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Teatro

Juan Mayorga y las gafas del asombro

César Sarachu en 'Intensamente azules', de Juan Mayorga.

La anécdota ya es jugosa. El dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965), miope, rompe sus gafas graduadas. Afortunadamente, tiene un repuesto un tanto peculiar: las gafas de natación graduadas que le regalaron sus hijos cuando se dieron cuenta de que, en la piscina, el padre parecía un tanto desorientado. Mayorga recuerda que no hay leche, así que Mayorga, Premio Nacional de Teatro, Premio Nacional de Literatura Dramática, flamante miembro de la Real Academia Española, decide bajar al supermercado con las gafas de natación puestas, para sorpresa de vecinos y empleados. En esta historia, que podría haber quedado como un glorioso mito familiar, el escritor vio el germen de Intensamente azules, un texto que también dirige y en el que reivindica la "capacidad de asombro" frente al "pesimismo reaccionario". 

Esas palabras suenan del otro lado del teléfono, a pocas horas de que la nueva obra se estrene en el Teatro Bulevar de Torrelodones (Madrid), donde recala las noches de viernes 8 y el sábado 9 de junio. Antes del estreno, la compañía Entrecajas ya sabe que su monólogo, protagonizado por César Sarachu (con quien ya había trabajado Mayorga en Reikiavik), llegará un teatro de la capital durante la próxima temporada. El texto no es completamente nuevo: antes que obra de teatro, fue un libro ilustrado por Daniel Montero Galán y publicado por el sello La uña rota. Pero antes aún fue un texto desarrollado entre lecturas a familia y amigos —"escribo para que las palabras sean pronunciadas", dice—, hasta el punto de que algún director cercano le ofreció dirigirlo si el propio Mayorga lo interpretaba. "Lo descarté inmediatamente", dice, como ahuyentando un fantasma. 

 

Juan Mayorga y César Sarachu en un ensayo de Intensamente azules. / SERGIO PARRA

Intensamente azules llega tras Reikiavik, un juego de espejos con la partida de ajedrez entre Bobby Fischer y Boris Spasski, otra batalla de la Guerra Fría, y después de El cartógrafo, una reflexión sobre la necesidad de la memoria a partir del gueto de Varsovia. Esta nueva obra camina, como esas, por la frontera que separa realidad y representación, pero está llena de humor y levedad. Es el Mayorga del absurdo el que habla, el que estaba presente también en Famélica, una locura punzante contra el capitalismo y sobre la revolución. "Puede que con este motivo poético haya liberado mi mano y mi cabeza. Sí creo que es una obra que a la gente que conozca mi trabajo quizás les sorprenda", concede, tímidamente. Pero encontrará también otros rasgos de su teatro: las referencias matemáticas y filosóficas —que componen la formación universitaria del autor—, su aire de fábula con doble fondo, la ironía. 

La historia es esta: el personaje —que, como Mayorga, tiene tres hijos, está casado y escribe— decide bajar al supermercado con las gafas de natación puestas y se da cuenta de que el mundo, tras los cristales tintados de color azul, es distinto. "Leo el Quijote con mis gafas de nadar. Entiendo cosas que jamás había comprendido", dice, por voz de Sarachu. "Cambiando de color, las cosas que no habías visto te llaman la atención, y las que habías visto parecen sorprendentemente nuevas". Esto lo dice Mayorga, que añade: "Claro, de algún modo, todo eso produce una alegría... Cualquier cosa se convierte en excepcional, cualquier cosa tiene una ocasión de humor, un espacio para la fantasía". La metáfora está clara: un cambio en la mirada, en la posición de uno en el mundo, opera también transformaciones en ese mundo que le rodea. No hacen falta gafas de natación —aunque las recomienda—: "De lo que se trata es de mirarlo todo con una mirada renovada, ingenua, con una cierta sorpresa, una cierta capacidad de asombro". 

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Pero, ¿qué se descubre? La tesis de Mayorga tiene que ver con un título que el personaje de la obra, con sus gafas nuevas, vuelve a intentar leer después de haberlo intentado, sin éxito, otras muchas veces: El mundo como voluntad y representación, de Arthur Schopenhauer. En esta escena, el protagonista habla con su terapeuta: "'¿Me va a decir que unas gafas de nadar graduadas conducen a Schopenhauer?'. 'Graduadas de colores. En seguida comprendes que, alrededor de ti, todo es representación, y que tú eres parte de la representación". "Esto engarza con algo muy español, que es el teatro como mundo", aclara Mayorga. Como continuación de la fantasía de Intensamente azules, El mundo como voluntad y representación se convierte en un best-seller de no ficción y de ficción simultáneamente, el rey de España le regala un ejemplar al presidente de los Estados Unidos y Disney produce una versión musical. 

¿Pero no habíamos quedado en que el pesimismo es reaccionario? La (aparentemente) ficticia esposa de la obra nos lo aclara: "El pesimismo de Schopenhauer no es verlo todo negro. No es el pesimismo de 'La vida es un asco'. Es el pesimismo de quien comprende que no puede conocer el mundo porque al mundo lo conduce una voluntad ciega de la que él forma parte. Pero se puede leer a Schopenhauer y tomar helado de fresa. Es un pesimismo bastante optimista". Mayorga lo recoge: "Schopenhauer dice que no podemos conocer el mundo, y eso es una revelación genial. No se trata de una resignación, sino de un reconocimiento. Hay una permanente advertencia contra la vanidad: si todo es espectáculo, el tú y el yo son ilusión, no hay ni tú ni yo sino que todos somos todos".

El "pesimismo reaccionario" hay que encontrarlo, entonces, en otros lares: "Igual que hay una mistificación del mundo Disney en el que todo está bien, hay también una mistificación inversa, que curiosamente se percibe mucho en discursos culturales, de que todo va mal. Esto conduce a la inactividad, a la resignación". La inactividad, desde luego, no es lo suyo: le esperan, la temporada que viene, el montaje de su obra El mago, con María Galiana, y dos nuevas versiones de El chico de la última fila en España y en Italia. Las gafas de nadar, intensamente azules, esperarán en casa como una tentación. 

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