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Sanfermines en blanco y rojo

A partir de este viernes hablaremos mucho de Sanfermines, una fiesta diferente que es conocida en el rincón más pequeño del mundo, que retransmite en directo sus encierros a decenas de países y que en los últimos años, desgraciadamente, ha acaparado más titulares hablando de su desfase que de lo que realmente supone la fiesta de San Fermín.

Desde hace un par de años, el caso de La Manada ha puesto el foco en lo que no es la fiesta. En lo que no es Pamplona. Y allí piden a gritos que de nuevo volvamos a fijarnos en lo que son realmente estas fiestas. Medios de comunicación, instituciones, asociaciones y vecinos están haciendo un esfuerzo para volver a contar qué se hace en Pamplona durante esos 8 días de julio. Por qué hay turistas que recorren miles de kilómetros para estar horas en la ciudad, para ver en directo los encierros, para mezclarse con los pamplonicas y tomar calimocho y chistorra. O un caldo de madrugada en la calle Jarauta. O un pincho con un vermut a mediodía cerca de la Plaza del Castillo.

Soy de Pamplona. Sí. Usted, lector o lectora, debe saberlo antes de seguir leyendo este artículo. Llevo ya un par de años que no paso por allí. Cuesta ser anónimo esos días, lo que más anhelo para poder disfrutar de nuevo de ese ambiente. Pamplona se transforma por completo. De una ciudad tranquila, con un ritmo lento durante el día, muy familiar, a ser una ciudad que explota en vida, música, gente en la calle, risas, aperitivos, reencuentros, fiesta.

Los de Pamplona nos hemos sentido siempre muy orgullosos de nuestras fiestas. Sí, muy orgullosas. Eran auténticas. Únicas. Eran diferentes. Hemingway se enamoró de la ciudad, de su gente. Se sentaba en una terraza de la Plaza del Castillo y veía pasar a las peñas, bailar a los mozos y disfrutar a los más pequeños con cabezudos y gigantes. Volvió varias veces y en su libro Fiesta plasmó la esencia de los Sanfermines. Pamplona le devolvió su amor con un busto que hay en una de las entradas a la Plaza de Toros. Lo que no sabíamos es que su amor por los Sanfermines nos pondría en el mapa para siempre. Y nos invadiría de guiris pirrados por descubrir qué es eso tan diferente que hace únicas a estas fiestas.

El problema quizás es que muchos entendieron que para divertirse en Pamplona necesariamente había que ir borracho. Sin respetar a nadie. Y sobre todo y por encima de todo, había que desfasar. Cinco tipos que no entienden ni de fiesta, ni de respeto, ni de amor, ni de convivencia, han puesto una etiqueta más a los Sanfermines. La que nunca quisimos tener. Estos días se ha generado cierto debate sobre cómo protestar por la puesta en libertad de los cinco condenados por La Manada. Se pedía que ellas fueran de negro este viernes, que incluso boicotearan las fiestas no yendo a Pamplona estos días. Error. No es ese el camino. No tenemos por qué dejar de estar donde queremos estar. No tenemos que vestirnos de otra forma para visibilizar que los hombres tengan que respetarnos cuando nosotras estemos de fiesta. Que podemos ir incluso borrachas, sí, borrachas, y vacilarles, torearles pero no por eso estamos pidiendo que nos soben, nos toqueteen, nos violen o abusen de nosotras. Que tenemos el mismo derecho que ellos a divertirnos. Como queramos. Vestidas con escote o sin él, con pantalón (en Sanfermines lo recomiendo por lo sucias que están las calles y por el frío) o con falda. Podemos ir solas por las calles, volver a casa de día o de noche, y hacerlo siempre sin miedo.

A partir de mañana Pamplona acogerá con los brazos abiertos a quien quiera disfrutar de sus calles, de su gente, de su música, de su fiesta. De sus tradiciones. De una forma sana y honesta. Vayan y descúbranlo ustedes. Disfruten, mézclense con la gente. Vayan y cuenten después qué vieron allí. ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín!

 

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