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Mujeres, Ejército y vocación

Cuando voy conduciendo por la ciudad y está cerca la hora en la que dan comienzo las clases en los colegios, me gusta ver y sentir la vida que me rodea. Niños y niñas cruzan pasos de cebra, con sus mochilas a cuestas o arrastradas por ruedas, de la mano de sus madres y algunos de sus padres, otros solos, mientras policías locales nos dan el alto porque es la hora de “nuestros peques” y tienen preferencia. Me encanta verles las caras, cómo sonríen unas, cómo van pensativos otros, cómo caminan rápido o corren para entrar en los centros educativos, su trabajo, cómo miran a izquierda y derecha antes de cruzar, aunque estemos parados, y cómo sueñan despiertos. Me gusta contemplar esta estampa de vida, en su poder está el futuro, en el nuestro su presente y me parece magia. Pasadas las nueve, las calles nos pertenecen, son de los adultos y ya no es lo mismo… meto primera y me gusta ponerme a pensar y pensar… a veces llego a alguna parte y ese pensamiento lo plasmo para compartirlo, como ahora, con ustedes.

En el mundo habitamos seres humanos, hombres y mujeres al cincuenta por ciento más o menos. Venimos iguales, pero vivimos diferente. Sé que la explicación científica y sociológica es que las diferencias son culturales y no biológicas en cuanto a la forma en la que nos relacionamos. Está claro que la biología nos diferencia como hombres y mujeres, pero ella no discrimina por razón de sexo, lo hacemos las personas culturalmente reproduciendo estereotipos sexistas: los hombres son fuertes, las mujeres débiles, los hombres no lloran, las mujeres sí, a los hombres pertenece lo público, a las mujeres criar y cuidar de los demás y un listado de grandes mitos que la lucha feminista desterrará porque empezó para ganar y cambiar la cultura. Sí, lo que es cultural puede cambiarse y por eso hay esperanza, aunque haya mucha resistencia.

Los niños de hoy serán los hombres de mañana y se dedicarán a lo privado como lo han estado haciendo las mujeres a lo largo de la historia, y las niñas de hoy serán las mujeres de mañana y se dedicarán a las cosas que han sido cosa de los hombres y, en fin, en eso estoy con mis pensamientos, que los niños y niñas de hoy serán mañana lo que ellos libremente decidan, lo que ellos quieran, no lo que culturalmente se haya establecido para ellos y ellas.

El pensamiento vuela y me lleva a recordar que, hace unos años, cayó en mis manos un estudio sobre la construcción de la vocación científica del personal becario como atributo masculino. Aquel estudio y sus conclusiones quedaron en mi mente guardados y ahora las conexiones sinápticas y la capacidad relacional están cumpliendo su función: aparecer en mi mente de mujer feminista militar.

¿Qué tiene que ver esto con los niños y las niñas? ¿Con qué lo estoy relacionando? ¿Por qué mi cerebro está en estado de ebullición?

La formación de la vocación. ¡Eureka! Es eso, tiene que serlo.

¿Cómo se forma la vocación de una profesión en un hombre y en una mujer? Así que cuando llego a casa rescato aquel estudio que se expuso en el I congreso Internacional sobre Género, Trabajo y Economía Informal, en Elche en 2008, y lo repaso.

La teoría, la ley, nos dice que hombres y mujeres somos iguales en derechos, oportunidades y trato. La Ley de Igualdad de 2007 nos recuerda que la Igualdad no es real ni efectiva y que debemos dar pasos en la dirección de la no discriminación, en este caso, por razón de sexo. Pero aquí estamos, el Ejército sigue siendo cosas de hombres en número y en decisiones. El estudio hablaba de lo siguiente respecto de la vocación científica (algo que ha pertenecido a los hombres por lo general, ¿verdad?) y yo lo he relacionado con el ámbito militar, otro ámbito tradicional y actualmente cosa de hombres.

La vocación es un estado mental. Es algo subjetivo que hay que considerar al mismo tiempo con las acciones en las que se apoya y el estudio que recordé determinaba la idea de vocación como una tendencia inexplicable, prefijada e inmutable a determinada actividad (profesional). Difumina y oscurece el verdadero papel de la persona y la estructura social. Existen procesos estructuralmente condicionados en los que los sujetos dan forma a sus deseos. El deseo de “ser militar” en este caso se va formando gracias a experiencias satisfactorias. Los y las jóvenes llegan o no a tener esta vocación en función de sus experiencias en los primeros contactos con el mundo militar. Y como existe una desigualdad estructural entre hombres y mujeres, las actividades en las que unos y otras obtienen satisfacción y la evidencia de su propia valía son distintas, de modo que se produce una diferencia de género en el tipo de “llamada vocacional que reciben unos y otras”.

Si hiciéramos entrevistas relacionadas con las expectativas y planes de futuro, ¿qué pasaría entre los y las militares? Esto pasó respecto a los becarios y becarias en investigación cuando en el estudio les pidieron “dar consejos”: los becarios hombres hablaban de sí mismos, de resistencia, de pelea, de conocer las dificultades, de no desanimarse y de que las posibilidades de éxito dependen de su propio esfuerzo en una “etapa bonita de la vida”. Las becarias decían que no querían desanimarse, pero la idea es que ser becaria conllevaba un esfuerzo condicional.

Sus consejos eran menos entusiastas. La voluntad de permanencia era menos generalizada. ¿Encontraríamos estos resultados en lo militar?

Quizá, en el diseño de políticas de igualdad efectivas habría que centrarse en que el mundo militar es un mundo hostil hacia las mujeres, pero tal vez sea más productivo explicar las causas de la formación en determinados estados mentales, en la construcción de la vocación militar. ¿Cuáles son las causas de la vocación? ¿Cómo actúan los mecanismos que explican la construcción de la vocación? Es decir, ¿cómo actúan la privación relativa, los costes de la incertidumbre, las experiencias y estereotipos, las preferencias adaptativas y la profecía autocumplida?

La privación relativa hace referencia a la formación de creencias relativas a las propias oportunidades de éxito de una organización, los niveles de satisfacción personal.

Los costes de la incertidumbre suponen otro mecanismo que explica cómo formamos la vocación. Puede que no sea el mismo para todos y todas. Pensemos en las condiciones en las que se ejerce la maternidad que no favorecen su adecuada conciliación con la vida laboral. Pensemos en la menor implicación masculina en los planes de paternidad y cómo puede contribuir a que se considere menos costoso asumir un nuevo periodo de incertidumbre por una postergación de la estabilización en un puesto o un territorio.

Experiencias y estereotipos. Si el juicio del propio valor depende del contexto y este es predominantemente masculino, resulta más probable que las autoevaluaciones reflejen en cierta medida los sesgos y estereotipos culturales del entorno.

Preferencias adaptativas y profecía autocumplida es el mecanismo que explica cómo se rebaja la intensidad emocional del fracaso. Pensando en el futuro, las mujeres lidian con un deseo que tratan de reorientar o afirman no tener.

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Y todo esto voy pensando mientras vuelvo a conducir, mientras me hace el alto una policía local en un paso de peatones para que cruce la calle una niña que va al colegio, que todo en la vida es aprendizaje y que cuando una mujer se empodera, el mundo tiene más posibilidades de convertirse en un lugar más igual, con más oportunidades para esa niña que hoy puede encontrar en otras mujeres un espejo donde mirarse para formar su vocación profesional y donde, en el futuro, quizá ella rompa el techo de cristal que otras hoy aún no han logrado y se convierta en referencia para otras.

Coco Chanel dijo: "Una mujer debería ser dos cosas: quien y lo que ella quiera."

Ahora debemos hacer que sus palabras lleguen a todas las niñas para que sean quienes ellas quieran y lo que ellas quieran en verdadera libertad.

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