Derechos laborales
Diccionario 'cool' para no decir "trabajador pobre"
"La ruptura de las relaciones tradicionales entre el capital y el trabajo se ha producido convirtiendo al trabajador en un teórico emprendedor, lo que permite un abaratamiento de costes laborales, pero con máxima disponibilidad. La vieja fórmula de obtención de máximos beneficios, maquillada. Cuasiesclavismo bajo el paraguas de la modernidad y la autonomía, con un uso masivo de anglicismos para ir creando una situación sociocultural de aceptación de una atomización del mercado del trabajo que no tiene ni pies ni cabeza". Así se refiere Sergio Santos, secretario de Empleo y Nuevas Realidades Laborales de CCOO en Andalucía, al fenómeno de la gig economy, que podría traducirse como "economía de pequeños encargos" o "economía de bolos".
Ya es un pequeño éxito –desde la óptica sindical– que poco a poco se estén abriendo paso términos que dejan atrás aquello de la "economía colaborativa", sintagma mucho más amable que reivindican para sí empresas como Deliveroo, Uber o Cabify. Santos reivindica la necesidad de hacer un esfuerzo por desvelar las tretas del capitalismo para disfrazar de modernidad lo que en realidad es un regreso a estatus laborales propios del siglo XIX, por la casi total inexistencia de derechos. No en vano, en la gig economy el trabajador –el conductor de Uber, el repartidor de Deliveroo– es un autónomo que paga todos sus costes laborales y no tiene ninguno de los derechos asociados a un asalariado: desde las vacaciones a los permisos por maternidad.
En España el uso del inglés connota prestigio. Lo saben los publicistas. ¿Por qué si no iban a dejar en la lengua de Shakespeare –¡a veces sin subtitular!– buena parte de los anuncios de perfumes, un producto en el que la sofisticación es una clave psicológica fundamental? Por eso la nueva retórica "colaborativa", en general la nueva precariedad postfordista, viene envuelta en celofán inglés, perfectamente cool. No es casual. Los promotores de la economía sin contrato laboral, en general los impulsores de la precariedad, rentabilizan las necesidades socioeconómicas de una clase media empobrecida por la gran recesión, sobre todo trabajadores jóvenes urbanos, bien formados, a menudo con un aceptable nivel de inglés. Una juventud precaria que, una vez comprobada la escasez de salidas profesionales, ha empezado a dar valor a esa incierta sensación de libertad que depara la inestabilidad, al menos mientras la salud y las fuerzas acompañan. Un chico de 28 años con dos carreras y un C1 de inglés estará más dispuesto a sufrir una situación de explotación laboral si su realidad laboral está envuelta en palabros extranjeros como "sinkies" o "jobsharing" que si empieza a verse a sí mismo como un simple currante despeñado directamente hasta la clase baja.
La batalla del lenguaje no se libra únicamente en el campo psicológico. También en el jurídico. Trabajadores de Deliveroo hicieron público en julio un correo electrónico remitido por la compañía a sus formadores en el que los alertaba contra el uso de "palabras prohibidas". Por ejemplo, en vez de "turno" hay que usar "misión" o "reparto". En vez de "salario", "pago por servicio". Quedan proscritos términos como "horarios semanales", "mínimo garantizado", "uniforme" y "contratación", sustituidos por "disponibilidad semanal", "asignación automática de pedidos por cada reparto", "ropa de reparto" y "colaboración". Finalmente la palabra "trabajo" queda sustituida por "actividad".
El uso desenfrenado de anglicismos y términos difusos no es exclusivo de la "economía de plataformas digitales", otra forma de llamar a la gig economy. Es cierto que la autoproclamada "economía colaborativa" necesita afinar especialmente el lenguaje para evitar cada palabra que apunte a una relación laboral entre la empresa y los trabajadores, pero esta neolengua abarca mucho más que el sector de las plataformas digitales. La extensión de la precariedad, adopte la forma que adopte, requiere de un uso abundante de este recurso expresivo. Los palabros vienen en ocasiones del coaching, otras veces nacen inocentemente en la interminable conversación en redes sociales y acaban en reportajes de tendencias y estilo de vida. O en los departamentos de recursos humanos, atentos a cualquier recurso lingüístico con el que apuntalar discursos motivacionales.
La expansión de esta terminología coincide con la sacralización de la reducción del paro como principal –casi única– vara de medir el logro político en materia laboral, quedando en un segundo plano problemas como la disminución de la protección social, la extensión del microempleo y el subempleo, de la externalización y la precariedad, el incremento de la brecha salarial, la primacía del sector servicios y del tejido productivo de bajo valor añadido, o la preferencia cada vez menos disimulada de las empresas por establecer relaciones mercantiles –no laborales– con sus trabajadores.
CCOO Andalucía, que está analizando en profundidad el fenómeno, trabaja actualmente en un glosario, una especie de diccionario de términos engañosos, que prevé concluir el año que viene y utilizar para el combate dialéctico contra la cultura de la precariedad. infoLibre repasa algunos de estos términos, que se insertan en una lógica económica superior que individualiza al trabajador y lo sitúa ante un permanente examen –profesional, pero también personal– que sólo aprobará con una actitud emprendedora y optimista, responsabilizándose en exclusiva de su éxito y de su fracaso, sin importar otros factores materiales en realidad más determinantes que la fuerza de la voluntad.
1. Economía colaborativa
Sharing economy, en inglés. Uno de los principales campos de la batalla semántica. En teoría, una fase más humana o amable del capitalismo, que sitúa el verbo "compartir" por delante del verbo "poseer". El acceso, por delante de la posesión. Otra vez en teoría, una vía para escapar de la dictadura de la mercantilización mediante la colaboración y el intercambio. Un paso más allá, una manera de sacarse un dinerillo para paliar los efectos de la crisis. Airbnb, por ejemplo. Al menos, Airbnb antes de que se convirtiera en un gigante que, junto a otras multinacionales similares, determina procesos a gran escala de gentrificación y encarecimiento del alquiler.
Pero la fachada colaborativa se ha ido desconchando cuando el modelo ha ido adoptando su forma final: grandes empresas multinacionales como Uber y Deliveroo que, bajo el pretexto del intercambio, traban con sus trabajadores una relación sin contrato laboral, quedando éstos como autónomos con estatus de meros clientes o usuarios de las plataformas. CCOO alerta de que el envoltorio "colaborativo" a menudo impide ver un sistema basado en la figura de "falso autónomo". El trabajador, señala CCOO Andalucía, "pone todo lo necesario para el desempeño de la actividad económica mientras la empresa con la que 'colabora' solo pone sus referencias mercantiles y publicitarias y por ellas cobra una parte".
Es fundamental tener presente que no todas las plataformas digitales utilizan este modelo laboral. Cada una es un caso diferente. Pero sí es evidente que los altavoces de las principales empresas, como la organización Adigital, emplean la justificación "colaborativa" al tiempo que reclaman reformas del mercado laboral que conviertan en contrato laboral en poco menos que un anacronismo. Hay que "definir políticas que anticipen una transición más plena de la ‘economía de empleo’ a la ‘economía de trabajadores autónomos’ de mañana”, señala en un informe Adigital.
2. 'Job sharing'
Trabajo compartido. Suena bien. Pero "sueldo compartido", ya menos. La idea platónica, típicamente postmaterialista, funcionaría si las necesidades están bien cubiertas: menos trabajo, menos dinero, pero más tiempo. ¿Qué tiene de malo compartir un puesto de trabajo si uno así lo desea, disponiendo a cambio de más horas al día para hacer lo que se desee? Además el mismo puesto se beneficia de un abanico más amplio de capacidades profesionales, como destaca Eurofund. Nada tiene de malo, en suma, si es una opción que se puede adoptar libremente. El problema viene en los riesgos de la plasmación real del concepto en un mercado laboral deterioriado por la crisis y las reformas flexibilizadoras. Es decir, el problema es que al final dos trabajadores, les guste o no, se repartan las horas y el sueldo de un solo puesto de trabajo, tan exigente que es imposible que desarrolle sólo uno. O al menos, es lo preferible para la empresa.
La opción óptima sería crear dos puestos de trabajo, pero eso incrementa los costes laborales de la empresa. Es mejor dejarlo en uno y llamarlo job sharing. CCOO pone un ejemplo: uno de los dos trabaja de lunes a jueves y su compañero ocupa la misma plaza de viernes a sábado; ambos pactan entre ellos un sistema de organización y comunicación; la organización de las tareas y necesidades del puesto quedan a su propia capacidad e iniciativa y siempre que los objetivos empresariales sus superiores no interfieren; funcionan con una sola cuenta de correo electrónico, un solo teléfono, una sola mesa de trabajo... Y por supuesto un solo salario. Dos profesionales por el precio de uno.
El modelo está más desarrollado en países como Reino Unido, Alemania, Holanda y Bélgica que en España, donde comienza a penetrar en sectores como las telecomunicaciones, según CCOO.
3. 'Treinteenagers'
Mezcla de "treintañero" y teenager, "adolescente" en inglés. Es decir, hombres y mujeres de más de 30 años pero sin casa, ni trabajo, ni nómina, sin estabilidad ni perspectivas. Quizás sin haber cotizado aún más que unos pocos meses. Seguramente sin hijos. Con más de treinta años, pero viviendo al día. Si ése es el plan, al menos adoptemos la actitud desenfadada y hedonista, o más bien atolondrada, del quinceañero. Porque el envés positivo de la incertidumbre es la libertad, la falta de obligaciones. De la necesidad, virtud. El término treinteenagers viene del título de un libro, convertido a su vez en alegato generacional, del guionista de televisión Carlos García Mirada ilustrado por el dibujante Juan Díaz-Faes. CCOO apunta a la "casualidad" de que los treinteenagers coincidan demográficamente con el primer grupo generacional que empezó a sufrir las reformas laborales. Es la primera generación que enarcó la ceja ante la pregunta: "¿Creéis que viviréis mejor que vuestros padres?".
4. 'Sinkies'
Los treinteenagers están emparentados con los sinkies. Este término viene de Single Income, No Kids, y pretende definir a las parejas jóvenes sin hijos y con uno solo ingreso –uno de los dos no cobra nada–. Nació supuestamente con buena intención, acuñado por Cáritas, que quiso utilizar el tirón de este tipo de expresiones para llamar la atención sobre el fenómeno. "La aparición de sinkies es una señal extremadamente grave que los responsables políticos deben tomar muy en serio. Ésta será la primera generación en décadas que corre el riesgo de estar en peores condiciones que sus padres. [...] Corremos el riesgo de una sociedad que se hunde si no se toman medidas ahora", afirmó en la presentación el secretario general de Cáritas Europa, Jorge Nuño. La pregunta es: ¿Generar nuevos términos de aspecto moderno y divertido para referirse a la pobreza, la desigualdad y la falta de perspectivas y oportunidades aporta algo a la solución del problema, o más bien al contrario?
En paralelo al florecimiento de estos jóvenes-no tan jóvenes sin presente ni futuro cunde además un nuevo "debate": las posibles ventajas en forma de "libertad" e "independencia" que da el no tener hijos. Según el análisis de CCOO, se acaba "autojustificando" e "interiorizando" la idea. Al fin y al cabo, así se puede disfrutar más del (poco) dinero y el (poco) tiempo que se tiene, o viajar más frecuentemente y a destinos más exóticos, gracias a los vuelos low cost. El acceso a la vivienda será más sencillo, porque una vivienda "familiar" está casi imposible en el centro de las ciudades, que es el entorno urbano que más incentivos ofrece a los treinteenagers.
Los treinteenagers son, huelga decirlo, consumidores preferentes de los productos y usuarios habituales de los servicios que ofrece la "economía colaborativa": vivienda, viajes, ropa, transporte... Y practicarán frecuentemente actividades como el nesting –quedarse todo el fin de semana metido en casa sin hacer nada, lo cual al parecer está de moda– o el wardrobing –ponerse una vez la ropa y devolverla, que según parece también es tendencia–. Es el ocio que uno puede pagarse con un minijob.
5. Friganismo
Viene de "free" (gratis) y "vegan" (vegano). De raíz contracultural y ecologista, el término designa un estilo de vida al margen del consumo. Se trata de reducir al mínimo la participación en la economía reglada. Su forma más llamativa es el consumo de los alimentos que otros desperdician. En efecto, coger la comida descartada por estar próxima o haber cumplido la fecha de caducidad. O tomarla incluso de la basura. CCOO conecta esta práctica con "bajos niveles salariales" que hacen que el frigano no se pueda permitir pagar productos de calidad. Otra vez aparece un término que acomoda y da aspecto de decisión, o incluso de sofisticación, a lo que en realidad es una necesidad, envolviéndola además en ideología contestataria. Lo que en principio podría parecer una práctica denigrante adquiere legitimidad moral presentada como una moda hipster.
6. Trabacaciones
Del inglés, "workation". "Trabacaciones" suena tan bien que se ha impuesto el término español. Es el tipo de actividad que aparece en artículos virales sobre tendencias, estilo de vida o economía. El gancho es evidente: no dejes de trabajar durante las vacaciones y así tu reincorporación será más suave. Prevención del síndrome postvacacional y el cargo de conciencia. ¿De qué sirve tanto "desconectar" si de regreso al trabajo se te ha amontonado una pila de trabajo que llega al techo? Las "trabacaciones" vendrían a ser la culminación de la "proactividad", otro término de frecuente aparición en entrevistas de trabajo. La "proactividad" define la iniciativa personal del trabajador, surgida de su compromiso, que lo lleva realizar "sacrificios" más allá de lo obligatorio o acordado en beneficio de la empresa. No quedarse esperando, sino adelantarse. No conformarse con cumplir con el deber. Aportar un poco más.
Un trabajador "proactivo", llevado por su "compromiso", tomaría la "decisión" de "renunciar voluntariamente" a parte de sus vacaciones. Pero, como apunta CCOO, "la realidad en multitud de sectores es que las trabacaciones responden más a un miedo a perder el puesto de trabajo por no cumplir los objetivos de productividad impuestos que a una elección objetiva y lúcida de renunciar al periodo de descanso de manera voluntaria".
7. 'Complain restraint'
Es una iniciativa ideada por un par de amigos, Thierry Blancpain y Pieter Pelgrims, que montaron una web para buscar adhesiones. El propósito era que el máximo número de personas se comprometiera a no quejarse durante un mes. Blancpain explicó a El País que se trataba de no perder tiempo lloriqueando por pequeñas cosas sin importancia. Ser feliz apreciando lo que uno tiene. "La lluvia, el bebé que llora en el restaurante, el jefe que te hace estar una hora más en la oficina, el autobús que perdiste para ir al trabajo", enumeró. "Si tenemos comida, casa, familia, amigos...¿no deberíamos ser felices?". El razonamiento es impecable en el vacío, pero arrastra una carga ideológica que, por ejemplo desde una óptica sindical, puede resultar escamante.
Cuantitativamente el seguimiento a la iniciativa fue irrelevante. Pero no su repercusión cualitativa. Se publicaron reportajes en todo el mundo, con un mensaje central: "Deja de quejarte. ¿Qué quieres, si tienes todo lo que necesitas?". El complain restraint es material incandescente en contacto con el coaching y los discursos motivaciones cocinados en los departamentos de recursos humanos.
8. 'Power nap'
Más allá de la precariedad: la España postcrisis se instala en el trabajo indigno
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"Siesta reparadora", en español. Un sueñecito energizante en medio de la jornada laboral. Tiene lugar en espacios que las empresas con pretensiones de modernidad habilitan para que los trabajadores descansen, coman, jueguen... En definitiva, para que vivan allí. Nada reprochable. Lo cuestionable es siempre, desde el punto de vista crítico, el modelo que hay detrás: la conversión del espacio de trabajo en centro de la experiencia vital del trabajador, al que se trata de fidelizar hasta el límite de hacerlo sentir que la empresa es su casa. Así lo expresa CCOO en su glosario: "Controlando el tiempo de descanso y ocio del trabajador se garantiza una maximización de la productividad. Se trata de una iniciativa que termina generando situaciones en ocasiones kafkianas de control casi orweliano del trabajador".
9. Salario emocional
Si la empresa es algo orgánico, familiar, donde no sólo se trabaja sino que también se vive, esperar de ella únicamente una recompensa material resulta estrecho. El "salario emocional" es la aportación intangible de la empresa. ¿Que cobras poco? No pienses sólo en el dinero. La empresa también paga con "buen ambiente", "trato humano", "sensibilidad", "flexibilidad de horarios", "desarrollo personal". También en actividades (no remuneradas) fuera del horario laboral. Un trabajador puede sentir que parte de la recompensa no salarial que le da su empresa son actividades lúdicas de team building ("construcción de equipos") en fin de semana. Éstas aportan formación, "crecimiento personal y profesional" (otro clásico del coaching) y diversión. El salario emocional se instala en el marco de un postmaterialismo en el que exigir únicamente más dinero no sólo sería "injusto" con la empresa, sino también contraproducente, porque podría llegar a frenar el propio "desarrollo" del trabajador.