Muros sin Fronteras

Guerra mundial contra el mensajero

La internacional ultra comparte varios enemigos. El principal son los medios de comunicación hostiles, que suelen ser todos menos los fervientes. El canal de televisión favorito de Donald Trump es Fox News. Sirve de foco de agitación y propaganda informativa para la ultraderecha estadounidense. También es el principal alimento intelectual del presidente. Sus estrellas son iconos en un universo blanco, cristiano y cabreado. El más importante se llama Sean Hannity. Habla casi a diario con Trump. Esta interacción tóxica entre periodistas echados al monte y políticos se repite en otras latitudes. Aquí tenemos a Pablo Casado que copia el discurso matinal de Federico Jiménez Losantos.

En Brasil, el presidente electo Jair Bolsonaro dirige sus cañones contra la Folha de São Paulo, a la que no dará publicidad estatal ni institucional. El abuso de poder parece ya una forma consentida de corromper la democracia, que se basa en la igualdad de oportunidades.

En Italia, el vicepresidente que no es Salvini y del que apenas se habla se llama Luigi Di Maio. Es el líder del Movimiento 5 Estrellas, un conglomerado antitodo que pareció jugar por la izquierda y gobierna con la derecha xenófoba representada por la Liga Norte. Di Maio tiene una obsesión: el diario La Repubblica, uno de los más críticos. Lo que se busca es la pleitesía, el publirreportaje.

El objetivo del poder es desacreditar al mensajero, anular su prestigio y la validez de sus informaciones. Si todo es fake news, si la mayoría ya no sabe dónde informarse, el control de qué es verdad estaría asegurado. Hablamos del camino más corto hacia una dictadura. Las señales de peligro son claras y constantes.

La semana pasada escribí en InfoLibre un texto, titulado “El triunfo de los mediocres”. Trata de la influencia de Internet en este clima de desinformación masiva. Siempre que se escribe, o se dice, que las redes sociales son uno de los canales de distribución de basura, arrecian las críticas de los anarquistas digitales, que defienden un Internet libre de toda interferencia. Pero, ¿en qué mundo viven? Ya Internet es un queso gruyere interferido por servicios secretos, gobiernos, empresas de medio pelo, multinacionales, hackers y vaya usted a saber quién más.

Pero la neutralidad, o lo que quede de ella, es esencial. Internet no es un medio de comunicación en sí; es más bien un canal por el que fluye y distribuye todo tipo de información, sea noticiosa, publicitaria o propagandística, cierta o falsa. También sirve para la transmisión de noticias y opiniones alternativas. Es un espacio esencial de resistencia.

¿Cómo diferenciar lo falso de lo verdadero? ¿Cómo y con quién establecer una nueva forma de relación y confianza? Necesitamos un mediador que separe el trigo de la paja, que jerarquice el flujo de información masiva, lo contextualice para que lo podamos entender mejor y lo compruebe. Ese mediador debe estar sujeto a un código ético y disponer de las herramientas adecuadas.

Los periodistas hemos realizado este trabajo de intermediación desde hace tiempo. Si nos ponemos románticos podríamos decir que desde Herodoto; si somos más cautos, desde hace algo más de 200 años. Para que sea eficaz la mediación es esencial tener la confianza del receptor. Se llama credibilidad. Exige años de paciente construcción y se puede perder en un mal tuit.

La mudanza digital no cambia la esencia del trabajo: contar lo que pasa y por qué pasa. Solo cambia el formato, la vía de transmisión, y la gran revolución cultural que representa. The New York Times demuestra que se puede ganar dinero con la edición digital. Para conseguir que los lectores paguen por pinchar en la web antes hay que conseguir un periódico que merezca la pena leerse. Y en eso estamos.

Los periodistas tenemos mucha culpa de la situación en que se encuentra la profesión. No se puede culpar a Internet del hundimiento de las ventas y de la pérdida de credibilidad. Muchos periódicos dejaron de ser interesantes, pasaron de publicar noticias veraces a actuar de ariete ideológico de sus protectores, fueran gobiernos o empresas. Se quebró esa confianza. Hay excepciones y no es igual en todo el mundo. En los países emergentes, la prensa escrita goza de buena salud, las nuevas clases medias la demandan.

En España, el lector no suele buscar la verdad, los hechos. Quiere leer opinión, ideología militante. Se acude al encuentro de la información, sea en el kiosco o en Internet, con el único objetivo de refrendar el propio prejuicio. No estamos entrenados en aceptar opiniones diferentes, en aceptar la posibilidad de que el Otro tenga algo de razón. Vivimos instalados en una soberbia que termina por conducirnos a la estupidez colectiva. Es un terreno abonado para los ultras.

Si sacáramos un cuadro del museo del Prado, poco conocido, y lo colocáramos en un puesto callejero parecería una baratija. Si cogiéramos un cuadro callejero y lo colocáramos en el Prado pasaría a ser de manera automática una obra de arte. Es el escenario lo que da prestigio, lo que nos garantiza que ese cuadro es bueno, que te puedes parar delante de él y admirarlo.

Hemos perdido el escenario tradicional. La buena noticia es que se trata de una fase dentro de la gran revolución tecnológica, de la que estamos en los albores, falta aún la eclosión de la robótica. Hay que construir un nuevo escenario que genere credibilidad. Ya no sirve el de la época del fit to print,que podía proteger a los periódicos impresos más serios, ahora hay que ganárselo medio a medio, visita a visita.

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Esa batalla se libra en Internet y, en muchos casos, con éxito. Han surgido decenas, cientos o miles de medios digitales en todo el mundo capaces de realizar un buen periodismo, publicar noticias, tumbar gobiernos, estar en la noticia. Dos de los medios más presentes con sus periodistas en la caravana de los migrantes son digitales de prestigio: El Faro de El Salvador y Plaza Pública de Guatemala. Ser digital ya no es sinónimo de mala calidad. George Soros, el otro gran demonio de Trump y de la derecha retrograda en esta campaña electoral, es uno de los grandes impulsores de medios digitales en América Latina. Los hay de mucha calidad. Busquen Anfibia, una joya. O Etiqueta negra, por poner dos ejemplos.

La guerra contra las fake news, la xenofobia y el neofascismo ambiente se ganará en las redes. Además de basura, también fluye mucha libertad. Podemos construir un relato alternativo al dominante. Ese es el problema, de ahí proceden los ataques de Trump contra Google, Twitter y Facebook. Aquí, Jiménez Losantos sostiene que Netflix está dominado por la extrema izquierda.

Hemos pasado de una élite lectora que compraba periódicos a una democratización de la información gratuita. Esa es la trampa, el caballo de Troya. Los mediadores cobran sueldos y las herramientas para garantizar la información son caras. Si queremos saber qué pasa en Afganistán habrá que enviar a un periodista independiente que nos lo cuente. Los periodistas tenemos que ganarnos cada día la confianza del lector, oyente o televidente, no importa a través de qué canal informativo, sea un web o un móvil. La exigencia de calidad es la misma. El mecanismo de comprobación, también, sea en una noticia o en un tuit. Si no sabemos cuál es nuestro bando habrá poca esperanza. Nuestro bando es la honestidad.

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