Cultura
Javier Valenzuela: "La Guerra Civil es un territorio bastante inexplorado por la ficción"
En las Navidades de 1936, Madrid tiembla bajo las bombas y la metralla, resistiendo contra el golpe fascista. Y Madrid también trata de encontrar la cena de Nochebuena, y va al cine, y se organiza con el Gobierno desplazado a Valencia. Y parte de Madrid, incluso, sueña aún con hacer la revolución, con que la violencia dé paso a un mundo nuevo. Un mundo, desean algunas, en el que todo sea de todos y en el que hombres y mujeres sean iguales. En ese mismo Madrid, quizás, una vecina es víctima de un posible crimen machista, mientras los fascistas tratan de evacuar a sus efectivos a través de la quinta columna, entuertos que trata de aclarar el delegado de Seguridad Ramón Toral, algo así como un detective libertario. Eso es lo que el periodista y escritor Javier Valenzuela imagina en Pólvora, tabaco y cuero (Huso), su última novela tras los noir Tangerina y Limones negros.
"La Guerra Civil, en contra de lo que piensa mucha gente, es un territorio bastante inexplorado por la ficción literaria y cinematográfica", reivindica el también colaborador de infoLibre. Aunque se hayan abordado esos tres años traumáticos de la historia colectiva, defiende, no se ha hecho con tanta intensidad como merecería, "dada la fertilidad de historias de horror y de heroísmo" que se encuentran en ella. Y está aún a años luz del gran número de historias que siguen produciendo los estadounidenses "sobre su guerra civil, la Segunda Guerra Mundial, la muerte de Kennedy…". Un ejemplo de que pese al cliché de que la cultura española vuelve y vuelve al mismo tema es, explica Valenzuela, lo desconocida que resulta la acción de los anarquistas durante la contienda. Ahí está él, que pone en el centro de la novela a un detective libertario y a una militante de Mujeres Libres —organización feminista de la CNT— y que hace pasar por allí a personajes históricos como la poeta y militante de la CNT Lucía Sánchez Saornil o el líder anarcosindicalista y militar Cipriano Mera.
Valenzuela se sitúa a sí mismo en la estela de obras como la serie Episodios de una guerra interminable, de Almudena Grandes, y novela negra ambientadas en este momento histórico, como Los milagros prohibidos, de Alexis Ravelo; Recordarán tu nombre, de Lorenzo Silva; Cuatro días de enero, de Jordi Sierra i Fabra o Perros que duermen, de Juan Madrid. Pero insiste en que estos ejemplos no permiten decir que el tema de la Guerra Civil esté agotado. Si existe esa idea, defiende, es por culpa de "la derecha española": "Como no ha roto de verdad con el franquismo, como no ha condenado en serio el franquismo, le produce mucho malestar que se recuerde ese período. Son ellos los que llevan varios lustros difundiendo la especie de que se ha hablado mucho sobre este tema. Porque cualquier cosa que se haga a ellos les produce desasosiego".
En Pólvora, tabaco y cuero —el título sale, por cierto de la canción Viva Durruti de Loquillo— no hay ni una sombra de equidistancia: el bando republicano es el que está cargado de razón, aunque se hayan cometido "tropelías" en los primeros meses tras el golpe de Estado —"Ya habían terminado en la Navidad del 36, mientras que las del bando franquista continuaron durante décadas", argumenta—. Para el autor, "uno de los grandes problemas culturales, en el sentido profundo de la palabra cultural, de España" es "que el discurso oficial no sea que el bando republicano tenía la razón de su parte": "El bando franquista fue un bando golpista, traidor, desleal, este sí que sedicioso y rebelde, y además cometió infinidad de barbaridades hasta 1975. La Transición no estableció que este era el discurso de la España democrática".
"Los anarquistas son los perdedores entre los perdedores de la Guerra Civil, porque fueron aplastados por dos totalitarismos que estaban entonces en marcha, el fascista y el stalinista", apunta Valenzuela, que no deja de recoger en el libro las tensiones constantes entre anarquistas y comunistas, a quienes los primeros consideran poco numerosos y relevantes en la resistencia, además de marionetas de la URSS. "Ahora la gente no lo sabe", continúa, "pero los anarquistas en España eran entonces dos o tres millones, un movimiento importantísimo que ha desaparecido hoy en día y del que se habla muy poco porque no tiene a nadie que lo reivindique. No lo reivindican ni las derechas ni la izquierda oficialista". Pólvora, tabaco y cuero dibuja una panorámica por el Madrid libertario de la guerra, desde los círculos de los ateneos a la organización popular de las milicias en barrios en los que CNT tenía mayor presencia.
Es el caso de Tetuán, donde vive Ramón Toral, el investigador dibujado por el periodista. Soldado en la guerra de África y luego en la Guardia de Asalto, de donde le expulsan por negarse a reprimir una manifestación de obreros, Toral "es tan anarquista que ni siquiera tiene carné de la CNT". Pero Toral responde también al tipo clásico del noir estadounidense, y Valenzuela alude directamente a Philip Marlowe, el personaje creado por Raymond Chandler para novelas como El sueño eterno y El largo adiós: "Los buenos detectives del género negro son libertarios, pero no lo son explícitamente. Este es el primero, que yo sepa". Aunque comparten rasgos comunes, como una cierta desconfianza nata y una alergia a lo gregario, también hay diferencias: "El detective canónico, al final, es un cínico. Ramón no renuncia a cambiar la sociedad, y sabe que la Guerra Civil hay que librarla aunque haya muchas posibilidades de perderla".
A través del personaje de Marcela Burgos, maestra y militante de CNT y Mujeres Libres, Valenzuela se fija también en uno de los debates presentes no solo en el campo libertario, sino en el de toda la izquierda: el papel de la mujer. Primero, en la guerra: "Cuando estalla la Guerra Civil", dice el autor, "tanto en Madrid como Barcelona y otros lugares, cientos, miles de mujeres se incorporan a la lucha contra el bando fascista con las armas en la mano". Sánchez Saornil, sin ir más lejos, estuvo en el ataque al Cuartel de la montaña, tomado por los golpistas. Pero las milicianas no fueron bien vistas ni, obviamente, por el enemigo, ni por sus propios compañeros, que hicieron lo imposible por llevarlas a la retaguardia. Incluso el Gobierno republicano argumentó que el frente era "un foco de enfermedades venéreas" y que las mujeres que allí se encontraban ejercían la prostitución, como explica la historiadora Ana Martínez Rus en su libro Milicianas. Mujeres republicanas combatientes.
Javier Valenzuela, en defensa de la libertad (de libertario, no de liberal)
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Pero en CNT, como en otras organizaciones, el debate venía de antiguo. Poco antes del golpe de Estado del 18 de julio, Sánchez Saornil y otras compañeras fundan Mujeres Libres, una potente aunque fugaz organización protofeminista en la que llegaron a militar, entre 1936 y 1939, 20.000 mujeres. "No tenían el apoyo de la totalidad del movimiento anarcosindicalista", explica Valenzuela, "había gente que decía que eso era divisivo y que podía esperar". En el año en que se fundó el colectivo, la CNT ya había incluido oficialmente, en su Congreso Confederal de Zaragoza, la igualdad entre los sexos dentro de sus principios. Pero claro. Como recogía Martha A. Ackelsberg en su investigación Mujeres Libres, la destacada anarquista Lola Iturbe acusaba a sus compañeros de "dejar en la puerta de su casa el ropaje de amantes de la liberación femenina" y de comportarse dentro "como vulgares ‘maridos".
"¿Qué hubiera pasado si se hubiera denunciado un crimen machista durante la guerra?", se pregunta Valenzuela. Ni siquiera en los círculos más progresistas aquello habría parecido un asunto de interés. "Investigué, y supe que mucha gente le habría preguntado si eso de matar a una mujer que te pone los cuernos es delito. Pero mucha gente también en el campo de la izquierda. Que eso lo defendiera gente que perseguía la idea de la revolución…". Toral resulta, en este contexto, un personaje singularmente avanzado para su tiempo, pues pone la investigación en la primera línea de sus preocupaciones. No es del todo inverosímil: es conocido que Buenaverntura Durruti defendía la corresponsabilidad de hombres y mujeres en las tareas de cuidados y mantenía que "si crees que un anarquista tiene que estar metido en un bar o un café mientras su mujer trabaja, es que no has comprendido nada".