Los diablos azules
Juan Cruz: "El periodismo no va a morir jamás"
Hoy hace un año que me encontré con Juan Cruz, un imprescindible del periodismo español, también escritor de ficción, no siempre justamente valorado por sus méritos literarios, quizá porque él mismo se encarga de dejar bien claro a cada poco, “amigo, yo soy periodista”. El año pasado publicó su último libro hasta la fecha, Un golpe de vida Un golpe de vida(Alfaguara, 2017), que considero una novela más que un libro de memorias o un texto estrictamente periodístico, por el aliento melancólico y, al tiempo, vitalista, desde el que imagina lo que cuenta y que anima entre poesía y drama esa prosa suya del recuerdo, que no busca la amplitud del repaso a hechos que sucedieron en el pasado o que suceden en el presente, sino que “aumenta” (Cruz es un “aumentador”, como dice en algún pasaje de la novela a propósito de García Márquez) lo intensamente íntimo, sus obsesiones, sus dolores, sus enfados, sus felicidades. Fragmento a fragmento de vida, se hilvana un relato no de quien fue el hombre Juan Cruz, ni de quien es, sino de esa parte que no puede arrancar de su experiencia, porque la trasciende y le hace escribir para saber quién es, en realidad, ese otro hombre que se hace llamar Juan Cruz. Al final de la novela, no conocemos al hombre, porque en la literatura el autor real importa poco, y si aquí la voz que cuenta habla desde el mismo nombre que firma en la portada, no es sino la ficción construida por la imaginación de un niño canario, que sufre asma y sueña, leyendo a Delibes, a Sánchez Ferlosio, al joven Umbral… El niño sueña, hacia los años cincuenta del pasado siglo y lo que sueña es que un día va a escribir un libro, que titulará Un golpe de vida, y donde estará trazada la aventura de ese que firma Juan Cruz cuando publica en El País o en el As, y que no hará mucho que habrá entrevistado en el mar de Mármara a un escritor futuro que dirán que se llama, extrañamente, Orhan Pamuk y que habrá ganado un Nobel. El niño sueña que ese otro Juan Cruz que habla con él le dice que lo piense en Civitella Ranieri, contando que el poeta Mark Strand lo llamó allí para que le escribiera lo que es solo para él, pero que (cosas de la literatura que sale del yo y se va a abrazar a los otros) ahora también podemos leer nosotros, lectores desconocidos, casi tan imaginarios como el mundo que espera encontrar ese niño cuando se haga mayor.
Entrevistar a un periodista de la talla de Juan Cruz es casi imposible, es él el que me entrevista a mí, quien da la entrada, quien me empuja a conversar, quien se escapa cuando quiero debatir sobre periodismo narrativo y ficción testimonial… Y yo no discuto, porque al final, Juan Cruz habla de lo que le da la vida, del periodismo, a eso ha venido, de eso es de lo que se nutre Un golpe de vida y yo, claro, me dejo llevar…
Respuesta. ¿Sabes por qué se desarrollaron las cuerdas vocales?
Pregunta. No sé, no tengo ni idea.
R. Pues como consecuencia de que la gente discutía: no, esta piedra aquí no, tal, no sé qué… y gracias a eso la gente empezó a hablar. Si no, la humanidad estaría muda.
P. Vaya, porque, si no, nos comían los leones.
R. Claro, pero al principio no nos comunicábamos, discutíamos.
P. Entremos en tu novela, sin discutir, que somos civilizados, no añadamos más leña al fuego, porque esta me ha parecido una novela muy, muy dolorosa.
R. Sí, eso sí, muy dolorosa.
P. El periodismo, como la literatura, si uno se los toma en serio, son ejercicios de riesgo en sí mismos, ¿no?
R. Es verdad. Hay dos cosas de riesgo: levantarse por la mañana —decía Kafka que el momento más arriesgado del día es el momento en que te levantas— y el otro riesgo es contar lo que ves. Sí, es un riesgo, un riesgo “natural”, porque cuando uno toma una determinación y la pone por escrito, adquiere un compromiso impresionante.
P. Cada día más, sin duda. Te comento algunas impresiones que me ha dejado la lectura de Un golpe de vida. Cuando uno empieza a leer tu libro, piensa, “me van a dar la novela de un jubilado”: “Yo ya estuve aquí, voy a contar lo que pasó…”. Pero enseguida uno se da cuenta de que realmente no es eso, de que es una novela muy viva, en la que su protagonista, que casualmente lleva tu mismo nombre, escribe sobre el acto en sí de intentar escribir el presente, mientras le asalta constantemente un pasado, sin el que es imposible entender por qué, a estas alturas de la vida, sigue empeñado en escribir este presente que se escapa.
R. Cuando empecé el libro trataba de contar —vagamente, era lo que yo quería— cómo el periodismo me había hecho ser humano, ser “humano”. El periodismo no es un género al que se le haya hecho justicia, probablemente, porque nosotros lo hemos desposeído de ese carácter humano que tiene: el periodismo es para contarle a la gente que encontraste a alguien y está en dificultades; el periodismo no es para atacar a la gente ni para hallarlos en falta, el periodismo es para encontrarla. La gran entrevista de Rudyard Kipling a Mark Twain se produce porque Kipling quería encontrar a Mark Twain y contar cómo era. El famoso encuentro de Livingstone es porque está perdido y lo están buscando. El gran reportaje de García Márquez lo hace porque está buscando quién es el náufrago, contando su historia para entenderlo. La mayor parte de las grandes historias lo son de un encuentro con alguien, El viejo y el mar es un encuentro, el del viejo pescador con un escualo impresionante… Entonces… Yo quería contar en Un golpe de vida cómo el periodismo me hizo a mí, porque yo no sabía leer cuando ya quería ser periodista, gracias a un periódico que llegó a mi casa. En el momento en que se cuenta la novela, 2015, muchos años después de aquel primer encuentro con un periódico, recibí una invitación para una estancia de escritor en un pueblo, fantástico, de Italia y, allí, me dije: “¿y yo de qué escribo?”. Y quise escribir de eso. En cierto modo, era placentero. Hay un momento en la vida, no sé si a ti te ha pasado, que da la impresión de que no puede pasar nada malo, está en orden todo, tu familia está bien, ya has tenido, digamos, los desastres naturales que forman parte de lo cotidiano, de manera natural han muerto tus padres, pero tienes un nieto, tienes una hija, a ella le va bien, tienes unos hermanos y todo va en orden y… de pronto, se desordena todo. Una hija tiene un percance, acto seguido la hermana tiene otro percance y todo ya se vuelve antinatural… En ese momento, yo me convertí en un cronista, si quieres literario, dentro de un universo que es como un mundo extranjero para mí.
De pronto, todo empieza romperse y yo voy contando, y eso lo mezclo con otras cosas que han ocurrido y lo mezclo también con otra cosa que en los últimos tiempos me ha abrumado mucho, dos cosas, en realidad, una es el estado del periodismo y la otra es el estado de la política. No porque yo considere que el periodismo muere, que no va a morir nunca, el periodismo existe desde el Espíritu Santo para acá. ¡Claro! Porque este va y da una noticia inesperada, la noticia más inesperada de la historia. Llega el Espíritu Santo y le dice a María: “Vas a tener un hijo que no es de tu marido ni de nadie con quien te hayas acostado, sino de Dios”… No me digas que no es una noticia insólita, es la noticia más insólita de la historia de la Humanidad. No, no estoy preocupado por la muerte del periodismo, ni mucho menos, porque no va a morir jamás, estoy preocupado por factores que inciden en la inseguridad del periodismo como instrumento de información.
P. Pero eso tiene su lado bueno. Es por lo que te decía que tu libro me parece una novela. Hasta ahora hemos trabajado siempre con el concepto de novela y el ámbito de la ficción, pero es desde el periodismo narrativo desde el que se está renovando la forma de contar el mundo. Efectivamente, el periodismo informativo serio, en la época de las redes sociales, en la época de la posverdad, está un poco como contra las cuerdas y hay un descrédito de la información periodística, una falta de fe en el periodismo como guía para la comprensión de la realidad social, pero, a cambio, se está contando el mundo de otra manera en el periodismo de largo aliento, en los relatos que no ficcionalizan a través de la creación imaginaria, sino a través de la manipulación de la realidad, con un ritmo narrativo determinado y una estructura que construye personajes. Es el caso de Un golpe de vida, donde creas un personaje doblándote a ti mismo. Esta incursión tuya no es la primera en la mezcla de técnica literaria y mirada del periodista sobre la realidad. ¿También tú ves esta como una de las posibilidades del periodismo contemporáneo?Un golpe de vida
R. Yo pienso que el periodismo siempre fue narrativo. El periodismo tiene una voluntad que no se puede torcer y es el sustento de la información. Si tú no tienes esa información y cuentas lo que pasa ahora por ahí, probablemente estás haciendo paisaje. Pero si tú quieres darle un contenido a tu relación con este hotel y este entorno, tienes que hablar con la gente y esa gente te dará información de cualquier género. Otra cosa es que hagas un poema o un relato, el periodismo siempre tendrá un sustrato informativo, también el periodismo narrativo. Es decir, las cosas que cuenta Pla o las cosas que cuenta Max Aub de su viaje por España, lo que cuenta sobre los años de París Hemingway, todo eso es narrativo, pero tiene información, todo eso tiene un carácter periodístico. Lo que cuenta Albert Camus de su infancia, lo que le escucha decir a la madre, todo eso es, en cierto modo, periodismo informativo, lo que pasa es que tiene el aspecto de una crónica, de una narración, etc.
Yo, lo que encuentro a faltar hoy es la obligación de la información en los periodistas jóvenes, que se ponen a la máquina y hacen poemas. Y no es eso. Si yo quiero contar la historia de Carlos y su hija, yo tengo que hablar con Carlos y con su hija, tengo que ver su ambiente, tengo que saber que le compró el padre hoy, 22 de mayo, si ha ido al mercado; ellos viven solos en una determinada circunstancia, en una ciudad donde el padre es profesor y la hija es estudiante y tiene exámenes y el padre está preocupado por los exámenes y, además, no quiere que la hija se preocupe por los yogures, para eso los compra él… Yo quiero contar esa historia, pero para contar esa historia, yo no estoy aquí en la máquina de escribir, en este hotel, diciendo “voy a ver qué me invento yo de la vida de Carlos, ¿no?”
He estado ahora en Barcelona viendo a unos niños que están en dificultades, tienen enfermedades raras y están siendo acogidos por la Fundación del Barça para mejorar la calidad de vida en los años que desgraciadamente les queden y hoy he escrito en el As un artículo, que se llama “El partido de Pablo”, Pablo es uno de esos niños. Para poder contar eso yo tengo que ver a Pablo, ir con él al entrenamiento, estar con él desayunando en su casa, ver cómo son sus padres, cuál es la situación en la que viven… Después, puedo escribir una historia, estupenda o mediocre o lo que sea, pero… Termino: imagínate que yo soy un zapatero, alguien que hace zapatos y hago zapatos muy hermosos por arriba, pero no tienen suela; son muy bonitos, pero tú no puedes caminar por la calle con ellos. Pues así, el periodismo, hoy, parece indiferente a la existencia de las suelas, pero para mí son fundamentales.
P. Cierto, aunque en Un golpe de vida desarrollas un trabajo técnico sobre el material real de la historia que es muy diferente al de la crónica o el reportaje clásicos, como también de los libros de memorias al uso.
R. Sí, mira, hay una crónica que hace García Márquez en el año 55 en Ginebra, que va a cubrir para El Espectador de Bogotá el encuentro de Eisenhower con otros líderes mundiales, el primer ministro inglés Anthony Eden, el soviético [Nikolai A. Bulganin] y el francés [Edgar Faure]; durante tres horas, nadie sabe dónde está Eisenhower, entonces, García Márquez, que es un chiquillo, tiene 28 años, y ha sido enviado allí para que haga periodismo, se dice “si hoy no hay nada, ¿qué hago yo hoy?”. Así que empieza a indagar dónde ha estado Eisenhower esas tres horas y averigua que ha ido a comprar juguetes, porque antes los presidentes tenían nietos, y va a la juguetería y hace una cosa, que es extraordinaria y que luego haría otra vez en Crónica de una muerte anunciada y que, en cierto modo, también está en La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, el tipo va y se pone a escribir lo que ha pasado y dice algo así como: “Seguramente ustedes se preguntarán qué hacía el presidente Eisenhower tres horas allí y por qué fue a comprar juguetes para…”. Desde el principio te dice qué pasó y qué compró, tú empiezas a leer y, luego, hay un momento determinado en que te olvidas de que ya lo contó y estás deseando llegar al final para ver qué compró. ¡Eso es maravilloso! Ha convertido un elemento periodístico en algo extraordinario, en un juguete narrativo maravilloso y ¿qué ocurre?, que los periódicos eran así, que los periódicos ya eran así.
Lees una crónica en el New Yorker de Alma Guillermoprieto sobre la muerte de Javier Valdés, un periodista mexicano —ella es una periodista mexicana, aunque escribe en inglés—, empiezas a leer y tú dices, “¿yo por qué estoy leyendo este tocho?”, porque ella ha querido que tú lo leas. ¿Cómo? Te voy a contar la historia del nuevo primer ministro de Francia, el Financial Times publica el sábado-domingo un perfil sobre ese señor, Florian Philippot [por entonces nacionalista que apoyó la candidatura a la presidencia de Francia de Jean-Pierre Chevènement, luego dirigente del Front Nacional de Marinne Le Pen, que abandonó en 2017 para fundar su propio partido, el antieuropeísta y derechista Les Patriotes] y yo estoy leyendo esa historia y, en un momento determinado, la corto y la guardo, no solo eso, sino que la leí entera. Empezaba diciendo que un día, en el año no sé qué, el tipo, ese tipo, que tenía entonces 30 años, para a Sarkozy y le dice que ni de coña sube al estrado en un mitin de Fillon o de no sé quién, porque se va a robar el show, porque Sarkozy iba de…, no había sido ni primer ministro ni nada, y le da un golpe de boxeador, este tipo luego se hizo boxeador, Philippot. Entonces, tú empiezas a leer aquello y dices “¡coño, qué trabajo más bien hecho!”, seguramente tiene cuatro datos, pero los tiene que buscar y tiene que preguntar y después ponerse a escribir. ¿Qué ocurre? Que yo hoy he leído todas las crónicas, todas las crónicas informativas, de la diatriba entre Susana Díaz y Pedro Sánchez y todas son iguales, todas, porque en España se interrumpió la tradición de contar para informar.
P. ¿Eso no tiene que ver con la precariedad en la que vive el periodista español?
R. No. ¿Hoy te ha dicho a ti infoLibre, “hazlo mal”? ¿No, verdad? A ningún periodista le dicen “hazlo mal”.
P. Entonces, ¿cuál crees tú que es la causa?
R. La lectura, la lectura. La lectura convierte a un periodista en un excelente periodista.
P. La lectura convierte al que sea en excelente en lo que sea de lo que se ocupe, sin duda. Y es verdad que en las facultades de periodismo hay ahora muchos estudiantes que no leen, a veces ni siquiera periódicos con asiduidad.
R. Un carnicero, tú vas a la carnicería y el tipo dice: “acabo de comprarme el último libro en el que el protagonista es un carnicero, porque quiero ver cómo la literatura ha contado el alma de un carnicero”. Y tú has pasado por allí, porque vas siempre al mercado y tal, no sé qué, pero a este sitio nunca habías entrado, y el tipo se ha enterado de que tú eres del mundo de la literatura y te cuenta su relación con la literatura de carniceros. ¡Cómo! Y empiezas a comprar allí. Ahora, si tú llegas y te encuentras con una señora que escribe el perfil del primer ministro francés, que es la jefa del buró parisino del Financial Times y te encuentras con eso, la próxima vas a mirar a ver qué es lo que cuenta. Ella no rompe ninguna de las técnicas del periodismo, está haciendo periodismo, ahora bien, lo que no es periodismo es la opinión.
P. Naturalmente, eso es un género híbrido.
R. Me alegro de que lo digas, procura decirlo por ahí, que la gente lo sepa. Ni los que se sientan en las tertulias esas son periodistas, al menos en esos momentos no son periodistas.
P. En ese momento son “gente hablando”, más o menos informada, más o menos enterada, nada más. Pero volviendo a tu novela, en ella tú dices, con una frase de Neruda, que el destino del hombre es amar y despedirse. Efectivamente, a mí me daba la impresión mientras leía Un golpe de vida de que la voz narrativa que cuenta el relato se está despidiendo de algo, pero que, al final, no se despide de nada, sigue ahí bregando, entregada en amor al periodismo.Un golpe de vida
R. Bueno, porque yo siempre… Hoy yo le decía a un compañero de estudios, me parece que en Radio Nacional: “Yo conocí muy tarde el fin de una vida, las consecuencias del fin de la vida”. Cuando yo era niño, mis padres me ocultaban las muertes. La primera vez que vi a una persona muerta fue a mi hermana recientemente, y la verdad es que hubiera querido siempre recordarla viva y de vez en cuando me viene su imagen, ¿no? Y yo, la verdad, es que en ese libro, lo que quería contar es esa impresión que yo tuve cuando me dijeron “te jubilas” y cómo aquella mañana, o aquel mediodía, yo firmé los papeles de… Luego me dejaron jubilado activo, ¿no? Y oye, ¡es una sensación…! Carlos, es como un paréntesis, como un corchete, vas viviendo dentro de un corchete, teniendo miedo de que el corchete se mueva más p'acá, ¿no? Y tú esperas extenderlo. Entonces, yo nunca he podido acostumbrarme a la presencia de las despedidas, nunca y, sin embargo, mira, me he tenido que acostumbrar.
P. ¿Y puede ser una despedida, con una nostalgia dolorida, a una imagen del pasado que tuvimos y perdimos? Ahí es donde veo más duro este libro, en tus reflexiones sobre Cuba, sobre Nicaragua…
R. Sí, eso sí que me duele mucho.
P. El sueño de la revolución, de la que ya no queda nada. Se notan muy amargos esos capítulos.
R. Te voy a decir por qué, porque el problema no es la ideología, sino las personas. Eliseo Alberto fue a Angola, fue soldado, el padre nunca le hizo un feo a la Revolución y un día le dicen: “Tienes que escribir un informe contra tu padre”. ¡¿Y eso?! En Nicaragua estuve hace poco, hace un año y pico, con García Montero, y eso no es lo que yo soñaba, lo de Cuba no es lo que yo soñaba, lo de Venezuela es un desastre…. Bueno, ¿entonces, qué ocurre? Que yo cuando escribo sobre todo esto, escribo de las personas. Hoy me decían: “Tú te metes mucho con Podemos”. Yo no tengo absolutamente nada contra Podemos, no tengo absolutamente nada contra las ideas sociales de Podemos, yo quiero lo mejor para la gente de mi clase, que ha sufrido tanto en este país y a la que le ha sido tan difícil salir adelante. Contra lo que yo estoy es contra el modo de decirlo. Yo creo que no es imprescindible la falta de respeto para exigir en la sociedad un comportamiento justo, yo creo que no es imprescindible la falta de respeto. Sobre todo, le reprocho a Pablo Iglesias que, teniendo ideas tan buenas, las arroje contra…
P. Es algo general la falta de respeto, parece que en esta sociedad la educación se ha perdido perdiendo en los últimos tiempos… Y de vez en cuando, por ejemplo, el portavoz del PP se cubre de gloria.
R. Pero es que yo no comparo, yo de Rafael Hernando me espero lo que sea.
P. ¿No hubo un momento en que este país parecía otra cosa?
R. Pero la culpa es nuestra.
P. Parecía un país que, si no era culto, quería serlo… y de pronto, tanta zafiedad. ¿Ha habido un desencanto social de la idea de socialdemocracia de la gestión del PSOE y del centro que fue esta derecha revirada de hoy?
R. No, yo pienso… Mira, en el año 1989 hubo en España como 98 asesinatos de la ETA. El otro día dijo Pablo Iglesias en la Puerta del Sol que la moción de censura que se presenta ahora [se refiere a la que presentó Unidos Podemos contra el presidente Rajoy el 14 de junio de 2017] se hace en un momento más grave que aquella moción de censura que presentó Felipe González en el 80. Entonces había muertos por un tubo, además había intentos de golpe de Estado… ¿Cómo podemos decir que entonces no pasaba nada en España? Es ignorar la Transición y desde la ignorancia de la Transición se ha hecho parecer que la Transición fue un cambalache. Hubo cambalache, seguramente. De hecho, Caballero Bonald lo dice en la entrevista que le hizo Babelia el sábado [22 de mayo de 2017], sin duda que hubo cambalaches, pero, ¡oye!, hubo también cosas muy notables y muy importantes y hubo una ultraderecha armada y una ETA súper armada también. Así que yo creo que no se puede decir lo que uno quiera para justificar cualquier argumento, ¿no? Contra eso es contra lo que voy, yo no voy contra las ideologías de la izquierda, me siento una persona progresista, es más, siempre lo fui; no soy una persona afecta a ninguna idea conservadora, ni en religión, ni en economía, ni en educación, ni en cultura, pero sí defiendo que todo se pueda decir sin generar en el otro, o en el oído del otro, la dureza del insulto, aunque sea un rasguño; depende de cómo la gente lo reciba, será un rasguño o un insulto.
P. Tú ya sabes que vivimos en la sociedad del espectáculo y la retórica de la política hoy es la retórica del insulto…
R. …Y de las redes sociales.
P. Y de las redes sociales, sí. Hay una crispación retórica tremenda, por eso te decía que este parece otro país diferente, de aquel que quería ser culto a toda costa, donde se leía casi como un símbolo el diario El País, el periódico que subyace como uno de los elementos más importantes en la formación de la identidad del personaje de tu novela, que forma parte de ti… Aquel El País de los suplementos más modernos que nadie, con aquella Historia del cómic o aquella Historia del rock que se regalaba en fascículos con el periódico de los sábados. Hoy todo es espectáculo, si no se genera suceso no hay eco, ¿no?El PaísHistoria del cómicHistoria del rock
R. Si no te manifiestas en la calle, no sale en la prensa… Pero, ¿sabes qué ocurre? Que no podemos hacer las cosas solo para ser notorios o para ser notados. Tenemos que hacer las cosas también para convencernos a nosotros mismos de que quizá en el sosiego está también el mensaje. O sea, ¿por qué tenemos que estar siempre gritando en las tertulias para decir las cosas que debemos decir? No es imprescindible, y yo me he educado en una sociedad ruidosa, yo mismo he sido muy ruidoso, y en un momento determinado recibí una enseñanza que no puedo olvidar, y fue de mi hija, cuando tenía once años: yo venía del periódico y entonces era no un revolucionario, pero sí un revoltoso: “¡…Porque este es un idiota!”, “¡aquel es un imbécil!”, siempre estaba repartiendo parabienes, ¿no?. Y un día me dijo mi hija, seguramente no me quería dar ninguna lección, sino que me hizo una pregunta genuina, me dijo: “¿Papá, y si tú fueras como ellos? A lo mejor tú eres como ellos”. Y desde entonces yo puse en marcha una gimnasia, porque eso no se consigue solo decidiéndolo, “¡y ahora voy a ser bueno!”, hay que obligarse cada día. Hay una frase de Emilio Lledó, que la dijo en clase, cuando yo era un joven universitario, cuando tenía 16 o 17 años, que decía: “Dentro de todo sí hay un pequeño no, y dentro de cada no hay un pequeño sí”. Y hay otra frase, que esa la subrayé más tarde, de Albert Camus, que dice: “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento”. Para mí esas dos frases encierran una manera de entender la relación con lo que dice el otro.
P. ¿Y es el periodismo una forma de proyección de ese respeto al otro?
R. Las bases del periodismo sí lo son. Hay un libro que se titula Los elementos del periodismo, de Bill Kobach y Tom Rosenstiel, que afirma que los elementos del periodismo son nueve, pero te diré uno de ellos que me parece muy importante y generalmente no se nombra: la relevancia. Muchas veces sacamos cosas que no son relevantes como si fueran la hostia en vinagre y no son nada. Es decir, y ¿por qué me cuenta usted esto ahora? Isabel Preysler tiene 22 años y van los periódicos y… “¡Tiene 22 años!”, “¡Tiene 22 años!”… ¿Y? ¿Qué me quiere decir? ¿Qué me importa eso? Pero termina pareciendo relevante. Eso lo trasladas al mundo de la política y es lo mismo.
P. Entiendo, sí, Pena de Oliveira, el periodista brasileño, decía en su Teoría del periodismo, que el periodismo debe ser un servicio público, pero que esto solo se consigue cuando las noticias de un periódico se conectan para dar una explicación coherente de la actualidad. Generalmente se publican grandes cantidades de noticias unas al lado de las otras, que no tienen nada que ver, muchas de ellas irrelevantes, por supuesto, y acabamos sobreinformados, pero completamente perplejos: no entendemos qué es lo que está pasando en realidad, pues lo que se nos queda es la imagen de un mundo descoyuntado.Teoría del periodismo
R. Yo, en un tiempo, subrayaba informaciones de reputados periodistas que, en cada párrafo, decían esta secuencia: “según fuentes bien informadas”, “según fuentes gubernamentales”, “según fuentes del periodista”, “según fuentes del sector”… Juan Carlos Onetti, tiene un artículo muy divertido que se llama “El señor Fuentes”, en él decía que se utiliza tanto al señor Fuentes que había que ponerlo en nómina, y es así… ¡Tú no sabes quiénes son las fuentes! ¡Ni siquiera por proximidad!
P. Ni siquiera si hay fuentes.
R. Exactamente, y es probable que no las haya, ¿no?
P. ¿Y qué piensas de todo esto de la posverdad, en relación con el periodismo que hacemos hoy, en la sociedad del espectáculo, donde la verdad es algo “sí, pero no”, hoy sí, pero quizá mañana ya no, con toda esa urgencia que arrastra el periodista?
R. Te voy a contar una cosa que fue muy notoria. Cuando el tema de los papeles de Panamá, se sacó que Almodóvar estaba en ellos. Almodóvar, de inmediato, salió y dijo que sí, que él, en el año 93, cuando sus películas empezaron a tener mucha trascendencia, recibió un consejo de un asesor fiscal: “Conviene que tengas una cuenta en América, porque allí te pueden ingresar lo que sea”. Y para abrirla, nunca la usó, pero para abrirla puso 3.000 dólares y al cabo de unos meses la cerró, él nunca la usó. Si tú buscas en Google “Almodóvar, papeles de Panamá” ahí está, en primer lugar; tú buscas en Google y todo aquello que es basura estará en el primer lugar. Eso es posverdad, y ¿quiénes difundimos eso? Los periodistas, los periodistas, no voy a hacer distingos, los periodistas. La mayor parte de las cosas que le pasan al periodismo no son culpa ni de las empresas, ni de los políticos, son culpa de los periodistas. Mira, acaba de salir un libro que yo recomiendo muchísimo a los periodistas y a los que estudian periodismo, se titula Sobre la tiranía, y el autor es Timothy Snyder, que es un discípulo de Tony Judt y que ha puesto ejemplos de lo que ha pasado en el siglo XX, por ejemplo en la época de Hitler, en la época de Stalin, etc., y lo que pasa ahora, en la época de Trump, y da unos consejos para que los periodistas y los ciudadanos estemos alerta contra la mentira. Una de las cosas que dice es alejémonos de Twitter y de las redes sociales, alejémonos del lugar común, acerquémonos a la lectura. Es un libro, de 150 páginas, que a mí me ha ayudado a entender mi propio libro, Un golpe de vida.
P. Ya hay comunidades de jóvenes que viven fuera de las redes, pero las redes son imparables y si el periodista se sale fuera y deja en las manos de cualquiera la difusión de noticias, no sé qué pasará. Otro caso es el de Michael Moore y su documental sobre los crímenes de la escuela Columbine, que fue acusado de sensacionalista y morboso, pero se defendía diciendo que él había creado un debate en Estados Unidos sobre la tenencia de armas y que si hubiera escrito un reportaje clásico o un ensayo, nadie le habría tomado en serio, que solo empleaba el discurso dominante para poder llegar a la opinión pública.
R. No lo sé, yo creo que el libro de Timothy Snyder es mucho más revolucionario. Lo que tendría que hacer Michael Moore es leer el libro de Timothy Snyder y recomendarlo, eso sí sería revolucionario, pero hacer escándalo para llamar la atención… En España se está haciendo mucho: entrevistas agresivas para conseguir que la gente reaccione de alguna manera… Y yo creo que no, yo creo que el periodismo tiene que ser un espectáculo íntimo, tú tienes que leer un texto y decir: “¡Caramba, cuánta información hay aquí!, ¡qué interesante y qué relevante!”. Esa es mi opinión.
P. Totalmente de acuerdo. Y tu libro, Un golpe de vida, trata de eso, ¿no?, de la construcción de tu propia identidad como periodista.Un golpe de vida,
R. Sí, pero es que yo soy un periodista solo.
P. Pero sin el periodismo tú no te reconocerías a ti mismo. Uno se queda, al terminar Un golpe de vida, con la impresión de que tu personalidad, o la del personaje que lleva tu nombre en el libro, se ha construido desde la mirada del periodista, que hasta gran parte de su o tu vida privada depende de la mirada del periodista, porque para ti el periodismo es mucho más que un oficio. Un golpe de vida
R. Creo que nadie lo ha visto mejor que tú, ni yo mismo me he dado cuenta de eso, pero quizá eso es lo que yo quise hacer. Mi vida privada está manchada, contaminada por el periodismo, pero eso no es peyorativo; como decía Carlos Fuentes, La Mancha mancha al Quijote, pero lo mancha para siempre, es una tinta indeleble en la obra y para mí el periodismo es una mancha, como mis arrugas.
P. No lo decía en sentido peyorativo, antes al contrario: aunque repites muchas veces en Un golpe de vida, el oficio, el oficio… para tu personaje, para ti, es mucho más que un oficio, es una forma de entender el mundo.Un golpe de vida
R. Cierto.
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Y así, sin discutir, pero charlando con un par de cafés en aquel salón impersonal de un hotel sevillano, aprendí, aquella tarde de mayo de 2017, que elegir “ser periodista” (así, como esencia, pero sin darse demasiada importancia, sabiéndolo desde la primera noticia publicada) significa tomar una opción ética ante la vida. No parece que exista una ética natural como las florecillas del campo, es verdad: podremos discutir sus límites, la ideología que la conforma en cada caso, pero “ser periodista”, no solo ejercer de ello, es mucho más que desempeñar una profesión. Aprendí que quien lleva el periodismo en las venas lo siente por encima de las contingencias que condicionan su vida de hombre o de mujer, lo siente así a cada minuto y eso merece la pena… También hoy.
*Carlos Serrato es escritor y profesor de Literatura.Carlos Serrato