuento que recitan los coach: "Si quieres, puedes". No es capaz de desprenderse de ese conflicto, que impregna también su relación Olga. Al terminar la novela, cuenta Gopegui, leyó un texto de César Rendueles que sintetizaba justo esa tensión: "Contra la igualdad de oportunidades". La autora se explica: "Él defiende que la igualdad de oportunidades es el peor mito. Y dice que 'los privilegios legítimos son los peores'. Porque en el momento en que aceptas que un privilegio es legítimo, aceptas que es legítimo que no haya igualdad social". Y la igualdad es lo que nos permite, zanja, "vivir una vida buena". 

Mateo no es descubierto por Olga, sino que se descubren mutuamente. Gopegui ha creado conscientemente una relación maestra-alumno, "cansada" de que en las novelas la que enseña no sea casi nunca una mujer, y que cuando lo hace, es también "una maestra sexual". Ella ha tenido, dice, varias figuras así. El libro está dedicado a una de ellas: Carmen Martín Gaite. La autora sonríe al hablar de ella: "Ella ni sabía que yo escribía. Me la encontré en un bar, luego coincidí con ella por la calle cargada de bolsas y me dijo 'Ayúdame a subirlas'. Nunca jamás sentí que me tratara con desdén o displicencia por ser yo más joven, ni que fuera sentando cátedra". Para Olga, Mateo no es un número. Para Mateo, Olga no es un medio para un fin. Ahí está la resistencia a Google. 

 

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