Documental
'El insumiso', un retrato sereno de Mélenchon
Es interesante que El insumiso, que se estrenaba el 21 de febrero en las salas francesas, salga casi al mismo tiempo que las declaraciones de Laurent Wauquiez ante los estudiantes de la Escuela de Negocios de Lyon [en las que el presidente de Los Republicanos (el mayor partido conservador) calificaba a Francia de "dictadura" y aseguraba que Nicolas Sarkozy pinchaba los teléfonos de sus ministros]. El documental que Gilles Perret consagra a Jean-Luc Mélenchon funciona un poco como el contraplano, si no la respuesta, de este affaire.
Ideológicamente, primero, está claro. Gilles Perret no disimula ni un segundo que coincide con las ideas del líder de La Francia insumisa. Pero no únicamente, y quizás no esencialmente. Es sobre todo de la cuestión del discurso político —su tono, su funcionamiento, a quién se dirige...— donde se ve la diferencia. De un lado, el enésimo episodio de una larga serie sobre la relación entre en on y el offon off, lo que se dice para ser difundido y lo que debería permanecer circunscrito a un determinado círculo, los deslices más o menos controlados... Del otro, una película que, contra todo pronóstico, rechaza situarse en ese terreno.
Porque nada es off en El insumiso. ¿Todo lo es, por tanto, ya que, armado única y simplemente con una pequeña cámara, Perret consiguió seguir a Mélenchon durante los últimos meses de la campaña 2017? Ni siquiera. Por una parte, JLM [siglas por las que se conoce al político] puso como condición a la realización del filme que su vida privada no ocupara ni un minuto del mismo. Por otra, no realiza aquí ninguna declaración comparable a las de Wauquiez. Ninguna verdadera confidencia, ni una palabra más alta —o más baja— que otra, ni la sombra de una bravuconada. Apenas se tiene la impresión de entrar entre bambalinas, incluso si no faltan las escenas de camerinos durante un mitin o un programa de televisión.
Sin duda esta observación —que aquí hay tan poco off que no estamos seguros de que el resto sea on— solo llega en segundo lugar. El primer efecto de El insumiso es el de presentar a un Mélenchon a mil leguas de su imagen de tribuno brillante pero siempre a punto de perder los nervios. Se trata del retrato de un hombre sonriente y pausado. El ángulo adoptado es, como se enuncia en una reunión, el de la sensatez y el humor.
Si Perret —conocido por el documental La Sociale y que conoció a Mélenchon con ocasión del rodaje de Jours heureux (2013), película consagrada el Consejo Nacional de la Resistencia y a su programa— lo quiso así, es porque está convencido de que este es su verdadero rostro. Ni histeria, ni circo. I es como si siguiera la gira de una humilde troupe de aficionados que el cineasta acompaña el avance sin embargo impresionante de la campaña insumisa.
Aquellos a los que Mélenchon enerva —no son pocos— denunciarán a gritos la propaganda. Tendrán razón. No hay duda de que El insumiso pertenece a este género, con la condición de recordar que "propaganda" no es necesariamente una palabra infame. Con la condición también de tener presente cuán sigilosa es la que contiene este filme. Tampoco es necesario ser uno mismo un mélenchonista encarnizado para encontrar triste que las salas de cine hayan tomado esto como pretexto para no proyectarlo.
Los quejicas, sobre todo, se equivocarán. Si se consiente ver El insumiso como una película, y no solamente como el panfleto que también es, se podrán sacar de ella ciertos interrogantes sobre el estado de la política y de su puesta en escena. El primero concierne a la ausencia de off. Con muy pocas excepciones, la igualdad de tono melenchoniana sorprende incluso por su monotonía. De las reuniones en petit comité en una cafetería a los atriles de los mítines, del teletransporte en holograma a las apariciones en televisión, ninguna modulación de registro ni de dirección parece necesaria.
No hay —o hay muy poco— un hombre desnudo que desvelar tras esta personalidad, ni una proximidad particular que hacer valer y que no pueda ser utilizada para retomar una prédica de todas formas ininterrumpida.
¿Final del espectáculo político o transformación política integral de la persona? ¿Triunfo o, por el contrario, disolución de la imagen? Estas son las cuestiones de una película falsamente simple. Extrañamente, el Mélenchon de Perret es a la vez familiar y nuevo, próximo y lejano, igual y distinto a lo que sabíamos de él. Y el otro interrogante tiene precisamente que ver con esto, esta extraña distancia que se instala pese a la adhesión más o menos completa del cineasta a su sujeto.
A este respecto, hay que evocar dos escenas. La apertura, en la que, leyendo un texto, Mélenchon cambia el verbo de una frase de futuro perfecto a condicional. El efecto es cristalino: aquí empieza un filme que, aunque cuente a posteriori una derrota, se abre a las victorias por venir.
La otra escena está cerca del final. En un bar, Mélenchon interrumpe una conversación sobre quesos —tema recurrente— cuando percibe su propia silueta en la pantalla que cuelga de la pared. Hay entonces, en la frase que susurra a su vecina, una breve aspiración que puede entenderse tanto como "Oh, mírame" ("Oh, regarde-moi") como "Oh, mira, yo" ("Oh, regarde, moi").
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Aunque poco generoso con los efecto, Perret pasa en ese momento del bar a la retransmisión de un mitin, es decir, de un Mélenchon a otro. No es la única vez —pero es la más reseñable— que la película pone en escena al insumiso menos como demiurgo que como espectador un poco desconcertado por su propio teatro. Como si JLM pudiera ser a la vez, y sin contradicción, el que (se) mira y el que dice a la multitud: "No es a mí a quien hay que mirar, sino a vosotros".
Ahí, de nuevo, cada uno juzgará si esta actitud no es más que una astucia o si deja ver una humildad real presagiando lo que sería la VI República que reclama la Revolución ciudadana. Solo falta que, más allá de Mélenchon, este desdoblamiento político —otro holograma— no sea la menor de las curiosidades de la película de Perret.
Traducción: Clara Morales