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La Constitución española

José M Barrionuevo Gil

Desde 1978 estamos valiéndonos de la Constitución de aquel año. La Constitución Española, como dijera un amigo nuestro, “española tenía que ser”. Y henos aquí tan de calle, tan inasistidos, que no sabemos todavía qué hacer con nuestros cuerpos y nuestras almas, ya que nos parece una constitución algo etérea o espiritual. El espíritu de las leyes es todavía un vestido inconsútil que no arropa a todos los españoles por igual. Parece como si no nos cubriera a todos ni tampoco a cada uno. Para unos resulta demasiado estrecho, mientras que para otros parece quedarles muy ancho, sobre todo las mangas. Los vacíos legales quedan al descubierto en su tejido que por unos lados favorece el deterioro por los roces políticos y por otros es estameña pura y dura, que parece haber salido de los telares de la dictadura, si bien ha sido teñida con colores más vivos por unos vivos y para algunos vivos, que están al loro para aplicar la ley mordaza en muchos casos en que la palabra deja de ser expresada por aquellos que no son precisamente loros de repetición.

Sin ir más lejos se nos dejó votar la Constitución para que empezáramos a ir picando, mientras que el menú del festín quedaba a voluntad del poder. En principio, habrá que recordar que lo que el dictador no quería para sí, o sea, la monarquía, nos lo dejó a nosotros sin despeinarse y así nos luce a todos, ahora, el pelo. El dictador fue tan valiente que no defendió a España, sino que lo que defendió fue a unos pocos españoles en contra de todos los demás. Además gozó de la ayuda exterior de quienes no simpatizaban ni con la república ni con la monarquía. Tampoco faltó el detalle de contar con mercenarios africanos, que nos han costado un pastón. Durante la dictadura, la Guardia Mora fue emblemática del régimen. Y, precisamente ahora, los africanos son mal vistos por sus epígonos, porque están dispuestos a hacer el trabajo que no quieren hacer los bravos españoles.

De aquellos fangos vienen estos lodos. Chapoteando, se aceptó la Constitución, que estuvo guarnecida de violencia, que sufrieron muchos españoles. Las aguas bajaban turbias, porque era una estación dudosa, de poca estabilidad, como sabemos, que es el otoño. La Constitución tiene en sus pasos perdidos unos andares de otoño. El otoño es una estación poco constante. Incluso el equinoccio de otoño es totalmente efímero, ya que dura un solo día. Una amiga nuestra nos dijo que en Antequera el otoño no duraba ni un fin de semana. La Constitución española que tenemos es de otoño y entre otras cositas no tiene la patente de ser eterna.

Hace 40 años nos investimos con la Constitución y ¡claro!: o no estábamos bien hechos o la Constitución no estaba bien fabricada, pues con los años hemos podido ver, al crecer la democracia, que aquel vestido no nos ajustaba tanto como pretendíamos y, además, con el tiempo los roces habían proliferado. Los planchazos de la amnesia real, cuando se toma partido; los ajustes excesivos que se producen, cuando se nos aprieta; la anchura de las mangas para algunos que hacen que en el cuerpo de todos los demás nos entre el frío; los tirones de las “autoridades competentes” que provocan que se nos claven las costuras; los jirones que se producen cuando se estira de mala manera la tela; todo está pidiendo a voces una reforma de este traje que ya nos resulta raído. Si hay tela nueva y es mucha la tela, pongamos todos manos a la obra común, y no solo los especialistas y profesionales, porque debemos tener en cuenta las medidas convenientes en este siglo XXI.

Una Constitución tiene que atenerse a unas medidas del cuerpo social con el que en este momento contamos, y no de un cuerpo esquelético, que ha venido a menos porque ha perdido el apetito y se está quedando en los huesos, como cualquier momia, para que le encaje el vestido de años atrás.

La Constitución Española, como dijimos hace años, en Gramática Constitucional, “es un traje que se nos ha quedado pequeñotraje, no solo por la cicatería de las medidas de entonces, sino además porque, cuando crecemos, unas costuras tiran de otras y ya está ajado”. Claro que siempre tendremos que estar atentos a aquellos que “no dan puntadas sin hilo” y son unos aprovechados.

Hoy volvemos a pensar que necesitamos un vestido nuevo para una buena y nueva temporada. Y lo que no podemos pensar, de ningún modo, es que un vestido es un indeleble, permanente y eterno tatuaje.

 

José M Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

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