Plaza Pública
¿De qué cultura hablamos?
Se acaba de aprobar por unanimidad, en el Congreso de los Diputados, el Estatuto del Artista, algo insólito en nuestro país, no solo por lo que supone de dignificar y regular un sector casi siempre denostado, sino por ser de las pocas cuestiones que ha conseguido, por fin, la unanimidad de todas las fuerzas políticas.
Por ello, por seguir insistiendo en la importancia de la cultura en nuestras vidas y más en la situación actual, me permito incidir en otras cuestiones, a ver si con el arranque cultural que hemos tenido a raíz del cambio de Gobierno se puede reflexionar algo más y contribuimos a enfocar mejor todas las actividades culturales.
En el año 1974, una declaración del Consejo Europeo de Cooperación Cultural, organismo que existía antes de crearse la Unión Europea, instaba a los países de este continente a que dieran competencias a las corporaciones locales en materia de cultura y que se hablara de forma explícita de la importancia de la democratización cultural. Dos ejes sobre los que se han desarrollado las políticas culturales europeas: unas corporaciones locales con competencias en esta materia –porque hasta entonces estaban básicamente en manos del Estado– y, por otro lado, la necesidad de democratizar la cultura. ¿Qué había pasado para que se viera la importancia de esto? Ni más ni menos que seis años desde el Mayo del 68, cuyo cincuenta aniversario se celebra ahora, y la lectura que pudieron hacer los gobiernos de las revueltas que sacudieron los cimientos del sistema.
Desde entonces ha habido muchas más declaraciones de políticas culturales –Declaración de Bremen, Declaración de México…–, y también para plantear la necesidad de profesionalizar a las personas dedicadas a este trabajo. Por poner un ejemplo, en Francia, para dirigir un centro cultural, quien opte al cargo ha de ser licenciado en una carrera específica universitaria, la de gestión cultural, que existe como tal. Años luz aun de lo que aquí tenemos, lo que no es de extrañar, pues cuando en Europa los gobiernos intentaban integrar aquel movimiento del 68 y se desarrollaban para ello toda una serie de ejes culturales, nosotros estábamos todavía en una etapa oscura y tenebrosa, intentando sacar cabeza y aprendiendo qué era eso de la democracia.
Demos ahora un salto. Pongámonos en el momento actual, tras el 15M y con más de treinta años de experiencia democrática, con desarrollos culturales, unos acertados y otros inapropiados, pero suficientes como para reflexionar y sacar conclusiones, aprender de los errores, rectificarlos y consolidar las buenas iniciativas. Ha llovido desde entonces y, en resumidas cuentas:
Se han potenciado fiestas populares en todos los lugares de España para uso y disfrute de los ciudadanos –democratización cultural–, con predominancia de lo gratuito que, si en un primer momento fue necesario para crear y fomentar hábito, después debería haberse rectificado. Muchos nos dimos cuenta de que si se quiere cultura libre, hay que pagarla. No hay Estado que financie y subvencione algo que vaya contra él y, caso de ser comprada, la cultura pierde así su papel básico: hacer de tábano, de aguijón contra el poder. Y como decía hace poco el sociólogo Richard Sennet en una entrevista al diario el País: "Lo gratuito conlleva siempre una forma de dominación".
Durante todo este tiempo también hemos contemplado cómo las Concejalías de Cultura de los Ayuntamientos se convertían en Concejalías de Festejos y cómo, en caso de existir dos, esta última tenía mucho más presupuesto que la primera. Las fiestas daban votos y se trataba de contratar al grupo de mayor difusión, de más movida o impacto, fuera nacional o internacional, aunque se pagaran cachés astronómicos y se creara así una burbuja artificial en los precios.
En estos años, también se ha gestionado el patrimonio cultural público y la ciudadanía accede más que nunca a ello. Se han potenciado exposiciones, muestras, encuentros y proyecciones de creadores, ya sea en música, pintura, literatura, teatro, danza –fomento de la creación artística–, con más o menos acierto. Corresponde a cada sector analizarlo.
También se han construido centros culturales, aunque sin una formación específica sobre sus gestores, lo que ha producido que muchas veces éstos se hayan convertido en academias baratas de cursos para tercera edad o niños, o lugares de encuentro para jugar a las cartas, más que auténticos dinamizadores culturales del entorno. Muchos de estos centros, sobre todo en los barrios, las zonas más necesitadas, se abren durante el día y se cierran por la noche y los fines de semana, justo cuando el ciudadano tiene tiempo libre para consumir eventos de tipo cultural. Y seguimos sin una especialización cultural efectiva. Los buenos gestores culturales, que los hay, lo han sido a base de experiencias propias, de prueba y error, de aprender de otros y mantener orejas abiertas, aunque chocando muchas veces con otros intereses.
Esto es solo un apunte de lo que se debería analizar con la experiencia que hemos acumulado desde la Transición, no solo a nivel de Ministerio de Cultura, sino también en los Ayuntamientos. En Madrid, la movida madrileña ha solapado lo que yo prefiero llamar como la etapa Tierno, porque en aquellos años los que trabajamos en el Ayuntamiento de la capital aprendimos muchas cosas a fuerza de oficio, encuentros nacionales e internacionales y congresos culturales, a base de aciertos y errores, teniendo unos como referencia Francia, otros la Italia de principios de los 80 con la izquierda dominando regiones enteras, y en todos los casos aprendiendo de experiencias europeas que aún nos venían grandes. No hay que olvidar que veníamos de una dictadura que había defenestrado todo tipo de cultura crítica, todo lo que no fuera cultura del régimen, pero no es menos cierto que el franquismo se basó en una tradición que arrancaba de mucho más atrás, contra la que intentó luchar la Institución Libre de Enseñanza y la República. Solo España ha sido capaz de acuñar el concepto de los Cómicos de la legua.Cómicos de la legua Esos cómicos presentes en el Quijote, que van por asendereados caminos, y que tenían la obligación de dormir a una legua de donde actuaban porque se consideraba que para divertir estaban bien, pero sus costumbres podrían perjudicar a la población. En definitiva, eran poco menos que bufones indeseables. Solo hay que recordar Viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán GómezViaje a ninguna parte, para intuir de lo que estoy hablando.
Quizá el nuevo Gobierno aborde todos estos temas, nuestra tradición, las políticas culturales desarrolladas, los aciertos y los errores, con un laboratorio de políticas culturales que reoriente toda la actividad cultural, recoja experiencias y deseche grano de paja.
Carta abierta al ministro de Cultura
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Según el diccionario de la RAE, las acepciones de la palabra cultura son las siguientes: Resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del hombre. En su otra acepción: conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social. Y, la tercera, cultura popular: conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo.
Sabemos o deberíamos saber que la cultura es algo más que la creación artística. Así que, cuando se habla de democratizar la cultura ¿a qué podemos referirnos? Porque la cultura es algo cambiante y de una generación a otra varían los hábitos, las costumbres, las tolerancias y las intolerancias. Bastó una consigna difundida por las calles, No hay pan para tanto chorizoNo hay pan para tanto chorizo, para que el hartazgo ante la corrupción política ocupara el primer plano en la vida social del país. Había habido un cambio en la percepción social, un cambio en las costumbres. Es sólo un ejemplo ilustrativo de lo que quiero decir. Lo mismo que los gobiernos europeos fueron capaces de recoger parte del guante del mayo del 68, se debería recoger ahora que la cultura es sobre todo un concepto horizontal y transversal, que atraviesa todas las facetas de la vida cotidiana. Es algo más que el Patrimonio, el arte, la literatura, la música, la danza, la pintura, el teatro, el cine y demás manifestaciones artísticas. Hablemos de la cultura democrática, de la que estamos tan escasos. Solo falta mirar cómo los gruposfascistas y parafascistas pueden cantar impunemente el Cara al Sol en el Valle de los Caídos y alabar al dictador sin ningún castigo, mientras que raperos, actores o titiriteros –los cómicos de la legua actuales– pueden ser encarcelados por su libertad de expresión, confundido todo ello como delito de odio. Si concretamos más ese concepto amplio, veremos que podemos hablar de una cultura social, de las costumbres, de una cultura solidaria, la cultura ecológica y del medio ambiente, la cultura de las nuevas formas de relaciones sociales, la cultura laica para un Estado laico, la cultura de la igualdad, y también de la cultura del feminismo, la cultura de la paz y de los tan cacareados derechos humanos; cultura de base y no solo de élite, cultura de ciudadanos y no de súbditos. En definitiva, la cultura de la que hablo es un eje transversal que recorre todas las manifestaciones de nuestra vida. Cultura en su más amplio sentido, en el sentido de recoger avances sociales que nos consoliden como nación más justa.
Hay medidas pendientes en este país que el Gobierno debe de adoptar para recuperar parte de lo que hemos perdido en los años anteriores: bajar el IVA cultural, imponer cuotas de música nacional en radios y televisión; garantizar programas culturales de calidad en RTVE; realizar campañas de fomento a la lectura, introducir en los colegios públicos las enseñanzas artísticas –hay suficientes experiencias para poder realizarlo–. Todas ellas son muy importantes pero necesitamos no confundir cultura solo con arte, y mucho menos confundir cultura con espectáculo. Las palabras tienen su significado y cada una de ellas define un contenido diferente. Necesitamos no solo una cultura elitista, sino sobre todo una cultura transversal de todos y para todos, de consolidar al máximo esas corrientes democráticas y culturales, de nuevas costumbres y convivencia, que se han ido apuntando en la sociedad. Y quizá sean los ayuntamientos los más idóneos para desarrollar este concepto de cultura democrática, por ser la parte de la administración pública más cercana a la gente. Yo desde luego, haría de ello un caballo de batalla electoral. Las elecciones municipales están a la vuelta de la esquina.