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Julita Salmerón: monja, masona y estrella de cine

"¿Pero cómo va a salir en una película que me compré un castillo porque había heredado, porque yo era de una familia normal y luego era súper rica? ¿Pero cómo va a salir eso? Cualquiera que lo vea, que me conozca, dirá... Pero bueno, es verdad. Como es verdad, dirá: 'Pues es verdad". Julita Salmerón, octogenaria, antigua directora de guardería, oradora excepcional, un poquito diógenes y madre de seis niños bien crecidos, analiza la recepción de su propia película. En Muchos hijos, un mono y un castillo, su vástago, el actor y director Gustavo Salmerón, retrata a su peculiar familia a través de su más peculiar madre. Y hay mucho de eso que señala Julita: mucho de requiebros verbales deslumbrantes, de negatividad frenada en seco por el optimismo y de verdad. 

Los autores no suelen ser los mejores críticos de sus propias obras. Pero Salmerón hijo se lanza: "Hay veces que tienes los mejores actores, el mejor guionista y el mejor director, pero no hay magia. Aquí hay magia". Algo de eso tiene que haber para que la película, ópera prima para más inri, se hiciera con el premio al mejor documental en Karlovy Vary, festival checo que forma parte de la selecta lista de 15 certámenes clase A junto con Cannes, Venecia o Berlín. O para que pasara por Toronto y San Sebastián, para que los medios estadounidenses Variety y ScreenDaily le dediquen críticas positivas o para que opte a los premios Feroz y a los Forqué incluso antes de su estreno en salas el próximo 15 de diciembre. Las nominaciones a los Goya se anuncian el miércoles y Salmerón sabe que es uno de los favoritos

No es solo por esa cualidad intangible que el director llama "magia". Hace 14 años que prepara la película. Existen 400 horas de filmación sin contar los vídeos de archivo en Super 8 y VHS, diez veces más de lo habitual. Han montado 64 versiones distintas cuando a la décima suele cerrarse la película. La historia familiar ha dado bandazos de un lado a otro al tiempo que Salmerón peinaba cada vez más canas, su padre perdía audición y su madre parecía obsesionarse con su propia muerte. La primera idea consistió en una historia de España a través de la matanza del cerdo familiar —con nombre y tratamiento de mascota— que su madre seguía realizando en casa. Rodaron matanzas propias y ajenas y llegaron a visitar el Museo del Cerdo (El Burgo de Osma, Soria). Le denegaron las ayudas públicas. Una década más tarde, ya en montaje y aún sin estructura fija, Julita da en la tecla. Esta es la historia de una niña que tenía tres sueños en la vida: tener muchos hijos, un mono y un castillo. Y cumple los tres. Volvieron a dejarle sin financiación. 

"Al final, acabó siendo una película que es un retrato de mi madre, pero también de una generación, una reflexión sobre el miedo a la muerte, sobre la pareja, sobre la crisis…", aventura el cineasta a este periódico. Lo que ocurre es que los Salmerón —esto es un matriarcado— son berlanguianos. Excesivos. Expliquémonos: Muchos hijos, un mono y un castillo toca, entre otras cosas, el peso de la historia familiar. Aquí, ese peso se materializa en las vértebras de la bisabuela, asesinada "por los rojos" durante la Guerra Civil y enterrada junto a un río. Convertidos primero en reliquia familiar, los huesos se pierden luego entre los cientos de cajas acumuladas por Julita con contenidos que van desde los vestidos de muñecas a las colecciones de miniaturas. La historia de las vértebras perdidas, por cierto, la rememoró la estrella indiscutible del filme mientras partía los huesos para un cocido. "Esto es como cuando en un equipo tienes a Messi o a Michael Jordan. Pues mi madre igual. Ella tiene esta capacidad para solucionarte una secuencia".

Porque Julita es un personaje. Casi resulta complicado aceptar que sus ocurrencias no están guionizadas, que esto no es un juego con la ficción sino la vida misma. Julita dice que sigue perteneciendo a Falange porque la apuntaron a los 10 años y ella nunca se dio de baja. Pero también dice que es medio atea, aunque siente nostalgia de la fe, y masona. Aquí, su marido Antonio hace una de sus pocas intervenciones: "Bueno, pues muy bien. Ya te he ído decir tantas cosas...". Aunque no es creyente, como de niña tuvo una breve vocación religiosa quiere que cuando muera la incineren vestida de monja mientras suenan villancicos —la Navidad es su época favorita y no quita el Belén hasta septiembre—. Pero previamente, por seguridad, le tienen que pinchar con una aguja de punto para asegurarse de que está bien difunta. "En esta historia, todo es superlativo y a lo bestia", admite el director. "Por eso ocurre también en clave de cuento".

Hay elementos casi de fantasía. Julita y Antonio se conocen, se casan, y tienen muchos hijos (paso 1). En los ochenta, Julita ve un anuncio de un mono en un periódico y se lo compra (paso 2). Julita, Antonio y los niños heredan —no se sabe bien de dónde, de quién— y se compran un castillo con sus arcos y sus lámparas de araña y sus armaduras (paso 3). Pero llega el villano, en este caso la crisis económica. Y, de nuevo sin que se sepa muy bien cómo ni por qué, hay que abandonar el castillo para no hundirse en las deudas. "Aunque suene loco", lanza el cineasta, "siempre hay denominadores comunes. Al final, aunque te tocaran bandos distintos, la manipulación franquista y los 40 años de dictadura fueron un cáncer para todo un país. Todos tenemos una madre o una abuela expansiva. Y digamos que todo el mundo ha perdido algo en la crisis: algunos su pisito, otros un local…". Y otros un castillo. 

Salmerón hijo admite que el proceso de creación ha sido para él "como una terapia": "Muchas veces vivimos de espaldas a nuestros orígenes y nuestras raíces, y no tenemos conciencia de quiénes son nuestros progenitores, nuestros antepasados o nuestra familia. Nos agarramos a cosas que nos hacen sufrir de manera innecesaria, porque vemos en ellos cosas de nosotros que no nos gustan". Al mostrar ese mundo de fantasía —"que muchas veces eran locuras"— al que Julita arrastraba a marido, niños y mono, el director reconoció la libertad y la imaginación que le habían regalado de pequeño. Y el cineasta se quita el sombrero ante esa mujer capaz de asegurar que va a morirse sola porque su marido, sordo, no escuchará sus gritos de auxilio, y capaz también de zanjar segundos después que ella lo que quiere es divertirse. "Esa generación es una generación muy fuerte, una generación que ha visto la muerte muy de cerca, y mi madre en particular tiene una gran capacidad para sobreponerse y disfrutar del día a día". Hay que aprender de ellos, dice. Y hacer locuras, como por ejemplo una película.  

 

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