Verso Libre
Hay que llenar España de banderas españolas
Estamos acostumbrados a ver banderas españolas colgadas en algunos balcones y en mítines de partidos políticos que procuran presentarse como los guardianes de una identidad patria secular. Es sorprendente que esos mismos balcones y esos mismos partidos asuman la bajada de impuestos como tema preferido de conversación y discurso. Si pagar impuestos de manera justa y equilibrada es el mayor rasgo de compromiso con una sociedad, parece en verdad extraño presentarse como un abanderado compulsivo de España y evitar comprometerse económicamente con ella.
La derecha suele casarse con España, pero en un régimen de separación de bienes.
La lectura de las informaciones económicas me invita a defender que debemos llenar de banderas españolas no los balcones de nuestras ciudades, sino las cuentas públicas y privadas. No tiene sentido que las grandes empresas españolas ganen ahora miles de millones más que en el año 2007, antes de que estallara la crisis económica, y sin embargo paguen menos impuestos que entonces. Tampoco tiene mucho sentido, como denuncia una y otra vez Oxfam Intermón, que los padres de la patria y del Ibex 35 tengan esa inclinación a la opacidad y a la geografía exótica, lugares paradisíacos para la fiscalidad.
El mundo por fortuna no está ya para descubrir territorios y colocar banderas patrias en colonias lejanas, sintiéndonos emocionados al ver los colores nacionales ondear como novias de la vida y de la muerte bajo los vientos extranjeros. Pero no resulta desdeñable la voluntad de colocar una bandera de España en los territorios de la evasión, las ingenierías y los paraísos fiscales. Muy emocionante sería también que los negocios y las compras realizadas cada vez con más frecuencia a través de plataformas como Google no acabasen por completo en una cuenta en las Bermudas y colaborasen con la economía del país en el que trabajan. Si Amazon nos va dejando sin pequeños comercios y modos tradicionales de vida, tal vez sería justa la compensación de una bandera española en sus cuentas de resultados y en sus cargas impositivas.
Ya puestos a poner banderas, siempre con afán patriótico, deberíamos izar nuestro orgullo en las transacciones financieras y en las actividades digitales que han sustituido la economía productiva por la especulación.
Y como la patria es una cuestión de sentimientos, también podemos acercarnos al corazón de las responsabilidades privadas. No estaría mal que las banderas colocadas en los balcones pasasen progresivamente a los números de la honrada ciudadanía que gana al año más de 130 mil o 300 mil euros. Alegrarse de que se les suba en el IRPF algo así como 2 o 4 puntos sería un acto de amor a España. No me refiero a las gloriosas hazañas de la Reconquista, sino a la sanidad y la educación públicas de la nación, a la calidad de vida de los españoles. Comprender la necesidad de un trabajo decente y un salario digno supone otro acto de amor patriótico.
Amar a España es mirar con otros ojos la política fiscal, pensar en el ahorro, el patrimonio y las sucesiones con una generosidad de memoria colectiva. Que nos corra por las venas sangre española significa que debemos comprender con hermandad nuestras diferencias: el dinero no corre de la misma manera por todas las cuentas corrientes, y las grandes fortunas deben comprometerse con los cuidados de la familia más que las economías medias o bajas. Todo sea por la abuela común, o por el niño al que hay que comprarle medicinas, o por la niña que tiene que ir a la universidad. Somos españoles y la bandera debe ondear en nuestros números.
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Querer a España es preocuparse de manera muy amplia por la igualdad o por la salud ambiental. Querer a España es comprender que se pueden bajar impuestos en asuntos que tengan que ver, por ejemplo, con la cultura, la educación y la higiene femenina; y que se pueden subir impuestos a los productos contaminadores que corrompen el aire respirado a lo largo y ancho de la españolidad. De manera patriótica, es bueno recordarle a las empresas energéticas que el gas, el aire y el agua son también España.
Se trata por ahora de estar tan unidos como los alemanes con Alemania, los franceses con Francia, los italianos con Italia y los británicos con el Reino Unido. Ni más ni menos.
Perdóneseme este desahogo. Después de tanto griterío con España, quiero confesar que estoy dispuesto a casarme con ella, siempre que sea en un régimen de separación de conciencias, pero no de separación de bienes.