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Democracia pixelada

Pedir el voto a la vaca

A los políticos habría que darles las gracias por cada lapsus (del latín ‘resbalar’) que sufren. Los hay de muchos tipos. Lingüísticos, gestuales, de acción. A veces, sus deslices verbales, sus impulsos espontáneos y traspiés en comunicación política revelan algo de su psicología. Nos dejan pistas de su manera de ver el mundo, de lo que saben pero reprimen, de cómo entienden su oficio.

Ha viralizado estos días el vídeo de Moreno Bonilla, candidato del PP a la Junta de Andalucía, pidiendo el voto a una vaca estabulada. Algún comentarista de derechas trataba de apañarlo diciendo que ahí se ve la alta estima que el PP tiene por la ganadería española. Desde la izquierda en cambio señalan que la escena ilustra el desprecio que los Populares sienten hacia el populacho: puestos a pedir votos en cadena, no distinguen entre la vaca y el trabajador que la ordeña. En realidad no hay contradicción, son interpretaciones compatibles. Se puede tener estima por la industria ganadera como sector de mercado al tiempo que se considera al votante andaluz bajo forma animalesca, e inconscientemente se homologan ganadero y vaca cuando toca gastar suela de zapato para comerle la oreja al respetable en periodo de campaña.

Mientras reímos y comentamos el meme, el candidato Moreno tiene lo que buscaba, su foto a pie de establo, su imagen vinculada al sector agrario en todos los telediarios, saltando de tuit en tuit, de teléfono en teléfono. Son las alcachofas de Rajoy, la peineta de Cospedal, o el arado de Pablo Casado. Pero el periodismo y la izquierda urbanita no aprenden. Todo lo que huela a rural les suena paleto, sucio, viejuno, sin glamour, irrisorio. Identidades vetustas que jamás lo petarían en Instagram. Pero esos memes viralizan, el supuesto humillado les hace una de judo, y nos la vuelve a colar, Bolsonaro style.

Jugada calculada o lapsus, es cierto que el candidato seguramente no hubiera pedido al cuadrúpedo otro tipo de tarea o compromiso cívico distinto al voto, ese objeto de valor supremo que el pueblo llano posee y las élites políticas necesitan. Pedir el voto a la vaca evidencia la relación jerárquica entre demandante y demandado, el constructo relacional que el candidato habita cuando sale a pasar la gorra. Para votar mi partido no hace falta ser muy inteligente, para votarme cualquiera vale. Más o menos la opuesta a la que maneja cierta izquierda militante, también elitista, que se preocupa muy poco por ampliar su base de voto y mucho por ‘revelarnos’ las contradicciones con las que convivimos en este mundo globalizado. Y a regañarnos por ello: Para ser de los nuestros no vale cualquiera, para considerarte un igual, tienes que haberte revisado, deconstruido y corregido lo suficiente.

Fue Sigmund Freud, abuelo de no pocas corrientes de la psicología contemporánea, quien asoció los lapsus linguae con una expresión involuntaria de lo real reprimido, que se produce en momentos de tensión o fatiga. Rajoy ha dejado un largo reguero de ejemplos. Mi favorito es aquella vez que sobre Bárcenas y Correa dijo “ellos afirman su inocencia y yo estoy convencido (guiño de ojo) de que nadie pobrá… probá… podrá demostrar (guiño de ojo) que no son inocentes”. Al final alguien pudo demostrarlo, por eso bailaban su párpado y su lengua. Los lapsus hablan del miedo oculto, la culpa inconfesa, el deseo, el pecado consciente. Como aquella otra vez que prometió “haré todo lo que pueda y un poco más, si es que es posible” para llegar al ansiado acuerdo de financiación con las autonomías, cuando avistaba ya la moción de censura que se le venía encima. ¿No estaba revelando, trabalenguas mediante, su inconfesable disposición a trasgredir el marco vigente con tal de salvar la legislatura?

En otros lapsus notables, Rajoy admitió ante el Parlamento “lo que nosotros sí hemos hecho es engañar” (bien lo sabía su inconsciente) o proclamó aquello de “ETA es una gran nación”. Revelaba así la proximidad y simetría entre la marca ETA como imagen del anti-país y su idea de España. La estructura ideológica profunda que subyace a la construcción de una identidad nacional, no mediante la integración de derechos y libertades entre colectivos heterogéneos, sino por oposición al enemigo común que construye un nosotros cohesionado. Cuanto peor el enemigo, más fuerte la cohesión, una operación habitual en política que ya hemos comentado al hablar de Cataluña.

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Todos los políticos han dejado casos de estudio. Zapatero anunció la alianza para promover el turismo español en Rusia como “un acuerdo para follar”. Cospedal, casada con uno de los empresarios que más se ha enriquecido gracias a la política, ha alardeado en más de una ocasión de su esfuerzo por “saquear adelante” España y Castilla-La Mancha. Es fácil ver en esas sinapsis que patinan al niño interior deseando romper la máscara, confesar la culpa, librarse de la carga y quedar en paz con su (mala) conciencia. Volver a ser humano, persona antes que personaje. Pero ser político profesional implica, por desgracia, apegarse al personaje, reprimir al niño.

En fin, la vaca no le votará porque no tiene DNI, señor Moreno, pero no se preocupe que llegarán votos por caminos más allá de la razón, como es costumbre. El historial de menosprecio al ejercicio del voto en España es largo, su lapsus tiene contexto, señor Moreno, kilómetros y kilómetros. En todo caso, el capítulo de la vaca bien pudiera servir para hacer reflexionar a líderes políticos de todo signo. Si quieren mantener alejados los fantasmas de la lepenización, la trumpización y el bolsonarismo, dejen de menospreciar eso que llaman La España Vacía, que todavía no lo está. Soy profesor de comunicación en Cuenca desde hace siete cursos, la matrícula en la facultad no ha menguado, y ahora lanzamos un nuevo grado en Comunicación Audiovisual. Cada año, mis alumnos me enseñan mucho sobre las poblaciones amenazadas de despoblación en el siglo XXI.

Cuando vayan al agro a por la foto, no le hablen a la vaca, ni se rían de quien lo hace. Escuchen al peón agrícola. Vengan a preguntar, a tratar de entender a las familias del mundo extraurbano, no a explicarles lo que tienen que hacer o lo anticuados que están. Quizá puedan captar que esa casi mitad de la población española que no vive en grandes ciudades, especialmente afectada por la crisis, se siente abandonada por el país oficial, perdedora en el mercado global y acorralada por el éxodo rural. Malditas las ganas que tienen de migrar a Madrid a buscarse otra vida. Son, junto a las megaperiferias urbanas, nuestros oubliés, nuestro Sertão, nuestro Midwest. Y darán al establishment un bofetón electoral utilizando al primer político que de verdad se preocupe por conectar con sus legítimos miedos y aspiraciones.

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