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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Democracia pixelada

Crece la izquierda madrileña, ¿el milagro de los panes y los peces?

Es sorprendente la habilidad que tenemos las izquierdas para tropezar en las falacias electorales clásicas, una y otra vez. Sabemos que la aritmética electoral no funciona como la cesta de la compra, pero tenemos una asombrosa capacidad de olvidarlo periódicamente. Quizá porque vivimos tiempos de incertidumbre y recomposición. A mí me ocurre que necesito parar y recapitular de vez en cuando, no para reabrir heridas, sino para pensar el contexto donde votamos la semana que viene los madrileños y madrileñas.

Veamos. A principios de año, Íñigo Errejón anunció que su estrategia sería acudir a las elecciones en la Comunidad de Madrid haciendo tándem con Manuela Carmena, y en una plataforma nueva llamada Más Madrid en vez de con la marca morada. Eso le permitía anticiparse a otros pretendientes que buscaban posibles tándems con la alcaldesa, y construir una propuesta electoral renovada para tratar de ampliar su rango de acción. Una de las hipótesis subyacentes a esa apuesta es que existen bolsas de potencial abstención a las que Podemos ya no moviliza, pero el PSOE tampoco, y a las que llegar es más necesario que nunca.

La dirección estatal respondió urgente y contundentemente. No trató de negociar en qué condiciones se haría eso, sentenció que esa plataforma era “otro partido” y situó al candidato y la alcaldesa fuera de sus filas. Anunciaron que presentarían otra candidatura en la Comunidad. El motivo aducido es que las bases no habían votado esa estrategia, pero tampoco se propuso una votación. Lo cierto es que los inscritos ya habíamos vivido muchas decisiones estratégicas que no habíamos votado. Sea como fuere, no habría ya renovación de marca, sino competencia entre la ya consolidada y una nueva. Echenique llegó a pedir a Errejón que se diera de baja, “aunque de algo tendrá que vivir de aquí a mayo”, dijo. El madrileño respondió entregando su acta de diputado en el acto, para despejar cualquier duda sobre si su motivación era financiera o ideológica. Hasta aquí la explicación de por qué hay dos candidaturas.

Sea por acierto o por fortuna, dentro de quince días los y las votantes de izquierdas en Madrid serán apelados por tres papeletas distintas: Más Madrid, PSOE y Unidas Podemos. A raíz de ello llevamos meses escuchando en tertulias y análisis la ya conocida letanía de que esto es un desastre porque la división desilusiona y desmoviliza votantes. Y no dudo de que disgusta a muchos votantes potenciales. Sin embargo, conforme se acerca la cita, los sondeos apuntan a que ocurrirá el efecto contrario: la diversidad sirve para ampliar el “bloque progresista”.

¿Toda unión hace la fuerza?

En realidad, esta supuesta paradoja no debiera tener nada de sorprendente. Es más bien un fenómeno conocido. Bajo ciertas condiciones, disponer de opciones más específicas, de modo que cada votante se identifica más específicamente con la suya, evita que muchos caigan en la apatía y se queden en casa. Pondré un ejemplo. Muchos militantes de izquierdas y de movimientos sociales han (hemos) leído el marco teórico de Íñigo Errejón como un aprendizaje de ciclos políticos anteriores, por eso su campaña está creciendo en barrios y balcones sin necesidad de grandes estructuras o presupuestos, pese a que en general no se les interpela directamente a ellos sino al conjunto de la población. Lo saben, y lo agradecen. Es lo que le pedimos que haga.

Pero otros muchos preferirán, o incluso necesitarán, escuchar un registro más netamente izquierdista, con el imaginario sedimentado claramente reconocible, su jerga propia, los símbolos, algunas concreciones programáticas bien claritas, y una actitud menos sonriente, una pose más dura frente a “el sistema”, menos empeñada en negociar marcos comunes necesariamente ambiguos, y más dedicada a hacer pedagogía para explicar verdades por largo tiempo ocultadas. Seguramente muchas de las papeletas, tanto de unos como de otros, quedarían fuera de la urna de no existir ambas opciones. Son identidades diferentes, y ambas tienen sentido en su sector ideológico, responden a estrategias diferentes.

El votante de identidad más izquierdista priorizará confrontar con el PSOE antes que atraer a la base electoral desencantada con el mismo, por lo que seguramente preferirá votar a Izquierda Unida y Anticapitalistas, que responden mejor a esas coordenadas. Me lo decía una amiga, diputada de Podemos, en la Plaza del Reina Sofía tras la noche electoral de las autonómicas de 2015: “Esos votos que han vuelto al PSOE son de derechas, que se vayan, no los queremos”. Yo había propuesto a esa persona para entrar en nuestra lista, y en ese momento entendí que no podríamos compartir hoja de ruta. Yo si los quería. Los necesitábamos. El votante de Más Madrid, en cambio, no se sentiría cómodo en un espacio demasiado homogéneo, de identidad definida en términos clásicos. Significaría un fracaso total de su apuesta. Son, por tanto, espacios menos solapados y sobre todo menos solapables de lo que se suele pensar. Juntos crecen, pero revueltos se pueden neutralizar.

Lecciones aprendidas

Observamos otro ejemplo de este efecto hace sólo tres años. Podemos había pulverizado el techo electoral de la izquierda en sus primeras elecciones generales. IU logró dos diputados y Podemos 69, con un discurso en clave transversal, personalista y patriótica que IU rechazaba abiertamente, pero que sin embargo el PSOE llevaba poniendo en práctica desde los años ochenta (basta analizar sus campañas). La gran mayoría de ese voto nuevo conquistado procedía de dos caladeros: la abstención y el PSOE, que había perdido 1,5 millones de votos en esas elecciones, y casi seis millones contando las anteriores. Seis millones de votantes desencantados en el campo progresista, que habían rechazado la opción de pasarse a IU pero que volvían a movilizarse con una nueva marca electoral y una estrategia novedosa. La pregunta es, ¿movilizan mejor a esa gran masa de población una o dos opciones, además del PSOE? La respuesta, depende.

Revisemos tres hechos: en 2011, las dos papeletas progresistas de IU y PSOE movieron 8,7 millones de votos; en 2015, con una papeleta más, la de Podemos, se movieron 11,6 millones. Meses después, Podemos e IU se unían en UP, volvía a haber dos papeletas. ¿Qué pasó? ¿La unión hizo la fuerza? No, la cifra cayó de nuevo a 10,4 millones. La unión de IU con Podemos perdía un millón de votos. La suma no había sumado.

En el caso de Madrid, el posible efecto beneficioso de la múltiple opción se intensifica porque, al ser circunscripción única, el sistema d’Hont no machaca a las terceras y cuartas fuerzas en el reparto de escaños. El reparto es más proporcional, hay menos incentivos para unirse. Pero incluso en elecciones de ocho circunscripciones, como las andaluzas, se ha visto esta hipótesis confirmada. Las tres papeletas de la derecha cosecharon más votSo en 2018 que cuando presentaron solo dos en 2015 (371.000 votos más), y más escaños que las dos opciones de la izquierda.

Efectivamente, aquí también, Podemos e IU obtenían peor resultado yendo juntos en 2018 (584.000 votos y 17 escaños) que por separado en 2015 (864.000 votos y 20 escaños). Al margen de otras variables, y dicho en neolengua mercantil: diversificar la oferta puede servir para estimular la demanda. Francamente, yo no sé dónde y cuándo se ha verificado la hipótesis contraria, que dos partidos con identidades diferentes y estrategias divergentes puedan juntar sus votos como si no fueran a dejarse por el camino muchos de ellos, como si la fuerza resultante fuese a tener mayor brío, mayor potencia para producir nuevas identificaciones.

Madrid, otra vez, capital del cambio  

Hoy en Madrid, volvemos a observar de nuevo este efecto virtuoso. Para sorpresa de quienes habían augurado lo contrario, el CIS pronostica que la irrupción de Más Madrid no sólo no desmoviliza voto progresista, sino que, cual “milagro” de los panes y los peces, amplía el campo. Si UP ha obtenido un 14,3% de voto en España, y en Madrid un 16,24%, la encuesta pronostica a la suma de Más Madrid y UP un 25,8%. Y visto el acierto del último CIS, a ver quién le enmienda a Tezanos ahora su impredecible y movedizo método. Lo cierto es que el resto de encuestas (Invymark, Metroscopia, etc.) también recoge esa ampliación. Crece el voto “a la izquierda del PSOE” y crece el bloque progresista incluyendo al propio PSOE. Todo ello pese a que esos sondeos nacieron caducados, porque se hicieron antes de las elecciones generales, cuando Errejón y Carmena aún no habían entrado en escena.

Si pensamos en nuestro entorno, todos entendemos por qué más oferta puede generar más voto, aunque a la mayoría nos duela la división y nos quejemos por ella. El votante anticapitalista que quiere una opción que hable su idioma, tendrá ahora un voto propio. Quienes preferimos seguir probando la vía experimental, más venturosa, del ex-secretario político de Podemos, que consiste en trabajar en y con el sentido común popular, desprendiéndose de etiquetas sobrecargadas, también. En este escenario hay menos motivos para que el desencantado del PSOE se quede en casa con tal de no votar comunista, o para que las identidades clásicas de la izquierda se abstengan, para no traicionar su identidad votando discursos ambiguos. En todos los flancos, junto al riesgo de una guerra cainita, hay oportunidades para una competencia virtuosa.

En el municipio, sin embargo, al concurrir Izquierda Unida por su cuenta sin Podemos, todo parece indicar que ese voto no se traducirá en escaños para frenar a la derecha. Los votos a Sánchez-Mato podrían convertirse en una triste llave para un gobierno de derechas, como ya pasó con el voto a IU en la Comunidad de Madrid en las últimas elecciones autonómicas.

La diversidad hace la fuerza

Volviendo al supuesto milagro de Galilea, en realidad no hay tanto lugar para la sorpresa: siempre hemos sabido que los votantes de los partidos no son tropas de infantería, que sus líderes puedan juntar o dividir a voluntad, conservando su número. Tenemos nuestras filias y fobias históricas, contextuales, la aritmética electoral es más compleja. A veces dos más dos son cinco, pero muy a menudo son tres, e incluso uno y medio. Casi nunca son cuatro.

Por eso, más bien lo que sorprende es que analistas lúcidos de los que en general aprendo mucho vuelvan a producir análisis que de nuevo lamentan que si “las izquierdas” fueran por fin unidas podrían pronto sobrepasar al PSOE, si sumamos las cifras de las encuestas. Esas cifras mejorarán en los próximos días, pero aun así no es cierto que puedan sumarse, los segmentos de voto no se juntan como garbanzos en una olla. Lo vimos en las generales y andaluzas, sabemos que no es así. Hay una pequeña bolsa de voto de identidad izquierdista radical, de discurso ardoroso y revolucionario, que no votará a Más Madrid porque lo considera una opción reformista y algo tibia. Y hay una gran bolsa de voto desencantada con el PSOE, más tibia, y con la política en general, revolucionaria en su reformismo, que toda su vida han tenido la opción de votar a IU y otras opciones a la izquierda del PSOE pero no han querido hacerlo.

Ni liberales, ni de centro

Esa brecha no es exclusiva de España, se repite por todo el mundo y es uno de los datos que explica por qué a la crisis de las socialdemocracias europeas no le ha seguido un auge de las izquierdas transformadoras sino del populismo de derechas. Explica también, entre otras cosas, por qué todas las experiencias de gobierno progresista en Latinoamérica, único continente donde las izquierdas lograron en general posiciones de gobierno en el siglo XXI, tuvieron en la oposición y no en su vanguardia a los partidos comunistas de sus países, que se vieron sometidos a fuertes tensiones y divisiones durante ese ciclo. También el bloque de gobierno progresista en Portugal se construyó con tres papeletas diferentes. Syriza nunca hubiera sorpasado al Pasok de haberse intentado aliar con los 26 escaños del comunista KKE, en Grecia. Si hubiera analizado todos esos procesos en profundidad, no es que Podemos no debiera haber integrado al partido comunista en 2016 (y mucho menos entregar a exdirigentes de ese partido el control de su ejecutiva, como ha ocurrido), es que necesitaba a ese partido firme a su izquierda para no convertirse él mismo en el margen izquierdo del tablero.

Pero volviendo a Madrid, hay otros motivos por los que ciertas sumatorias de fuerzas derivan en restas y divisiones. No es sólo que las identidades previas y relatos acuñados generen rechazo mutuo entre sus votantes. Es que además las fuerzas políticas son movidas por personas concretas, con líderes y métodos concretos, que producen reacciones imprevisibles al mezclarse. Si fueran juntos, los equipos de Más Madrid y Podemos no harían las campañas que estamos viendo. Si rodeas a Errejón de tricolores y puños en alto o si tratas de que Isa encarne una competencia virtuosa con el PSOE, no va a salir bien, porque ellos y sus equipos piensan, trabajan, proyectan en claves teóricas diferentes. El cocido madrileño y el merengue tienen sus devotos por separado, pero no hay cocinero que pueda preparar un cocido de merengue apetecible.

Personalmente, soy partidario de dejar que cada cual disfrute su menú preferido y de cuidar la armonía dentro de esa diversidad, que cada fuerza termine de desplegar completamente sus alas para abarcar el mayor terreno posible. Y dentro de unos años, cuando la Ley d’Hont obligue, ya necesitaremos otra vez toda nuestra pasión, organización e inteligencia para coordinar de nuevo un menú variado y apetecible sin dejar de ampliar terreno. En esta ocasión, el gusto está en la variedad, y tenemos al alcance de la mano revalidar la capital y cambiar de signo una Comunidad gobernada por la derecha de la Púnica y la Gürtel desde hace veinticuatro años. Dos semanas para movilizar un electorado diverso. Centrémonos en eso.

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