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El fiasco de Bruselas y el desafío permanente de Mazón desnudan el liderazgo de Feijóo en el PP

Qué ven mis ojos

Hay quienes embisten contra todo aquello que no les cabe en la cabeza

Los malos perdedores sólo saben rearmarse de una forma: disparándole a las piernas a quien les ha adelantado”.

Para lo que desaparece, se extingue o muere, la única esperanza es creer en la resurrección. El Partido Popular no se ha disuelto, pero ha perdido el poder; no se ha hundido, y así lo dicen las últimas encuestas, pero estaba arriba y ahora está abajo; hace un suspiro llevaba las riendas y hoy va de pasajero; estaba a la cabeza y actualmente va el segundo, en el Parlamento y en la intención de voto. La Moncloa ha cambiado de inquilino, M. Rajoy ya no vive aquí. Así que sus dirigentes y correveidiles han echado mano de la pala y se han puesto a resucitar.

Lo primero que han sacado del armario y agitan ante cada micrófono que se les ponga delante, es al fantasma económico: la llegada de la izquierda al Consejo de Ministros, dicen, romperá los cristales de las ventanas del Banco de España y la corriente del cambio se llevará el dinero. Una fuerte lluvia va a caer, como dice Bob Dylan, y convertirá los billetes de quinientos –si es que la banda de la Gürtel ha dejado alguno dentro de las cajas fuertes– en papel mojado. La verdad es que, de momento, no ha sido así: los mercados no han ardido, las empresas del Ibex 35 no se han derrumbado y las otras, tampoco; en el parqué de la Bolsa se baila el vals y hasta la banquera en jefe, Ana Patricia Botín, escribió en la red un mensaje sobre el nombramiento de la ministra Nadia Calviño que sonaba a oda triunfal, en el que decía que su elección es "una garantía de que España seguirá aumentando su peso en las instituciones europeas". Justo en la línea de flotación del barco de la calle Génova.

La moción de censura que ganaron entre muchos y no ha perdido uno solo

La segunda resurrección es la de la España rota, que en estos momentos sin duda es más fácil de vender, con la Generalitat en manos de un personaje como Puigdemont, que es el Nerón de los Pirineos, alguien que sueña con llegar a emperador para incendiar su Roma. Con esa música de fondo, los conservadores han encontrado su mantra: el PSOE tiene un pacto con los separatistas, ha llegado a los bancos azules del Congreso con sus votos y tiene que pagar su deuda. Lo cierto es que lo que dicen los hechos es que el apoyo de Ferraz al Gobierno recién caído, en ese asunto, ha sido absoluto. Era la época, hace un rato, en que al presidente Sánchez le dolía la espalda de recibir palmadas de la derecha, que lo calificaba de hombre de Estado. Habrá que estar alerta, desde luego, pero da la impresión de que si en algo están de acuerdo los ciudadanos de nuestro país es en que hace falta hablar y escucharse, y si luego el independentismo por las malas que representan el político huido de la Justicia y los suyos, sigue en sus trece, pasará lo mismo: la vía unilateral no llevará a ninguna parte, porque es un callejón sin salida y porque es incompatible no ya con la Constitución, sino con la democracia. En este tema y a pesar de lo que les gusta hablar de diálogo, de nuevo, se queda en fuera de juego Ciudadanos, que es lo que suele ocurrir con quien se precipita y se adelanta a la jugada. Es lo que tiene el ansia.

El tercer desenterramiento, y esto ya es de juzgado de guardia, es el del terrorismo: "Han pactado con los herederos de la ETA", dijo ayer en un programa de televisión la diputada Celia Villalobos. Al menos no lo llamó "movimiento de liberación vasco", como su antiguo jefe y protector, José María Aznar, aquel que alardeaba de haber ordenado negociar con los pistoleros. "Hay quienes embisten contra todo aquello que no les cabe en la cabeza", escribió Antonio Machado, y parece que por aquí tenemos políticos que no pueden concebir que manden otros que no sean ellos, que piensan que los palacios y las instituciones son suyos y la nación les pertenece; por eso, cuando les sale cruz, encienden el horno para fundir la moneda desobediente. Olvidan que no les ha tumbado otra cosa que la sentencia de la Audiencia Nacional que los define como un partido corrupto y tramposo, que se ha financiado de forma irregular y, en consecuencia, ha ganado de una manera ilegítima. Algo tan grave como para que se unan quienes no tienen casi nada en común, porque aquí sólo había dos mitades: los que dijeron basta a la corrupción, aunque fuese tan tarde, y al otro lado, el PP y Ciudadanos. Albert Rivera, y van tres veces, se ha vuelto a poner en su sitio el sólo.

Vivimos un tiempo de resurrecciones y desenterradores. Lo cual implica un peligro de epidemia: cuidado, que una vez sacados de sus tumbas, los zombies atacan a todo lo que se mueve. Y como se sabe, sus mordiscos hieren a propios y ajenos.

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