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El terremoto social del feminismo

Primero las mentes, después el BOE: así quiere cambiar el 8M a España

Hace ya siete años, pero algunos –y sobre todo algunas– aún lo recuerdan. Hubo en Sol una pancarta descolgada entre vítores, abucheos y alguna lágrima en los albores del 15-M. Decía: "La revolución será feminista o no será". La lucha de las mujeres por la igualdad no encontró un espacio central –aunque sí fue importante– en aquella Spanish revolution, nacida de un hartazgo transideológico, que clamaba contra los privilegios y la corrupción y decía que las instituciones habían malvendido el poder a potentados extrademocráticos. Su impronta ha marcado un ciclo político en el que España ha pasado del bipartidismo al tetrapartidismo, del dedazo por sistema a las primarias a trompicones, de Juan Carlos I a Felipe VI, de las casillas ideológicas a la transversalidad, de Ana Botella a Manuela Carmena y de Xavier Trias a Ada Colau.

Es cierto que ni la corrupción ha sido erradicada, ni tampoco las instituciones le han doblado el pulso a los mercados. Pero muchas cosas han cambiado. No sólo en el orden formal, observable, oficial, sino fundamentalmente en el cutural. En no pocas se adivina entre sus causas el efecto de aquella acampada algo caótica de mayo de 2011. Y ha cambiado algo más. Hoy no sería posible descolgar la pancarta feminista. Hoy sería inaceptable acallar a las que gritan "basta ya". Porque el movimiento feminista –las mujeres que ya se movilizaron en la transición, otras que estrenaron su trayectoria política en el 15-M y otras jovencísimas, convencidas de que les toca ser vanguardia de algo histórico– han tomado el centro de la escena el 8M y no tiene intención de abandonarlo.

Hay paralelismos. El 15-M como ahora, los medios extranjeros se sorprenden del vigor repentino de la explosión movilizadora. El 15-M como ahora, se impone sobre la adscripción ideológica el sentimiento de coincidencia anímica, que entonces podría ser indignación y hoy es hartazgo. Del "no nos representan" o al "no es no". El 15-M como ahora, lo político desborda el cauce institucional y el catálogo programático. Aquellos parlamentos "no nos representan", decía el 15-M; estos tribunales tampoco, dicen ahora las mujeres releyendo la sentencia de La Manada. Ambos fenómenos tienen algo de catarsis, ambos desconciertan al poder. Entonces las fuerzas conservadoras reaccionaron desafiantes: "Que monten un partido político". Pues sí: el 15-M fue decisivo en la formación de un partido, Podemos, y antes de múltiples mareas, que protagonizaron la movilización social en el ciclo 2011-2013. Luego hubo un aparente aletargamiento.

Pero el letargo se acabó. Ahora las fuerzas conservadoras, que rara vez cometen dos veces el mismo error, hacen ademanes adaptativos. Todo un ministro de Justicia carga contra un juez por escribir en su voto particular que en aquel portal de Pamplona había un ambiente de "jolgorio". Albert Rivera (Cs) lanza tuits apresurados sobre Clara Campoamor, a la que ha nombrado patrona de un feminismo liberal antisocialista del que los historiadores no habían tenido noticia. Los partidos –los cuatro principales liderados por hombres, por cierto– se apresuran a componer poses feministas. Pero el movimiento no parece demasiado atento al festival de postureos, ni tampoco dispuesto a entregarse a unas siglas a cambio de una cuota de poder. Avanza sin tutela aparente, todavía informe. Más que atropellar al que se interpone, pasa por su lado como una exhalación y lo deja dando vueltas sobre su eje, como un dibujo animado, con pinta de despistado o de anacrónico. Ese aire inconfundible del que evidentemente no se ha enterado de nada.

Las preguntas se amontonan ante las narices de cualquier observador. Está claro que algo importante está pasando, que algo profundo ha emergido. Pero, ¿qué es exactamente? ¿En qué fase está? ¿Hacia dónde va? ¿Desplegará efectos de amplio espectro, como un 15-M corregido y aumentado, esta vez sí liderado por mujeres?

  Sin prisa, sin pausa

Julia Cámara, integrante de la Coordinadora 8 de Marzo, ve imposible acertar con previsiones. Mejor constatar lo conseguido. Ella destaca un logro. "El feminismo está empezando a hablar no solamente de feminismo. En la respuesta a la sentencia no se está hablando sólo del consenso sobre prácticas sexuales o de lo que es una violación, sino de los problemas de la justicia. Vamos a temas amplios", afirma. Y también destaca el impacto social. "En dos meses se han publicado más artículos que en diez años. El estallido no se ha quedado sólo en estallido, sino que ha articulado un proceso con continuidad. Por suerte es imposible de controlar", explica Cámara, licenciada en Historia.

El marchamo de descontrol es un activo, no un pasivo, porque revela que la capacidad de atracción del movimiento lo hace tan heterogéneo como imposible de embridar. Esto no significa que no haya que planificar, tomando como referencia experiencias pasadas. Cámara, anticapitalista, participó desde el minuto uno en el 15-M como portavoz de Juventud Sin Futuro y recuerda que el movimiento feminista, que nunca llegó a romper el hilo morado que lo une con los 80, ya lleva varios años burbujeando. La dimisión de Alberto Ruiz-Gallardón por su ley del aborto fue un síntoma de su creciente influencia, opina. Su conclusión es que hay que marcarse metas, organizarse, pero sin obsesionarse con el logro parcial. En junio habrá un encuentro estatal en Mérida (Badajoz) de la coordinadora estatal para continuar afinando estrategia y mantener la tensión. No hay prisa por llegar al BOE. "Aunque a mí no me vale eso de 'vamos despacio porque vamos lejos', es verdad que en todo proceso colectivo, las prisas son malas. En Italia, donde ya hubo una huelga feminista en 2016, el movimiento ha estado un año elaborando un proyecto integral contra la violencia de género".

No hay que despreciar lo inmediato. Las circunstancias hacen urgente –opina– cambiar el Código Penal y formar a los jueces. "Pero no debemos apresurarnos en temas puntuales. Si el movimiento se focaliza ahora mismo en algo muy concreto, perdemos potencialidad", afirma. Los cambios ya están llegando y llegarán más. ¿Como el 15-M? "La irrupción de Podemos e incluso de Ciudadanos, una derecha más liberal clásica, no habría sido posible sin la transformación cultural del 15-M", analiza. Pero, al igual que entonces eran imprevisibles tales cambios, los futuros también lo son ahora. Lo seguro a su juicio es que los habrá, tanto en el orden simbólico como en el judicial, el político, el estético, el cultural y el social. Cita ejemplos ya visibles: "En el cine están cambiando los roles, cada vez hay más personajes femeninos fuertes. La impugnación de la sentencia de La Manada es a todo el sistema judicial. Ya no va a ser posible que los partidos se presenten a las elecciones sin reivindicaciones sobre derechos de las mujeres. Hasta hace poco ridiculizar al feminismo era aceptable, ya no. Cs, para meterse con la huelga feminista, tuvo que decir que era anticapitalista, porque con el feminismo no podía meterse".

  La revolución simbólica

El estallido del movimiento feminista, "más que parecerse al 15M", es en parte "una herencia, una fertilización" de éste, con el que comparte un rasgo esencial: "la emergencia de las causas políticas por encima de las casas políticas", o sea, por encima de los intermediadores clásicos, como partidos y sindicatos. Así opina Antonio Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación y consultor político, atento analista de la forma de los hechos sociopolíticos, que son a su vez constitutivas de su contenido. Si el 15M fue "descentralización, desborde, autonomía", una energía sin tutela que se canalizaba "on-off" de la calle a las redes y viceversa, el fenómeno 8M suma a estas características la incorporación a gran escala de la mensajería instantánea, que le añade aún más "espontaneidad e imprevisibilidad". La sentencia por abuso sexual en Sanfermines se conoció a las 13.00 y en "cinco horas hubo un desborde general", subraya. En lo formal, si el 15M era Facebook, el 8M es whatsapp.

¿Cabe esperar del movimiento feminista que despliegue unos efectos de profundo calado, que provoque cambios a largo plazo? Gutiérrez-Rubí tiene claro que sí. Más aún, cree que ya hay cambios y que son irreversibles. "Es el fin de la invisibilización de las mujeres. A partir de ahora, el coste que va tener para cualquier organización una mesa sin mujeres va a ser elevadísimo. No hablo sólo de paridad en las instituciones, sino en todos los ámbitos". Pone como ejemplo la foto de Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Ramón Espinar con el "nosotras" detrás, una imagen que hubiera pasado el corte antes de que las mujeres dijeran "basta", pero ya no. "Fue un error serio. Las formas son el fondo. Ya no es aceptable la utilización del marketing de género. Una fotografía en la que sólo hay hombres ya no puede ser. Con esto no quiero decir que haya que someterse a la corrección política progresista, sino que ya no nos parece creíble, convincente ni aceptable. Todo el mundo va a tener más cuidado con qué hace y qué dice", afirma.

Entonces, ¿nos quedamos en logros formales, superficiales? Cuidado, responde el consultor. Porque "las formas son el fondo". "Vivimos en una sociedad icónica, donde los hashtags y los emoticonos han sustituido a las palabras", afirma. Es decir, infravalorar los logros simbólicos, las conquistas de apariencia cosmética, es ignorar que la imagen se anticipa y prefigura la realidad. La duda que aconseja callarse a quien está a punto de hacer un comentario machistoide, o de soltar un chistecillo sobre feministas, es el indicio de un cambio más profundo, de orden cultural. Ésos son los cambios duraderos.

Gutiérrez-Rubí cree que es lógico y razonable que, de momento, el movimiento no se obceque con la concreción. "Más que levantar un programa, se levanta una bandera", afirma. Y es necesario que esa bandera la vea todo el mundo, antes de decidir dónde clavarla. De momento, opina el analista, se trata de "destapar todas las violencias, desde las de baja intensidad, los micromachismos, hasta las más lacerantes y execrables". Y haciéndolo quedan al descubierto "silencios, claudicaciones y aceptaciones" que, según Gutiérrez-Rubí, ya no tiene hueco. Ahí está el punto fuerte del movimiento que explota el 8M y encuentra continuidad en las manifestaciones contra la sentencia de La Manada: en su capacidad para modificar "comportamientos sociales". El BOE vendrá después.

  El riesgo de la identidad

Ojo con caer en el revisionismo atribuyéndole al 15-M grandes cambios legislativos, advierte Carolina León, autora de Trincheras permanentes. Intersecciones entre política y cuidados. "Ha habido leyes reactivas, como la Ley Mordaza. Y no ha habido moratoria de desahucios", analiza, citando banderas insignes del 15M –vivienda, transparencia, libertad de expresión–. Los cambios del 15-M han sido sobre todo "culturales, mentales", vinculados a "un acceso a la política desde la participación que ya existía, pero estaba muy recluida". "Para mí eso son los cambios importantes", afirma. Y ésos son los que promete el 8M. Hay un consenso alrededor de esa idea entre las voces consultadas para este artículo. "Los cambios que ya está provocando tienen que ver con cambiar puntos de vista y las mentalidades, analizando el presente con nuevos conceptos", reflexiona.

No se trata de plantearse en qué se traducirá este movimiento feminista, sino de darle la vuelta al razonamiento: este movimiento feminista, que trae consigo cambios contantes y sonantes, es continuidad de uno anterior, que tiene raíz hace décadas pero que ya peleó sin éxito por un espacio protagonista el 15-M. A León no se le olvida que la pancarta feminista, con el lema "La revolución será feminista o no será", fue la "única que se quitó" de Sol. Pero las feministas no se quedaron ahí. No bajaron los brazos. Han seguido "permeando" multitud de movilizaciones. Hay feminismo en la lucha de las kellys, en la huelga en las residencias de mayores de Vizcaya...

León ve fundamental seguir hundiendo el dedo en la llaga de la desigualdad económica y social, con "reclamaciones que nos afectan a todas, porque las condiciones laborales en los espacios feminizados son peores". Esto vincula la lucha feminista con la laboral-sindical. Con los problemas de clase. ¿Hay riesgo de perder ahí transversalidad y por lo tanto adhesiones? "Participar de movilizaciones más duras siempre es más complicado, pasa siempre. Yo confío en que el movimiento sea capaz de mantener la transversalidad sin centrarnos sólo en las identidades o en la violencia. No podemos dejar atrás a otras compañeras ni obviar el tema de la clase, la raza o lo laboral", reflexiona. Y recuerda cómo el feminismo de los 70 se debilitó cuando las mujeres de clase media, al ir adquiriendo posiciones de poder, fueron apartándose de la movilización.

  unidad y denuncia

La socióloga y politóloga Begoña Marugán, de larga trayectoria feminista, cree que el 8M y su continuidad ya están desplegando efectos. "Nos sentimos con más capacidad de hablar, con más legitimidad. El otro día, al hilo del '#cuéntalo', una compañera me decía que nunca había pensado que lo que le había pasado fuera violento, pero ahora lo ve, al escuchar a las demás. Esto es tremendamente profundo, esa unidad entre las mujeres. Y hay cosas cambiando entre los hombres. Los que tienen una posición más profeminista se sienten ahora más respaldados para decir ciertas cosas que no podían", señala. Ésas son consecuencias apreciables ya, que a su vez provocarán nuevas consecuencias futuras. Menos relevante le parece a Marugán si todo esto alterará el mapa político. "Creer que los cambios van a llegar porque esté un gobierno en vez de otro es un error".

No se trata de cambiar políticos, sino de que cambie la política, que altere las prioridades. Como sindicalista de CCOO, Marugán cree también que en el campo sindical el feminismo debe provocar cambios profundos. "En los sindicatos pensamos todo el tiempo en el trabajo en términos de empleo. Si pensáramos desde los cuidados todo sería totalmente distinto", afirma. Marugán coincide en que lo primero son los cambios de mentalidad, que arrastrarán todo lo demás. "Ahora que las mujeres estamos empezando a tomar protagonismo, hay que hacer pedagogía", dice. Hay que hacer partícipes a los demás de las experiencias singulares de la mujer: la violencia y el miedo a la violencia. "Una noche salí a correr, vi a un hombre con una capucha y me entró miedo. Pensé: '¿En qué mundo de mierda la figura de un hombre con capucha inspira miedo?' Si yo fuera hombre, lucharía por todos los medios para que no me temieran".

A Marugán tampoco le obsesiona llegar ya a la conquista de medidas concretas. Al igual que el 15M, los logros caerán por su propio peso. Los cambios culturales, que a su juicio son los importantes, "no se van a trasladar al BOE". "Y además lo que está en el BOE no se cumplen", remata. Sí cree que hay que ser presistentes en la denuncia. Por ejemplo, de la desatención del problema de la desigualdad y la violencia contra las mujeres en los Presupuestos Generales del Estado. Pero no convertir eso en horizonte del movimiento. La conclusión es siempre la misma: el cambio está en marcha y no sólo es imparable, sino también imposible de empaquetar en una agenda acotada de prioridades. Sólo hay una prioridad, en la que cabe todo: se acabó el segundo plano para la mujer. Cómo se concrete su paso al primer plano lo iremos viendo inexorablemente con el tiempo.

  Un "terremoto político"

La abogada Amanda Meyer entró en el activismo político por la puerta del feminismo. Con sus propios ojos ha visto que los cambios han llegado ya. "Hace 15 años había que dar muuuchas explicaciones cuando decías que eras feminista. Era decirlo y te daban una turra... ¿Feminismo por qué? Ahora lo raro entre la chavalada es decir que no lo es", explica. Meyer cree que una parte importante de la fuerza de cambio del movimiento reside en las jóvenes, cuyo protagonismo en las manifestaciones es constante. "De repente un montón de mujeres se juntan. Y ahí ves a gente súper joven, con las ideas muy claras y que dice 'hasta aquí hemos llegado, ni un paso atrás contra las agresiones sexuales, ni media gracia más con los atentados contra nuestros cuerpos'".

Lo que está ocurriendo ahora es la cristalización, ya inocultable, de un cambio que lleva años en marcha, y que afecta a todos los ámbitos de la sociedad. Para empezar, a las propias organizaciones políticas. Meyer, dirigente de IU, ve cómo ha crecido "la exigencia interna", en línea con un cambio social imparable. Ha quedado en evidencia la vacuidad de las políticas de igualdad impulsadas hasta ahora, sobre todo en el periodo de Zapatero, "que no transforman nada", afirma. A su juicio, el desafío es "meter en la agenda temas como los tiempos de trabajo y de cuidado, que en el centro esté la vida y no la producción capitalista". Meyer ve compatible continuar acumulando fuerzas con empezar a llevar iniciativas al Congreso y demás instituciones. "No creo que haya que esperar", dice. Temas urgentes: igualdad de condiciones laborales, equiparación real de las licencias de maternidad y paternidad, una gran red de guarderías públicas...

"He oído al PP decir que no es un problema de ser mujer sino de ser madre, pero olvidan que las mujeres también cuidan al resto de su entorno familiar. Cuando vienen mal dadas, las que dan un paso atrás son siempre las mujeres", afirma. Cambios que afecten a la relación tiempo-trabajo tocan el espinazo del sistema económico. Llegado ese momento, el aluvión movilizador podría sufrir una criba. Otra cuestión que hay que abordar ya, a juicio de la abogada, es la violencia sexual. "Aunque no me gustan los debates en torno al Código Penal en caliente, tiene que quedar claro ya que acometer sexualmente a una mujer que no quiere es agresión sexual", afirma.

El fenómeno, analiza Meyer, ya es un éxito, en la medida en que las mujeres "se han organizado" y han apuntado con el dedo los múltiples espacios de subordinación y discriminación. "Ya es insoportable una mesa con cinco tertulianos todos hombres", dice. La dirigente de IU considera imprescindible que el movimiento se interrogue sobre las causas de la discriminación. "Somos mano de obra barata de este sistema", afirma. No obstante, cree que en el seno del movimiento feminista se puede trabar una alianza entre quienes cuestionan de raíz el sistema capitalista –como ella– y quienes no. "Es que es una cuestión de supervivencia. Las mujeres, al margen de ideologías, tienen que elegir entre su vida profesional y su vida familiar", afirma. Si se extiende la certeza de que la discriminación de la mujer no sólo es problema en sí mismo sino también un elemento estructural y premeditado de la ordenación económica, Meyer cree que el movimiento feminista en marcha puede adquirir las proporciones de un "terremoto político".

  Siglas o líderes, ¿para qué?

"La presión feminista tendrá efectos evidentes. Ningún partido que quiera mayorías puede cuestionar u oponerse a sus expresiones. La ráfaga de populismo punitivo con la sentencia de La Manada ya lo deja claro... Mientras ocupen el escenario, ellas mandan", afirma Antonio Alaminos, sociólogo y experto en opinión pública, que observa en el 8M todos los elementos necesarios para condicionar la agenda política a corto, medio y largo plazo. La pregunta no es si va a haber cambios legales y políticos, sino qué alcance van a tener. "Muchos partidos son ya muy sensibles a la reivindicación feminista. Ahora aún más. El caso de La Manada y el intento automático y reflejo de cambiar la ley para dar buena imagen a la calle es un claro ejemplo", señala.

Alaminos ve "muy dudoso" que el 8M se traduzca en siglas políticas, como sí pasó en parte con el 15M. "Su pretensión es incluir en la agenda la cuestión feminista. Un partido no tendría sentido. Encontraría las mismas limitaciones que uno ecologista: la limitación temática y la segmentación electoral", afirma. La inexistencia de un partido feminista no es un problema para la consecución de sus fines. Al contrario. Y tampoco lo es la falta de liderazgos identificables."La presión que trasmite mediante los medios de comunicación y sus acciones de movilización en la política de los partidos es casi superior a la que alcanzaría en una mesa de negociaciones. A los políticos les impresiona más un movimiento sin cabeza visible pero claramente vertebrado y organizado que un liderazgo, lo que se llamaba interlocutor valido. Los movimientos de pensionistas son otro ejemplo de presión sin rostro visible", afirma Alaminos, que sitúa el 8M, por su mayor grado de organización y coherencia, más en la estela de las mareas que del 15-M.

  oleada y latencia

Suele vincularse la aparición de Podemos y el crecimiento de Cs a los efectos a largo plazo del 15M. El sociólogo Manuel Jiménez no ve posible una réplica de ese fenómeno en la estela del 8M. "Podemos y Cs se encontraron con un montón de votantes abandonados por los partidos dominantes. Primero se produjo la salida, especialmente a partir de 2011, y luego la decisión de votar a estos partidos, a partir de 2015. En el momento actual no parece que tengamos un volumen tan alto de votantes salientes. No veo en este momento espacio para un nuevo partido", afirma. Lo que sí hay son "muchos votantes potencialmente cambiantes", cuya decisión de voto puede verse afectada por la colocación de la cuestión feminista en lo alto de la atenda política, señala.

Jiménez ve rasgos comunes entre 15M y 8M. Citando a W. Lance Bennett y Alexandra Segerber, habla de "acción conectiva", en lugar de "colectiva". No hay hegemonía organizativa, se solapan redes, activistas y experiencias. "La naturaleza de la contestación política está mutando: la centralidad de las organizaciones formales al estilo tradicional, con líderes e interlocutores claramente identificados, está dando paso a procesos de contestación mucho más flexibles y cambiantes, donde no existen líderes o interlocutores formales o van apareciendo ad hoc, para permanecer o ser reemplazados, señala. Esto determina la relación del movimiento con las instituciones y sus logros potenciales. Toca adaptarse. "Los representantes políticos y los periodistas deben adaptarse a estos cambios y comprender que la ausencia de un liderazgo al estilo tradicional no es una señal de debilidad sino de una naturaleza organizativa diferente".

¿Está cambiando las cosas el estallido feminista? "La contestación está dando lugar a cambios en la agenda política, en la agenda mediática, pero es difícil saber si dará lugar a cambios en materia de políticas públicas a corto plazo, especialmente en el contexto actual de atonía en la producción parlamentaria y actividad del gobierno", señala el sociólogo, que coincide con que "lo más destacable es el cambio cultural", que se traduce en un "refuerzo" del "empoderamiento de las mujeres" y en una "concienciación de la sociedad en general". Jiménez prevé un movimiento de largo aliento. "En la medida en que la desigualdad persista esperamos nuevas oleadas de contestación, tras fases más o menos largas de latencia", afirma.

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