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Los diablos azules

Emilio Lledó, palabra y vida

El filósofo Emilio Lledó.

La editorial KRK acaba de publicar el libro Dar razón. Conversaciones, una recopilación de entrevistas con el filósofo Emilio Lledó preparado por Juan Á. Canal.Con el permiso de Lledó recogemos para nuestros lectores algunas de sus respuestas a preguntas de Juan Á. Canal, Pedro Cerezo, José Manuel Fajardo, Juan Cruz y Antonio Lucas.Emilio Lledó

Juan Á. CanalPedro CerezoJosé Manuel FajardoJuan CruzAntonio Lucas

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1.— Creo que la palabra hablada tiene que ver con la vida y la palabra escrita tiene algo que ver con la muerte. Gracias a la palabra escrita, alguien en el futuro dialogará contigo o simplemente la escuchará. Aunque Platón acusa de simulacro y eco al lenguaje escrito, parece que, a pesar de las limitaciones que posee la escritura, nos sirve para dialogar. Esa muerte como oralidad se convierte en creación del futuro como memoria y como posibilidad de diálogo. Son, además, dos temporalidades distintas: la temporalidad viva y latiente del lenguaje mientras yo estoy hablando y la temporalidad lenta (cuando leo y releo) y más elaborada, que gana en solidez y en ambigüedad, de la palabra escrita. Y enlazamos con el gran tema de la ética griega: la paideía, la educación. El lenguaje, para la educación griega, es spermata (semillas).

2. Hay muchos enemigos del diálogo. Lo primero que tenemos que aprender es a dialogar con nosotros mismos. A construir nuestra propia posibilidad de recepción. El descubrimiento de la alteridad es esencial. En el descubrimiento de la philía se intuye el propio ego; en la propia subjetividad está la relación, la tensión con el otro y, por tanto, hay que organizar la solidaridad y la colectividad. Aristóteles dice en uno de sus textos que en el fondo nadie querría tener todo si estuviera solo. ¿Cómo autentificar las palabras en una degradación e instrumentalización del lenguaje? No circulando excesivamente por las autopistas de la información que nos asfixian y no nos dejan pensar. Volviendo continuamente al diálogo y evitando lo que yo llamaría los remolinos de la conciencia, que todo lo absorben hacia un mismo centro; manteniéndonos vivos.

3.— Confío que no sea irreversible el imperio de la teledemocracia. El imperio de lo que nos viene desde lejos dista mucho del significado original de la democracia, pues el démos entrañaba cercanía, era la presencia, el ámbito en que alguien podía hablar con quien estaba allí al lado mismo; pero si la pretendida democracia no es sino un lenguaje cuajado en otros espacios y a los ciudadanos se les escapa el manejo a que puedan estar siendo sometidos desde aquellos…, podría ir anquilosándose el pensamiento y la comunicación igualitaria, es decir, podría estar destruyéndose desde dentro la democracia misma y su concepto —la capacidad de entender, dialogar e intercambiar criterios y decisiones—. La democracia surgió como un análisis del lenguaje, pero no en abstracto sino muy inmediatamente: surgió como disconformidad con el lenguaje que se recibía, como un descontento con la significación que trivialmente se atribuía a las palabras; por eso tuvo oportunidad y sentido la aparición de la Sofística, interrogándose sobre lo que el otro significaba al decir justo o bueno o, incluso, nombres comunes como mesa, aunque sobre todo inquietaban los términos más abstractos y, por ello, más susceptibles de superchería para embaucar a otros. Por eso hoy resulta necesario atender al funcionamiento mismo de la democracia, lo que a veces denomino democracia oligárquica, imbuida de un desconcertante concepto de liberalismo, más interesado en el dominio de una clase económica y de poder que en la verdadera libertad.

4.— Ya que hablo de monstruosidades que estamos viviendo en nuestro tiempo, se me platea un gran interrogante sobre lo que sucede con las grandes masas de refugiados tratando de llegar a países más prósperos y tranquilos donde poder ganarse la vida y, antes incluso, preservarla. Y no sólo me refiero al problema del mal y su génesis, sino a la incomprensible paradoja que se da en su tratamiento informativo: nos bombardean con imágenes impactantes, de pateras en el mar o de hileras humanas que en condiciones míseras se mueven en sus particulares éxodos, pero rara vez se ofrecen estudios y análisis de las causas y los causantes. Parecen complementarse la machacona superficialidad en el regodeo de los medios en algunas escenas, crueles y dramáticas en verdad, o los abrumadores números de miles y millones de expatriados errantes con la ausencia de profundidad en la investigación y el desvelamiento de los auténticos motivos que están provocando ese crimen. La sociedad de la información parece volcada en urdir una lacrimosa reacción de los espectadores o receptores a base de titulares y fotografías estremecedoras mientras enmascara, sospecho que interesadamente, el muy perverso trasfondo de esa tragedia multitudinaria que vacía países.

5.— Nuestra democracia está condenada al fracaso si no se plantea y resuelve el problema de la educación. La democracia sólo es posible si se da una liberación individual a través de la educación. En España vivimos catecismizados. Aquí no se enseña a pensar, se dan libros de texto. Y, sin cambiar esto difícilmente va a poder pensarse en ningún otro tipo de cambio más profundo. Y el problema es que se está utilizando el concepto de democracia sin llenarlo de contenido. Tenemos, por un lado, las instituciones democráticas, que son la estructura formal que puede posibilitar esa educación, esa formación de la que hablamos. Al tiempo, la democracia es un contenido, un modo de relación entre los seres que integran una comunidad. Sin ambos elementos la democracia es irreal.

6. Como estamos en una sociedad tan propensa al espectáculo y con tantos canales de información funcionando al mismo tiempo (cosa que resulta una ventaja, por otro lado) llega un momento en que no se sabe bien lo que nos quieren decir. Los medios son esenciales para la higiene democrática, pero lo importante es saber pensar a partir de ellos. Saber discriminar. Qué duda cabe de que la libertad de expresión es el origen de todo esto que hablamos, pero la libertad de expresión se degrada si sólo sirve para para decir tonterías. Me refiero con esto a aquellos individuos, hombres o mujeres, que tienen la obligación de observar, entender, reflexionar y decidir en asuntos que nos afectan a todos. Esta es una enseñanza esencial de la filosofía, que no es sólo amor a la sabiduría sino amor a las preguntas, a la curiosidad, al asombro. Pero sin dogmatismos, sin grumos mentales.

7.— Escuchando las tertulias de radio, por ejemplo, me sorprende la incapacidad de pensar de muchos de los que reflexionan a través del tópico, la frase hecha y el concepto estereotipado. Esto se podría remediar defendiendo en serio la educación. Recuerdo cada día esa intuición tan certera de Kant: “El ser humano es lo que la educación hace de él”. Pero en este tiempo nuestro existe también una educación inmovilizadora cada vez más extendida. Es la que tiene que ver con el ámbito de las redes sociales y de los teléfonos móviles. Eso podría conducirnos a una sociedad inmovilizada. Los flashes momentáneos que generan las redes sociales impiden el pensamiento, lo anestesian. Pues pensar es una forma de dotar al individuo de fluidez, de agilidad, de amplitud. Lo opuesto al sedentarismo de los mensajes instantáneos. El mejor reflejo para representar esta idea es el libro y la lectura. Ellos, los libros, ofrecen siempre una posibilidad de diálogo. Pero cada vez hay menos interés por dialogar.

Emilio Lledó: "Los oyentes de las tertulias quizás hayamos bajado mucho el listón de nuestra tolerancia"

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8.— La historia no ha muerto, como se ha dicho. Eso sería la muerte del hombre. La historia es el aliento del hombre, de cada individuo y de la colectividad, el respirar hacia el futuro, con proyectos e ideas, es la esencia de la vida y el futuro es lo que permite que exista el pasado, la memoria, la historia. Hay que cultivar la memoria, que es lo que realmente somos. Una de las características de nuestro ser es repetirnos monótonamente un cierto discurso machacón y angustioso y la literatura es la apertura de esa angustia, de esa estrechez, un aire que refresca nuestro posible abotargamiento. Hay informaciones en los medios que aniquilan, que matan, que no crean diálogo; es el cultivo del pensamiento incoherente. En la cultura clásica se luchó por entender, por seguir racionalmente una argumentación, y ahora, supeditados al flash de las imágenes, vivimos el enorme peligro de que el pensamiento no sea coherente, que sea epidérmico e inconsistente. Los medios de comunicación tienen gran responsabilidad ante esto. La defensa sería la lectura, el cultivo del pensamiento abstracto.

*Luis García Montero es escritor y profesor de Literatura. Su último libro, Luis García Montero Balada en la muerte de la poesía (Visor, 2016).

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