Qué ven mis ojos

Unas elecciones de segunda clase y primera necesidad

                                                                                                                                                                                                                                                                    "                                                                                                                                                                                                                                                                    Quien se alía con sus enemigos se convierte en adversario de sí mismo".

La política debiera basarse en la cercanía, estar a ras de suelo, a pie de calle, porque de ese modo podría tener una idea de la realidad basada en la experiencia, no en los números que la resumen y la deshumanizan. El neoliberalismo, esa carcoma de las democracias, lo explica todo con una cifra y su primer y único mandamiento es la cuenta de resultados. Por eso, en las sociedades donde impera, el valor ha sustituido a los valores y la economía a la moral, así que en ellas cada persona tiene los derechos que pueda pagarse, incluidos los que se refieren a la sanidad y la educación.

Quienes puedan tener un seguro médico, se curan; el resto, esperan, sufren y mueren. Quienes puedan matricularse en un colegio privado o concertado, tendrán estudios y una carrera universitaria; los demás, a trabajar y a no soñar: su destino es ser fontaneros, albañiles o electricistas, no cirujanos, farmacéuticos ni jueces. Es un sistema de castas, en el que no cabe el espíritu de superación; donde se asciende, pero nunca hasta la cima, y sólo las excepciones más raras van a tener una vida mejor que la de sus padres y madres, porque ese mecanismo está hecho para que resulte casi imposible saltar de nivel: si naces pobre, morirás igual; si naces donde nacen los ricos, tienes la vida resuelta. Estamos en el siglo XXI, pero no todos.

Las ciencias exactas no tienen corazón ni admiten los matices, las ecuaciones no resuelven emociones, y cuando todo lo define una cantidad, el resto sobra. Es decir, sobran las personas y, en consecuencia, el desempleo no es un drama, sino un gráfico; los desahucios no son una catástrofe, sino un apunte en el libro del debe y el haber de un banco; las listas de espera en los hospitales no son una indignidad, sino un asunto contable… Y así tantas cosas.

La política debiera basarse en la cercanía, pero vive en la luna, y por eso es tan importante el territorio autonómico y municipal, donde la proximidad es aún posible y las promesas, incumplidas o no, se ven desde la puerta de al lado: pueden disimular medio punto del IPC, pero no haber jurado que harían un parque, una carretera o una casa de la cultura, incumplir el compromiso y que no se les note. Es un error, por tanto, supeditar lo local a lo nacional. Lo es, y además lo parece, cuando una o un presidente autonómicos, elegidos por los ciudadanos de su comunidad, salen corriendo de sus despachos al llamarlos desde la Moncloa para ser ministros, y eso ha ocurrido con frecuencia. Y lo es ahora mismo, cuando los pactos que hace falta llevar a cabo para formar un Gobierno, tras las recientes elecciones, quedan aparcados hasta ver qué pasa en las de este domingo. Es darle a la política autonómica y municipal un sesgo utilitario que la desprestigia. Es transformarla en un simple trampolín.

Y sin embargo, te fijas en Madrid, por ejemplo, y ves el destrozo que ha hecho el Partido Popular, privatizando y recortando hasta conseguir que uno de cada tres niños estén en riesgo de pobreza y haya casi doscientos mil que ya han cruzado ese oscuro umbral. En el último debate de los candidatos a presidir la Comunidad Autónoma de Madrid, la representante de la calle Génova ni apareció, tal vez temerosa de lo que ella misma pudiera decir, dado que cada vez que habla sube el pan, pero sí estaban sus aliados de la derecha, con los que irá de la mano si los resultados se lo permiten. Sus compañeros de viaje, Ciudadanos y Vox, sí aparecieron, y la aspirante de la ultraderecha llamó “chiringuitos” a Cáritas y Save the Children, dijo que hay que cerrar Telemadrid y aumentar las ayudas a los toros, porque “son parte de nuestra identidad y nuestra cultura”, y afirmó que su partido es el “único que sabe cómo no despilfarrar el dinero público”. 

Su jefe se lo llevó crudo en el Madrid de Esperanza Aguirre, con un sueldo de secretario de Estado por no hacer nada en un observatorio que tampoco hacía nada, pero se ve que es un hombre nuevo, está rehabilitado, o algo. No aclaró si en la capital también harían listas negras como las de Andalucía, para hostigar y quién sabe si perseguir a los funcionarios que luchan contra la violencia machista. El representante de Ciudadanos basó su estrategia en acusar al PSOE de llevar “como sorpresa” a Unidas Podemos y Más Madrid, pero no dijo ni pío de su alianza con la gente de Abascal. Claro, lo que une la plaza de Colón no lo separan cuatro detalles como la xenofobia, la homofobia y tal.

La política autonómica y municipal es un terreno donde nos jugamos gran parte de nuestro modelo de sociedad. Es, también, el espacio de la corrupción, donde se recalifica, se firman papeles que no debieron firmarse o se reparten premios entre quienes se sujetan unos a otros la bandera, como dejaron claro la sentencia de la Gürtel o la investigación de la Púnica, esa banda a la que ahora los líderes de Ciudadanos ha indultado, ellos que son tan contrarios a los indultos. Que en Madrid, tras las debacles que supusieron los sucesivos mandos en plaza de la derecha, el 82% del empleo que se genera sea temporal, gracias a las recetas del neoliberalismo, no es que les preocupe, es que les alegra, es lo que buscan y lo que propició su reforma laboral. Darle la vuelta a esa tortilla es tan necesario que debería recordarnos que, aunque a estas elecciones se las considere de segunda clase, son de primera necesidad.

Si las encuestas vuelven a acertar, el cambio certificará el castigo al PP, que ha tardado en producirse, pero ha sido duro, y a su máximo dirigente, que ahora baila en el alambre y mañana puede ser descabalgado por sus propios generales. No les gusta perder y además no saben. Y él no es Aznar, pero tampoco es Rajoy. Quizá aún ni siquiera se ha dado cuenta de que sus aliados han venido a quitárselo de en medio.

Más sobre este tema
stats