Arte
El hombre que enseñó a Monet a pintar al aire libre
"Si me he dedicado a la pintura, se lo debo a Eugène Boudin". Era Claude Monet (París, 1840-Giverny, 1926), el artista impresionista que consiguió eclipsar a todo el impresionismo, quien pronunciaba estas palabras al final de su carrera. No es extraño que eclipsara también a su maestro, infinitamente menos conocido que el creador de los Nenúfares. Pero gracias a Boudin (Honfleur, 1824-Deauville, 1898), el joven Monet pasaría de las caricaturas a la pintura, se interesaría por el dibujo al aire libre y admiraría la luz y los colores de la costa normanda. En parte como reconocimiento al maestro, y en parte como aproximación renovada al alumno, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza acoge la exposición Monet / Boudin hasta el 30 de septiembre.
Boudin y Monet se conocieron, por casualidad, en una papelería donde Boudin exponía sus marinas. El primero tenía entonces 31 años, y el segundo, tan solo 15. El primero era hijo de un marinero y una limpiadora, y el segundo, de un rico comerciante llegado de París. Cuando el pintor trató de animar al todavía adolescente para que no se limitara a las caricaturas que le habían dado ya cierta fama, y para que fuera con él a pintar del natural, al aire libre, la familia del joven no lo vio con buenos ojos. ¿Qué tenía que aprender su hijo de aquel pobretón? El hombre sencillo que solo obtendría cierto reconocimiento y holgura económica más allá de los 60 años le mostró la riqueza de las marinas, los cambios de la luz, la playa como escenario social. Las 103 obras de la muestra (64 del maestro y 39 del alumno) dan cuenta de aquellos años de formación.
Es la primera exposición dedicada a estudiar cuánto de Boudin hay en Monet y cómo llevó el aprendiz estas enseñanzas a un terreno más radical, alejado del academicismo y el estudio. La relación es, sin embargo, bien conocida: Boudin reivindicó su influencia sobre los impresionistas con unas palabras "llenas de orgullo, nostalgia y a veces cierto reproche", según contaba Guillermo Solana, director artístico del Thyssen. "Quizás he podido tener una pequeña influencia en el movimiento que está llevando a la pintura hacia el estudio de la luz en sí misma, la práctica al aire libre, la sinceridad en la reproducción de los efectos atmosféricos", diría Boudin cuando su discípulo ya era infinitamente más reconocido (y rico) que él. "Si algunos de los que yo he tenido el honor de introducir en ese camino, como Claude Monet, han querido ir más lejos por su propio temperamento personal, me deberán al menos un cierto reconocimiento, del mismo modo que yo lo hice con quienes me aconsejaron y me dieron unos modelos a seguir".
En la playa de Trouville (1863), de Eugène Boudin. / Colección privada
Hay, desde luego, amargura en esas palabras, avivada por la ruptura de la amistad entre ambos en la década de 1880. Pero de Boudin aprendió Monet el que sería su primer método creativo: escapadas al campo, donde realizaba esbozos de la luz y del color que acabaría luego en el taller. Baudelaire, que conoció a Boudin en Honfleur hacia 1859, cuando la zona se iba convirtiendo en el destino turístico favorito de la alta sociedad francesa, alabó de él "sus estudios, tan rápida y fielmente esbozados a partir de lo que hay de más inconstante, de más inasible en la forma y en el color, de las olas y las nubes...". Monet diría luego: "Sus bocetos, hijos de lo que yo llamo la instantaneidad, habían llegado a fascinarme". El Monet que se recrearía observando el cambio de la luz sobre los nenúfares, en su famosa serie de principios del siglo XX, comenzó a nacer aquí, en las playas y las marismas, junto a ese maestro que reivindicaba la capacidad de observación de las nubes y los atardeceres ante la tranquilidad del taller. "A través del solo ejemplo de este artista enamorado de su arte y de su independencia, se abrió mi destino de pintor", reconocería Monet mucho más tarde.
"Entre el 75% y el 80% de las pinturas no se han visto jamás en nuestro país", dice, orgulloso, el comisario de la muestra, Juan Ángel López-Manzanares, también conservador del museo. En España, precisa, apenas hay obras de Boudin en las colecciones públicas, y su nombre aparece únicamente en el propio Thyssen y en el Museo Nacional d'Art de Catalunya. Los préstamos recibidos para la exposición provienen, sobre todo, de pequeños museos franceses como el Museo Eugène Bousin (en Honfleur) o el Musée d'Art Moderne André Malraux (El Havre), en el caso de Boudin, y de museos americanos, como el San Diego Museum of Art o The Art Institute of Chicago, en el caso de Monet. Junto a ellos —y aunque también figuran el Musée d'Orsay o el Metropolitan de Nueva York—, numerosas colecciones privadas.
La playa de Trouville (1870), de Claude Monet. / The National Gallery
Frente a El Havre. Barco en alta mar (1866), de Boudin, está El Sena en Ruán (1873), de Monet, con un trazo más rápido y mayor luminosidad que el de su maestro. Junto a las escenas de playa de Boudin, que dibuja a las coloridas figuras de los veraneantes desde lejos, Monet acerca el plano hasta dar con sus famosas La playa de Trouville (1870) y Camille en la playa de Trouville. Para entonces, el parisino había ya dejado el camino marcado por su maestro. "A mediados de los sesenta se rebeló contra él", señala López-Manzanares, "y empezó a hacer su trabajo casi todo al natural". Es decir, ya no volvía al estudio para terminar sus obras, sino que las acababa allí mismo, en medio del paisaje, antes de que cambiara la luz. Esta actitud audaz, que iba varios pasos más allá de lo propuesto por Boudin, no fue lo único que los separó. El viejo pintor vio con malos ojos la relación extramatrimonial de Monet con Alice Hoschedé —también casada por entonces—, que duró años y solo se formalizó tras el fallecimiento de su primera esposa, Camille Doncieux. Y, sobre todo, censuraría las presiones económicas de Monet hacia el marchante común, Durand-Ruel, cuando este pasaba una mala época.
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Con el nombre de Monet sobre su fachada, el Thyssen se prepara para una buena temporada estival. "Monet es una figura tan deseada", se adelantaba su director artístico, "que parece que hay que excusarse cuando protagoniza una exposición, porque los museos son acusados, este museo entre ellos, de atender solo al deseo del público". Con una colección que exhibe a Degas, a Van Gogh, a Gauguin, a Manet, a Cézanne o al propio Monet, los que Solana llama "clásicos modernos" son una de las grandes bazas del museo. En este caso, el centro rescata un formato ya ensayado en Picasso/Lautrec, que comparaba a estos dos grandes nombres de la pintura que, sin embargo, no llegaron a conocerse nunca. Y, asomándose a obras de Monet menos conocidas, sigue la senda de Edvard Munch. Arquetipos (2015), que trataba de estudiar al artista más allá de su hit El grito. Es, claro, una forma que tiene el museo de atraer a los cabezas de cartel de la pintura del siglo XX sin apoyarse en obras famosísimas, de difícil préstamo y carísimos transportes y seguros.
"Cada periodo se reduce a un par de artistas, y cada artista a un par de obras", se quejaba Solana en una entrevista para este periódico. Aquí hay un artista más y un buen puñado de obras nunca vistas en España. Entrando, eso sí, por la puerta de Monet.