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Diario de a bordo

Los calamares colosales (Mesonychoeuthis hamiltoni) tienen los ojos del tamaño de pelotas de baloncesto

Susanne Lockhart, bióloga, y John Hocevar, director de Oceans de Greenpeace USA, en el minisubmarino.

Carlos Bardem | Javier Bardem

A bordo del Arctic Sunrise, aquí en el mar de Weddell, la actividad comienza pronto. La primera noche de navegación ha sido tranquila, el mar nos ha mecido con suavidad colaborando con el sueño. El ronroneo del motor también ayudó. Pero con la diana empieza un movimiento febril pero exacto entre los tripulantes, científicos y voluntarios de Greenpeace. Todo se hace con precisión relojera y, como nos repiten varias veces, con la palabra seguridad siempre en mente. Como recién llegados, lo primero es un tour por todas las estaciones y procedimientos de seguridad a bordo. Tipos de alarmas, salvavidas, balsas, trajes especiales y salidas de emergencia hacia el punto de reunión en cubierta. Nos la da Sinja Scholz, una alemana residente en Holanda y ciudadana del mundo, tercera oficial del barco.

Para mí fue lo mismo cuando me embarqué en el Esperanza en 2014 hacia el Ártico. Pronto reconozco algo fascinante: el entusiasmo contagioso. Este turno o leg de la misión es fundamentalmente científico. El objetivo primordial es bajar con los mini subs a unos fondos nunca vistos por el ojo humano, documentarlos, mostrar su increíble biodiversidad –¡hay tanta riqueza en corales aquí como en el Caribe!– y reforzar con datos la necesidad de proteger estas aguas, de hacer aquí el mayor santuario oceánico del planeta. John Hocevar es el jefe de campaña de océanos de Greenpeace USA y responsable de la compleja operación  con los mini subs, un tipo amable y siempre dispuesto a explicarnos todo lo que hacen a bordo para conseguir este objetivo de exploración y documentación de los fondos antárticos. La idea es acercar a la gente todo lo que aquí descubramos, mostrarles una riqueza casi intacta que hay que proteger.

 

Susan Lockhart es una bióloga marina de la Universidad de San Diego, una mujer valiente que ya ha descendido varias veces, hasta cuatrocientos metros bajo la superficie, con una sueño que es el de todos en esta expedición: encontrar una nueva especie, una nueva razón que sumar a las 9.000 especies ya clasificadas para que todos nos convirtamos en sus defensores. Hablar con ellos es sentir un fuego sagrado, ver la luz en los ojos de quien ama lo que hace y ama compartirlo con los que sabemos poco o nada e ello. Con pasión y una paciencia infinita. Y es que este es un rasgo común a cualquier barco de Greenpeace. Amor y entusiasmo por lo que se hace. En el Arctic Sunrise, en este preciso momento, conviven mujeres y hombres de veinte nacionalidades distintas, todos unidos por un sueño, la ilusión de trasmitir a todo el mundo la importancia de lo que aquí se realiza y conseguir el apoyo de millones de personas en la creación del Santuario Antártico. A mi me parece una imagen hermosa, simbólica, de lo que debe ser la humanidad. Gente unida sin importar diferencias de raza, de nación o de credo, unida tras un empeño común, bueno, noble y necesario. En estos tiempos en que el poder –y ahí coloca a tus villanos políticos, económicos y sociales favoritos– intenta desprestigiar la acción colaborativa, el asociacionismo y la acción colectiva, desanimarnos, quitarnos la ilusión por cambiar las cosas, inundándonos de fatalismo, ver a gente tan diversa luchando juntos por algo es emocionante. Las cosas pueden cambiar, claro que se puede, y la tripulación de este barco es una metáfora perfecta de esto.

 

El Arctic Sunrise junto a fragmentos de iceberg en el Antártico.

En 1861, en mitad del Atlántico, la fragata francesa L’Acteon, reportó haber visto un calamar gigante, de unos 25 metros, y haberlo cañoneado y hundido. El porqué de tan estúpida acción contra un animal que se alimenta de peces se me escapa. Pero también es una metáfora de algo. Esa tendencia del hombre, de algunos hombres, de atacar y destruir lo que no entiende o teme. El calamar gigante, el legendario Kraken, tiene ojos como pelotas de basket, largos tentáculos de varios metros y es absolutamente inofensivo. Tiene los ojos enormes para poder captar hasta la última luz que llegue a las profundidades donde vive. En el barco soñamos con poder filmar uno y mostrároslo. Mostrar la belleza frágil de este océano, conseguir que cada vez más gente abra los ojos, la curiosidad y la mente a la idea de conservarlo. A veces necesitaríamos ojos gigantes para poder ver en las tinieblas de la desinformación o directamente las mentiras en las que nos sumergen los villanos del clima, las almas rapaces que no ven más allá del beneficio inmediato, de pescar miles de toneladas de krill para vender aceites y cosméticos con la etiqueta del antártico, cobrándolos más caros en tiendas supuestamente ecofriendly y paraísos de lo orgánico. Nos quieren ciegos, aturdidos, manejables. Por eso amo los ojos infinitamente abiertos a lo más bello de este mundo de la gente embarcada en los barcos de Greenpeace. Personas que luchan para proteger lo que no es de nadie, lo que no debería tener dueño porque es de todos. Es nuestra obligación, derecho y privilegio protegerlo. Ayúdalos. Ayúdate.

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