A la carga
El coste de Europa
Se insiste mucho desde los medios en que las elecciones europeas son las más importantes de todas pues, como se dice ritualmente, “nos jugamos mucho” en la Unión Europea (UE). El mensaje central es que hay que votar, ya que la participación en el conjunto de la UE ha ido bajando elección tras elección, pasando del 62 por ciento en las primeras, las de 1979, al 42,6, el mínimo histórico, en las últimas, las de 2014.
Esta caída se ha producido a pesar de que el Parlamento Europeo tiene más competencias que en el pasado. ¿Cómo es posible entonces que la ciudadanía muestre tanta indiferencia?
Quizá no estaría de más recordar que, tal como está diseñada la UE, el Parlamento Europeo es un actor relevante en muchos ámbitos, pero apenas tiene competencia alguna ni influencia directa sobre las políticas económicas, que son las más importantes (no se olvide tampoco que el presupuesto de la UE no llega al 1,5% del PIB europeo). Los europarlamentarios pueden decidir sobre muchos asuntos, pero no sobre los grandes temas de política económica, que son los que más han afectado a la ciudadanía durante los años de la crisis. Las políticas de austeridad, el rescate a los países endeudados, los objetivos presupuestarios, etc., no son asuntos que se decidan en el Parlamento Europeo.
La política económica está en manos del Banco Central Europeo, sin legitimidad democrática, de la Comisión Europea, con una legitimidad democrática tenue, y de los gobiernos nacionales que integran la UE. Los representantes directos de la ciudadanía tienen poco que decir al respecto. Siendo esto así, no resulta tan sorprendente que mucha gente entienda que las elecciones europeas son unas elecciones de segundo orden: no se debe solamente a que sea un Parlamento lejano, sino a que es un Parlamento sin poderes sobre el ámbito económico.
Para entender la crisis en la que se encuentra la UE, hay que remontarse al Tratado de Maastricht de 1992. Allí se alcanzó un gran acuerdo entre las fuerzas conservadoras, liberales y socialdemócratas para relanzar el proyecto de integración ante un mundo crecientemente globalizado. Se trataba de competir económicamente con Estados Unidos en el mundo global gracias al impulso de la unión económica y monetaria y al desarrollo del modelo social europeo. Las dos patas del acuerdo eran el euro y la Europa social, que conformarían un modelo alternativo al del liberalismo norteamericano, que tiene un Estado del bienestar poco desarrollado.
La evolución de los acontecimientos muestra que el proyecto económico y monetario se llevó hasta el final, pero el ideal del modelo social europeo se quedó en una pura declaración de intenciones. Las consecuencias de este desarrollo tan desequilibrado del acuerdo original se vieron durante los años de crisis. La UE, lejos de profundizar en la Europa social, se transformó en la principal fuente de amenaza para la supervivencia de los modelos sociales de muchos de los países europeos a través de sus exigencias anti-déficit y de reformas estructurales (siempre en la misma dirección: recortes de los sistemas de pensiones, desregulación del mercado de trabajo, etc.).
En la actualidad, los planteamientos de la Europa social suenan utópicos. No se dan las condiciones ni políticas ni institucionales para que se puedan construir políticas redistributivas y de solidaridad a escala europea. Los mecanismos de toma de decisión son complejísimos, la heterogeneidad de intereses nacionales es enorme y los imperativos de la unión monetaria juegan en contra.
Nos queda el euro. Debatamos por lo menos sobre el euro, el elemento más visible e importante de la integración europea. En España, a diferencia de en otros países, apenas ha habido debate público al respecto. Mientras que en otros lugares se discute sobre los beneficios y los costes de la unión monetaria, en España reina un consenso granítico entre las élites políticas y mediáticas.
Los medios españoles apenas se han hecho eco de las conclusiones de un interesante documento de trabajo reciente del Centre for European Policy de Friburgo (Alemania) en el que dos investigadores cuantifican cómo les ha ido a los países en el euro. Usando el método del control sintético (véase la nota metodológica al final de este artículo), los investigadores muestran que los dos grandes ganadores del euro son Alemania y Holanda, mientras que los dos grandes perdedores son Italia y Francia.
España se sitúa entre los perdedores netos, aunque, dentro de este grupo, es de los países que menos pierde. En concreto, estiman que durante el periodo 1997-2017, los españoles han perdido de media 5.000 euros por habitante (siendo la pérdida total a lo largo del periodo de 224.000 millones de euros).
Durante los años del boom, España se benefició enormemente del euro, pero durante los años de la crisis la tendencia se invirtió. Nuestra pertenencia al euro hizo más dura la crisis. Les copio el gráfico relativo a España:
En el documento de trabajo podrán encontrar los gráficos correspondientes a otros países del euro.
No estaría de más que, en lugar de dedicar todo el tiempo a consignas entre vacuas y líricas sobre las bondades de la integración europea, el debate se centrara en aspectos algo más concretos.
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Nota metodológica
¿Cómo se puede estimar el coste del euro para un país de la eurozona? Los autores del informe referido, Alessandro Gasparotti y Matthias Kullas, utilizan la metodología del control sintético. De forma muy resumida, la idea central es la siguiente: supongamos que queremos estimar cómo le habría ido a España fuera del euro. Para ello, se busca una combinación (media ponderada) de países de fuera de la eurozona que reproduzca con la mayor exactitud posible la evolución del crecimiento de España antes de su entrada en la unión monetaria. A continuación, se compara la evolución de esa combinación de países con la de España a partir de 1999, año de la puesta en marcha de la unión monetaria. La combinación de países fuera de la eurozona desempeña el papel de un “contrafáctico”: permite observar cómo habría sido España si no hubiese entrado en el euro. La diferencia entre la realidad (España en el euro) y la situación hipotética (España fuera del euro, medido a través de la combinación de países) refleja el efecto del euro en la economía española (que puede ser positivo, como ocurrió hasta 2010, o negativo, como ha ocurrido desde 2011).