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¿Un Ejército europeo en el medio plazo?

Estas últimas semanas se viene tratando mucho este asunto en los medios, especialmente desde que la canciller Merkel se dirigió al Parlamento Europeo en una suerte de despedida de la política, al menos en el ámbito de la UE. También el presidente Macron ha hecho mención repetidas veces a la necesidad de iniciar pasos firmes para la implantación de unas fuerzas armadas europeas, idea que ahora retoma la canciller alemana, lo que indica que ambos mandatarios se han dado cuenta de que la actual estructura de defensa en la UE no es eficaz. En numerosas ocasiones se ha comprobado que la maquinaria de toma de decisiones, en asuntos tan graves como la defensa y la seguridad, se comporta como un paquidermo cuando lo que se necesita es la agilidad de un guepardo.

Por un lado, tenemos en el seno de la UE un enemigo interior que interfiere negativamente en el avance hacia la integración política y lo estamos viendo con claridad en las áreas económica, social y de defensa. Dirigentes como el húngaro Orban, el polaco Kaczynski (verdadero poder fáctico) y el italiano Salvini son una rémora para cualquier avance hacia la unidad y la fortaleza. Sus decisiones de los últimos meses suponen una afrenta a las políticas comunitarias y un día rompen el consenso en asuntos migratorios, al día siguiente en materia de derechos fundamentales de su población, otro en materia presupuestaria y así sucesivamente. Con socios así las ruedas que mueven el vehículo común europeo se encuentran medio desinfladas de tanto pisar clavos y palos que encuentra en el camino.

Por otro lado, las constantes injerencias del presidente Trump en la política europea, que hemos podido comprobar una vez más con ocasión de su última estancia en París, ponen de manifiesto que EEUU mira con recelo todo paso hacia una Unión más fuerte y en especial si se trata del campo de la seguridad y defensa, donde hasta ahora siguen pisando fuerte a través de la OTAN. Por poner un solo ejemplo: ¿qué justificación tiene que el comandante supremo de la OTAN, setenta  años después de su creación, siga siendo un general americano?

Por esta y otras circunstancias, Macron y Merkel están poniendo sobre la mesa su afán por crear cuanto antes una fuerza militar común para demostrar al mundo que Europa puede defenderse optimizando sus medios y capacidades, aunque en sus declaraciones no entren en mayor detalle. Cuando la Cooperación Estructurada Permanente, PESCO, apenas ha echado a andar, aparece la Iniciativa Europea de Intervención (IEI), lanzada por el presidente francés este pasado verano, a la que se han unido ocho países más (España lo ha querido bautizar como Iniciativa Europea de Compromiso Estratégico), que pretende crear un espacio común de anticipación operativa fuera de las estructuras de la OTAN y de la UE. Lo preocupante, a mi juicio, es que entre esos países adheridos se encuentra el Reino Unido, que Macron no ha querido ver definitivamente fuera de la estrategia europea de defensa por su capacidad bélica (la otra potencia nuclear, además de Francia). Esto demuestra que el eje franco-alemán no confía demasiado en el desarrollo de la PESCO, por mucho que aumente el número de proyectos, y han preferido optar por una nueva fórmula proyectando así una imagen de indeterminación que crea confusión en la opinión pública. Son bandazos de la estrategia de seguridad que en nada beneficia la credibilidad del proyecto de un Ejército común.

La salida de la UE de los británicos fue vista como una oportunidad para profundizar en la seguridad y defensa comunes y resulta que ahora, a pocos meses de su marcha definitiva, queremos contar con ellos porque nos reforzarán. La diplomacia norteamericana ha jugado bien sus bazas colándonos de rondón a su primo ultra atlántico para asegurarse de que Europa no llegue a buen puerto con su pretendida autonomía estratégica y que los lazos con la OTAN no se debiliten.

Las bases de un Ejército común

Pues bien, suponiendo que del papel pasemos a los hechos, se abren muchos interrogantes sobre la materialización del proyecto, ya sea dentro de la UE o en el marco de la IEI. Un Ejército común requiere un poder encarnado en nuestro caso por una estructura política legítima democrática (instituciones europeas), una base jurídica (Tratado de Lisboa) y una estrategia (incipiente, pero ahí está). Quedarían por definir otros aspectos importantes que veremos a continuación.

¿Se mostrará la PESCO realmente eficaz en su implantación con veinticinco Estados miembros en el puente de mando? Es difícil imaginar la reacción rápida de unidades operativas ante un ataque inminente en cualquier parte del territorio UE, una amenaza tangible o la gestión inmediata de una catástrofe cuando se necesita previamente el acuerdo de los gobiernos y la consulta de éstos a sus parlamentos. ¿Un Ejército genuinamente europeo tendría una estructura de mando realmente separada de la Alianza Atlántica o de la UE, o su cúpula estaría formada, como hasta ahora, por generales dual-hatted?. ¿Sería un Ejército solo para la defensa del territorio europeo o también expedicionario?

Sobre la PESCO, parece que se abren cada vez más proyectos, pero faltan por ver aún si llegan a materializarse e implementarse en la primera misión que aparezca. Respecto a la cúpula y la estructura de mandos, falta por definir tanto el tamaño como la organización de la fuerza, si se trata de conformar unidades de tipo división, brigada o simplemente batallones reforzados del tipo battlegroup.

Tras estos interrogantes, una serie de consideraciones: el mando debería recaer en un general perteneciente a uno de los países del núcleo duro que contaría con un estado mayor independiente de las actuales estructuras militares del Consejo de la UE (CMUE y EMUE), a quien se confiaría la confección de las operaciones asignadas. Para ello sería de gran ayuda contar con la experiencia organizativa de unidades multinacionales hasta ahora existentes como el Eurocuerpo, la brigada franco-alemana, el Mando Europeo de Transporte Aéreo (EATC) o los battlegroups. Ahora bien, una vez definido e implantado ese Ejército, no tendría sentido seguir aportando fuerzas y recursos a dichas unidades multinacionales, que deberían ser disminuidas o desmanteladas conforme se fueran certificando las capacidades de la nueva fuerza.

¿Son los ejércitos los garantes de las democracias?

Las misiones asignadas deberían comprender tanto la defensa del territorio como el apoyo a las operaciones humanitarias y la evacuación de europeos en el extranjero. Para ello sería imprescindible reforzar los servicios de inteligencia propios con una base de datos común y crear una potente unidad de Ciberdefensa.

La aportación de cada Estado miembro a este nuevo Ejército debería ser proporcional a su potencial económico y los esfuerzos presupuestarios y aportación de personal ser detraídos paulatinamente de las unidades multinacionales cesantes. Por ejemplo, si un país aporta diez oficiales al nuevo estado mayor, diez oficiales deben detraerse de las plantillas de esas otras unidades y de igual manera en lo que se refiere a las capacidades puestas a disposición común. Para evitar duplicidades y un aumento en los presupuestos de defensa, el mismo procedimiento debería aplicarse a la participación en la OTAN, de manera que consigamos un equilibrio, como un juego de suma cero, en los recursos dedicados a la defensa común europea.

Un último apunte respecto de las fuerzas armadas nacionales. Como la idea no sería sino crear un Ejército europeo reducido (algunas brigadas), bien dotado de recursos materiales y humanos y muy operativo, podría perfectamente coexistir con los ejércitos propios de cada Estado miembro, aunque razonablemente reducidos (materia de otro debate) pues parte de sus mejores unidades estarían asignadas permanentemente a las unidades europeas comunes.

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