Cómic
Gracias a algunos chifletas / pervive nuestra historieta
Mucha gente (no necesariamente fanáticos de las historietas) sabe de la existencia y las aventuras de Tintín, ese aprendiz de periodista que recorría el mundo en compañía de su foxterrier Milú. Menos conocido es que, quizá porque los aires de la época venían cargados de malos augurios, el reportero creó escuela y tuvo seguidores en varios países, España entre ellos.
La editorial Reino de Cordelia recupera las aventuras de Pili, Polito y Lucero, un clásico de la historieta española, cuya aportación quizá más relevante es, dice el experto en cómic y prologuista de la obra Luis Conde, "que el personaje protagonista sea una niña, que viaja por el mundo con un amigo y un perro".
Los personajes nacieron para la radio. "Sus autores ―prosigue Conde― eran unos periodistas y escritores colaboradores de la emisora Unión Radio de Madrid (el antecedente de lo que hoy es la SER) por la que emitían los jueves un programa infantil, que luego se reproducía los sábados en la revista Ondas. En la revista se volvía una historieta: páginas de viñetas dibujadas con pie en verso, lo que se llamaba unas 'Aleluyas', 'Aucas' en catalán", rimas tales que "Los tres desde la estación / se van con gran emoción", "Se llevan mucho equipaje: / ¡van al África salvaje!" o "Y abandonan esta villa / en el exprés de Sevilla" que habría firmado Gloria Fuertes. Al cabo, queda un trabajo cuyo guion escrito era de Carlos Caballero Gómez de la Serna al que el artista Augusto Fernández Sastre aportaba sus ilustraciones.
Rescatar lo que es nuestro
"Si investigadores como Javier Alcázar o, en este caso, Luis Conde no se preocuparan por este patrimonio histórico de nuestro tebeo estos autores y estas obras desaparecían, se borrarían de la historia, como si nunca hubieran existido", asegura el editor Jesús Egido, que defiende que su trabajo es más que editar: consiste en restaurar. "Las impresiones de los años treinta no tenían las calidades actuales y los papeles dejaban mucho que desear. Por tanto, hemos limpiado la línea del dibujo, macizado los negros y vuelto a rotular los ripios que sirven de pie de foto a cada viñeta, porque en el original se leían mal. Hemos quitado también las erratas de los diálogos del cómic e intentado que la impresión reproduzca lo más exactamente posible la calidad del dibujo de Augusto Fernández Sastre". Además, imitan la encuadernación original, que era de lomo de tela (como la de los tintines), pero la mejoran grabando en el lomo el título de la obra y el nombre de los autores y protegiendo el libro con una sobrecubierta de plástico, donde va impreso el título del libro. "Ha sido un proceso complejo, difícil y más caro de lo previsto, pero creo que el resultado ha merecido la pena".
Egido y Conde están empeñados en recuperar autores y libros de la anteguerra civil, "porque durante más de cincuenta años fueron ignorados y despreciados", afirma el segundo. "Por justicia histórica y muchos por su calidad intrínseca, pues en esos años la historieta española y el humor gráfico de la prensa, alcanzaron unas cotas todavía muy destacables. Merecen, sin duda, otra oportunidad".
Una de las historietas de 'Pili, Polito y Lucero' en la revista 'Ondas'.
Hay tarea. "Aunque pienso ―dice Manuel Barrero― que la responsabilidad no es solo de las editoriales españolas, también es de los teóricos que nos dedicamos a indagar sobre nuestra historieta y por supuesto de las instituciones públicas que deberían velar por un patrimonio cultural como son los tebeos, independientemente de su presunta calidad formal, sus contenidos o sus sesgos ideológicos". Una tarea a la que él, historiador de la historieta española, y otros apasionados se dedican desde la Asociación Cultural Tebeosfera, una entidad privada sin ánimo de lucro que está desarrollando un plan de rescate patrimonial sobre estos materiales, que "forman parte inexcusable de nuestra tradición iconográfica y han sido poco recordados".
Ni son los primeros, ni están solos, Barrero reconoce la labor desarrollada por Joan Navarro con su extinta Glénat España, o sellos como Diminuta o Reino de Cordelia. "El problema que se encuentran estos editores es que este tipo de producto se vende mal en un mercado en el que toda la presión de la crítica y la divulgación suele hacerse hacia adelante, en pro de la novedad, tanto la comercial como la no comercial, y existe un desinterés general no declarado sobre nuestro pasado". No obstante lo cual, hay que seguir peleando para que las obras de Barba, Opisso, Tomás, Moreno, Darnís, Arnal, Boix, Niel, Mestres y tantos otros sean rescatadas; y para que revistas como Pocholo, Yo, KKO, La Risa Infantil y el primer Pulgarcito sean recuperadas.
Un mundo perdido
La tarea tiene algo de expedición en busca de un continente desaparecido. "Muy poco de aquellas obras sobrevivió a la guerra civil y al franquismo ―corrobora Luis Conde―. Y son escasísimos los autores que se recuperaron, porque tuvieron que trabajar de modo casi clandestino o cambiando de nombre y estilo. En las editoriales del franquismo eran postergados". Muchos se exiliaron. Es el caso de Caballero Gómez de la Serna y de Fernández Sastre, republicanos confesos y perseguidos.
"El rumbo de la industria se quebró ―afirma Barrero―, o esa idea he extraído yo tras consultar miles de tebeos de los años veinte y treinta, que prometían encontrar cada vez más público y evolucionar hacia cotas de calidad cada vez mayores hasta que todo se vino abajo".
Cuando vuelve la vista hacia los primeros años del siglo pasado, Barrero puede ver "aquellas tímidas revistas que intentaban combinar el didactismo con el disparate (Dominguín, Charlot, TBO, Periquín, Michín…)". Ya en los años 20, observa cómo surge una industria potente, y aumentan las tiradas y las cabeceras consolidadas (El infantil, Pulgarcito, La Risa, Pinocho, Bobín, Chiquilín, AEI, Chiribitas, Colorín, El Infantil, Jeromín, Periquito… "más de 150 revistas surgieron en esa década". Y ya en los 30, aparecieron tantas publicaciones nuevas como durante la década anterior, y con tiradas en ascenso, especializándose en sus públicos y ofreciendo más variedad, sobre todo aventura y acción que atraía al lector joven y al adulto al mismo tiempo "con productos de gran éxito y no exentos de interés, cuya vida se vería truncada por la guerra", como los citados Pocholo o KKO y muchos otros: Aventuras y Emociones, Aventurero, Boliche, Cine-Aventuras, Las Grandes Aventuras, ¡Ja… Ja!, Karikatos, Mickey, Niños, Pichi, Rataplán, Tim Tyler, Yumbo y El perro, el ratón y el gato…
Son sólo "algunos tebeos inolvidables pero muy olvidados por las últimas generaciones. Los editores y los trabajadores del ámbito de la prensa infantil de aquellos tiempos no eran por lo común miembros de la alta burguesía sino trabajadores por cuenta propia, lo que hoy se llamaría 'emprendedores', y su adscripción ideológica torcía hacia la izquierda por lo general, o al menos no simpatizaba con la derecha". La consecuencia de esa adscripción es evidente: gran parte de los editores, redactores y autores fueron depurados o vieron restringida su actividad.
De ahí la importancia de recuperar su obra, ya que, como dice Jesús Egido, su calidad justifica el esfuerzo y "nos ayudan a entender cómo surgió el tebeo español, cómo se fue creando el cómic patrio. Y porque, para comprender y valorar la modernidad, lo que se está haciendo ahora, hay que conocer a los clásicos".
La novela de su vida
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Sin embargo, algo se ha perdido de manera irremediable. Manuel Barrero lamenta que el enfrentamiento armado y la dictadura posterior impidieran el relevo natural de artistas y escuelas. Hubo, sí, agrupaciones de artistas, de grandes artistas, "por ejemplo, la llamada 'escuela Bruguera' no era la de sus dibujantes, a mi juicio, era la de su guionista y redactor principal, que primaba una historieta más salvaje, dinámica y cruel que la de sus competidores. Si nos detenemos analizar las historietas que publicaban otros sellos habría que hablar de una 'escuela TBO', una 'escuela Marco' o una 'escuela Clíper', pero no se hace porque sus historietas eran menos llamativas, aunque gran parte de sus autores eran igualmente geniales".
Pero, todo aquello se perdió primero, porque el posible vínculo generacional se desintegró con la crisis de la industria de los tebeos de 1965-1975, a la que se dio portazo con el fin de la dictadura; y, segundo, porque ese final de etapa pedía cambios y exigió olvido. "Tenemos grandes autores hoy que han optado (a mi modo de ver) por mantener ciertos estilemas, alguna caracterización o fórmula para los escenarios, por ejemplo, y también alguna estrategia narrativa, que es deudora de los tebeos de los años cuarenta o cincuenta". Cita a dos autores mayúsculos: Max y Kim, ambos Premio Nacional del Cómic. "Guardo en mi interior el deleite de que han sido reconocidos en parte por esa herencia que yo sospecho que arrastran".
Por lo que pueda servir, el editor Jesús Egido se muestra dispuesto a seguir recuperando a grandes nombres del tebeo español que actualmente no están editados aunque sean grandes clásicos: Jesús Blasco, Emilio Freixas, Ángel Puigmiquel… "Eso es lo bueno de no tener Ministerio de Cultura, que está todo por hacer".