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Desde la casa roja

¿Tenemos derecho a ser madres y padres?

Me cuenta una amiga que ella estaría dispuesta a gestar un hijo para la hermana de su marido. Sería su cuarto embarazo. Su cuñada lleva años intentando ser madre pero no lo consigue porque el embrión, fecundado por reproducción asistida, no sale adelante dentro del útero. El marido de mi amiga dice que no, que él se opone a que su mujer geste a su sobrino. Desconozco las razones de la negación de él. Le pregunto a mi hermana si ella lo haría por mí. Me responde que si necesito un riñón, sin dudarlo, me lo donaría, pero que jamás tendría un embarazo por otro. “Nadie se muere por no tener hijos”. Mi madre me dice que ahora no, que hace diez años, sí. Que ya no se siente con fuerzas. Otra amiga, que no tiene intención de ser madre, me dice que nadie tiene el derecho de ponerla en esa tesitura moral por un deseo personal, por muy cercano que sea: decidir si quiere gestar en sustitución de la madre un bebé que ella no criará, que no será el suyo. Otra mujer me responde que puede que la gestación por sustitución sea la única manera de tener un hijo biológico, pero no un hijo. Ninguna me habla de hacerlo por dinero. Pero ninguna está en riesgo de exclusión.

Estas pequeñas ficciones y complicados supuestos son algunas de las respuestas que me han dado mujeres de mi entorno, con diferentes creencias, ideologías y momentos vitales a la pregunta: ¿gestarías el embrión de alguien a quien quieres? Las respuestas me llevan a una pregunta diferente: si lo hicieras para alguien muy cercano a ti, un familiar, único caso en el que yo podría entender que pueda aceptarse de forma altruista, ¿no se necesitaría igualmente una legislación al respecto? ¿Es necesaria esa regulación o estamos hablando sobre asuntos que no deberían legislarse porque derivan en otra serie de problemas éticos que, además, sostienen ciertos arquetipos culturales que no responden a la libertad de las mujeres?

Doy vueltas, desde hace tiempo a si, en ese caso, al menos, la legislación podría romper con el privilegio de los que utilizan los vientres de alquiler para tener hijos biológicos. Es decir, que no sean solamente parejas de clase alta las que puedan costearse este tipo de reproducción con ciertas garantías (mínimo, que se respeten los derechos de las gestantes y ellas reciban la compensación económica adecuada). Pero, ¿eliminaríamos así el mercantilismo que está desarrollándose en torno a esta práctica donde las gestantes suelen ser mujeres de pocos recursos y en riesgo? Este negocio mueve globalmente 6.000 millones de dólares al año y las mujeres gestantes reciben únicamente el 0,9%.

Antígona y los huesos

El debate regresa cada vez que un grupo de parejas se ven atrapados en la alegalidad que supone salir de España para contratar una gestación por sustitución en el extranjero. En el último caso, resuelto ayer en Kiev, las familias podrán inscribir a los niños y niñas y traerlos a España, pero a partir de ahora, el Gobierno español dejará los casos en manos del país donde se ha llevado a cabo la gestación. Ucrania es uno de los destinos principales para parejas españolas (en este caso, solo para parejas heterosexuales) que recurren a los vientres de alquiler. Es uno de los países con más demanda porque el coste oscila entre los 40.000 y 60.000 euros, más o menos la mitad que en otros países como Estados Unidos. Bajo el lema “No existe la infertilidad absoluta”, la página web de la agencia BioTexCom ofrece en tonos pastel desde residencias confortables para las visitas de los futuros padres, con cocinero y limpieza, a “madres de alquiler” sanas, sin eufemismos, y una completa guía de cómo realizar los pagos fraccionados de la compra de la gestación. Algunas agencias publicitan también el control 24 horas sobre estas mujeres, mediante cámaras en residencias donde conviven todas juntas los nueve meses.

En cualquier caso, comercializada o no la práctica, las madres gestantes se enfrentan a una maternidad sujeta a normas que ellas no ponen: ¿podrían acabar los futuros padres con el embarazo en caso de querer hacerlo en contra de la voluntad de la gestante porque no desean un embarazo múltiple o detectan anomalías? ¿Qué pasa con los niños que nacen con anomalías no detectadas durante el embarazo? ¿Y si la gestante contrae una enfermedad que afecta al feto? ¿Cuánto influyen los futuros padres en la vida de la gestante durante los nueve meses? ¿Cuántas claúsulas debe tener un contrato de gestación, altruista o no, para que todo esto quede nítido? La libertad sobre nuestro propio cuerpo nunca va a nacer de la falta de recursos y oportunidades.

En cualquiera de los casos, la subrogación altruista o comercializada, el deseo de ser mamá o papá, esa sensación de que cualquier sueño podrá ser alcanzado, no debe pasar por la explotación del cuerpo y la libertad de ninguna mujer ni por encima de los intereses del menor. El altruismo también puede responder a cargas emocionales, culturales y acuerdos muy complicados de ordenar y justificar. Si el amor entre los miembros de una familia, sin fórmulas, es lo que prevalece, no puedo entender ese deseo de posesión de las certidumbres, de perpetuar la genética mediante la tecnología pese a estas nuevas formas de explotación reproductiva, pese a los derechos de los demás. Deberíamos revisarnos esto.

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