Cine y literatura
Luces, cámara, ¡novela!
Habrá que admitir, con Serrat, que cada loco tiene su tema. El de Tom Hanks, actor, son las máquinas de escribir. Las colecciona. Incluso viaja con ellas.
"Utilizo una máquina de escribir manual, y el Servicio Postal de los Estados Unidos, casi todos los días", confesó en un texto publicado en el New York Times. Con ellas escribe sus cartas y sus notas de agradecimiento, "los memorandos de oficina y las listas de cosas por hacer". No es una obsesión: es una delicia. "El placer táctil de mecanografiar a la manera antigua es incomparable con lo que obtienes con el ordenador portátil de rigor". Tanto le gustan que llegó a lanzar una app llamada Hanx Writer para contagiar en los iPads y los iPhones la experiencia una máquina de las de antes.
De un caballero así se puede esperar que disfrute escribiendo algo más que notas para pegar en la puerta del frigorífico. Así, en 2014 The New Yorker le sugirió publicar un texto de ficción (Alan Bean Plus Four). Entre quienes lo leyeron, Sonny Mehta, editor de Alfred A. Knopf. "Me llamaron la atención la voz, notable, y su dominio como escritor. Esperaba que hubiera más historias en marcha. Afortunadamente para los lectores, resulta que las había".
Hanks empezó a escribir el libro en 2015. Han sido dos años, dice, en los que "he hecho películas en New York, Berlín, Budapest y Atlanta, y en todos esos sitios he escrito. Escribía en los hoteles durante las giras de promoción. Escribía durante las vacaciones. Escribía en aviones, en casa, y en la oficina. Cuando podía organizarme un horario, y respetarlo, escribía por las mañanas de 9 a 1".
El resultado es Uncommon Type: Some Stories, recibido por Kirkus Review con esta afirmación: "Hanks escribe como un escritor, no como una estrella cinematográfica".
También lo ha elogiado Steve Martin: "Resulta que Tom Hanks es también un escritor sabio e hilarante, con una mente infinitamente sorprendente. Maldición". Martin, cómico al que muchos conocen por sus papeles de patán con planta de galán, es también escritor reincidente (y músico: toca el banjo). Porque, oigan, a poco que una mire, los ejemplos se multiplican. Sin salir del ámbito anglosajón, pienso en Anne Wiazemsky, en Julie Walters y en Carrie Fisher, la Princesa Leia de Star Wars, autora de varias novelas, que extrajo de su zarandeada vida material para la ficción.
Una larga lista
A veces, la publicación de una o varias novelas es fruto espurio de la fama: actores y actrices son llamados por las editoriales porque su nombre es un reclamo.
Muchos han sido tentados por la literatura infantil: Tim Burton, Madonna, Paul McCartney…
Otros se han limitado a contar experiencias vividas, Rupert Everett o Françoise Hardy, por poner sólo dos ejemplos.
Hay quien hace de su fama un sayo para lanzar al mercado, por ejemplo, libros de cocina (Gwyneth Paltrow) o sobre el orgasmo femenino (Kim Cattrall, actriz de Sexo en Nueva York).
Pero en la nómina hay creadores con ambición. Todos pensamos inmediatamente en Dylan, que incluso alcanzó la gloria del Nobel de literatura, y no sólo por sus poemas hechos canciones; y en Leonard Cohen, que nos dejó poemas varios y varias novelas. Y si nos ceñimos al ámbito de la literatura en prosa, encontramos nombres de altura.
Peter Ustinov, actor (y director, y músico), del que Richard Attenborough llegó a decir: "Fue, sin duda, el genio de nuestra generación". Y cuando quiso ilustrar su afirmación con una comparación, no mencionó a gentes del cine y el teatro, sino a dos grandes de la literatura: "Su potencial era similar al de Chejov o Shaw".
O la francesa Simone Signoret. En 1976 publicó su autobiografía, La nostalgia ya no es lo que era, que la crítica acogió con grandes elogios: era una obra excelente. Sin embargo, muy pronto, la admiración se tornó desconfianza: era imposible que esa mujer, una simple actriz, tuviera tanto talento, incluso se llegó a afirmar que se limitaba a firmar la obra que otro había escrito.
Los tribunales condenaron a quien difundió la especie, pero Signoret decidió demostrar su valía al mundo y dio a la imprenta Al día siguiente, una segunda entrega de recuerdos que mereció menos elogios (y se vendió bastante peor). Espoleada por la desigual acogida de sus dos trabajos, emprendió la escritura del tercero, que ya no sería un libro memorioso sino una novela. El resultado de tal empeño fue Adiós, Volódia fue su consagración: "Simone Signoret –sentenció un crítico– es mejor escritora que muchos autores consagrados".
Y si miramos no hacia atrás sino a nuestro alrededor, es imposible no pensar en James Franco, que cuenta su experiencia en este artículo.
Me dejo en el tintero a muchos, lo sé, pero hay que hablar de los nuestros, que también son legión.
Cuando he escrito los nombres de Dylan y Cohen he estado a punto de citar a Joaquín Sabina, el último paladín de los sonetos.
Al mencionar a quienes nos han legado sus experiencias me he acordado de Silvia Abascal, que relató en Todo un viaje lo vivido tras superar un ictus.
Y libros de cocina han publicado, entre otros muchos, Juan Echanove y Silvia Abril.
Pero aquí se trata de narrativa, un terreno que han hollado los actores Ramon Fontserè, Jordi Mollà, autor de varias novelas (y también pintor) o Albert Espinosa, escritor de éxito, cuyas historias son reflejo (o consecuencia) de su batalla contra el cáncer: "He intentado a través de mis novelas y mis escritos reflejar aquellas vivencias –dice–, un poco todo lo que aprendí de que cualquier pérdida es una ganancia, con lo cual no perdí una pierna, sino gané un muñón; no perdí un pulmón, sino que aprendí que con la mitad de lo que tienes puedes vivir, y como el hígado me lo quitaron con forma de estrella pues siempre tengo como un sheriff dentro".
Y, desde luego, Fernando Fernán Gómez. "Fue pelirrojo en un país de gente morena, fue muy alto y delgado en un país de pobre gente achaparrada, fue un actor que se mezclaba con escritores, un escritor al que era más difícil que lo tomaran en serio porque era un actor célebre, un actor de éxito que dirigía películas invisibles de tan minoritarias, hijo de una madre monárquica y de una abuela republicana", escribió Muñoz Molina, quien sostiene que en cada una de las facetas que abordó nos legó al menos una obra memorable. "En el teatro nos dejó Las bicicletas son para el verano, que es uno de los textos mayores de literatura dramática en español del último medio siglo; escribió una novela magnífica, a la que en su momento no se hizo mucho caso, El viaje a ninguna parte, eclipsada por la película que él mismo hizo con ella". Y si hablamos de memorias, El tiempo amarillo, "la crónica de la vida íntima de un tímido al que le tocó la mala suerte generacional de entrar en la primera juventud al mismo tiempo que su país entraba en ruinas en el túnel de una dictadura".
¿Escritor, actor, director? "Si tuviera que elegir una, hoy en mi presente circunstancia vital, elegiría la de escritor –dijo en cierta ocasión–. Pero esto se refiere a lo que yo elegiría, no a lo que soy. Por encima de mis otras ocupaciones, soy actor, cómico, comediante".
Junto a él, escribiendo a la misma mesa, Emma Cohen, actriz y novelista, quien tras haber abandonado el cine y el teatro y "siendo mujer culta, muy preparada" (escribió Manuel Román), encontró en la escritura "el escape ideal para no sentirse algo marginada de la vida intelectual que siempre le interesó". Y publicó una decena de libros, entre cuentos, novelas y algunos relatos de corte erótico, y Un vago resplandor, obra autobiográfica que nos permitió saber que ella buscaba, como su protagonista, tesoros en la basura. "Como Julia Proteus, a veces me llevo a casa objetos y muebles que luego reciclo o regalo, porque tengo tantos libros que ya no me cabe nada. Los hago florecer de nuevo y se los ofrezco a las personas que creo que los pueden apreciar", reveló Cohen.
Lo dejamos aquí, seguro que cada uno de ustedes puede aportar nombres valiosos a este apunte. De momento, nos limitaremos a constatar lo evidente: en ocasiones, lo de los actores no es puro teatro sino literatura pura.